Eduardo Sacheri: “Todo es una incógnita, una gran amenaza en el horizonte”
En cuarentena en su casa de la zona Oeste de la provincia de Buenos Aires, donde tiene un estudio con vista al jardín para trabajar, Eduardo Sacheri prepara la arquitectura de un nuevo libro, del que solo adelanta que transcurrirá en la década de 1980. El autor de Lo mucho que te amé y La noche de la usina, entre otras exitosas novelas como La pregunta de sus ojos (en la que se basó la película argentina que ganó un Oscar hace diez años), siempre diseña una estructura antes de empezar a escribir. "No sé si estaría en este momento en condiciones de ponerme con la parte literaria del asunto. Si la cuarentena me hubiera agarrado en esa etapa creo que el tiempo hubiera sido menos productivo", aclara.
Según Sacheri, tener hijos ya grandes, de veintipico, es una ventaja para trabajar tranquilo desde casa "porque son menos demandantes que los más chicos. Al menos, un poco", dice entre risas. "En casa somos cuatro: mi mujer es psicóloga y está atendiendo de manera virtual; mi hija está en la facultad y tiene clases por Internet. Y mi hijo, que se recibió de ingeniero, había empezado a laburar y ahora eso se cortó. Es el que está más colgado".
-¿Y vos en qué estabas cuando empezó la cuarentena?
-Venía de presentar Lo mucho que te amé en España. El lanzamiento fue a principios de marzo. Volví al país el 7 y estoy enclaustrado desde entonces. Primero hice los 14 días de aislamiento preventivo y cuando eso se estaba por terminar (iba tachando los días) se decretó la cuarentena general. Así que llevo más días de encierro que los demás. Varios viajes posteriores que tenía se suspendieron, obviamente. Iba a presentar la novela en la Feria del Libro de Bogotá y también en Santiago de Chile.
-¿Estás escribiendo algo nuevo?
-No. Lo que hice fue anticipar el diseño de una novela nueva. Soy de armar primero el libro y después ponerme con la escritura. Me imaginaba un primer semestre de 2020 donde iba a estar de gira: viajando y hablando mucho, en presentaciones y entrevistas. Y cuando estoy hablando mucho me cuesta la introspección necesaria para escribir. Con este corte repentino, adelanté ese programa y me puse a trabajar. Estoy con la arquitectura, no con la escritura propiamente dicha. Si la cuarentena me hubiera agarrado en esa etapa creo que hubiera sido menos productivo el tiempo.
-¿Por la dispersión?
-Sí, especialmente por la dispersión. La propia anormalidad de todo esto te pone en un estado de cautela y de vigilia que te obliga inútilmente a estar chequeando información, mirando redes y diarios, escuchando radio. Todo es una gran incógnita, una gran amenaza en el horizonte, entonces no hay serenidad. Creo que el laburo creativo requiere de una normalidad o una previsibilidad que en este momento nadie tiene.
-¿Crees que puede colarse algo de todo esto en la trama?
-No creo que se me cuele porque yo, básicamente, tardo mucho en asimilar las cosas. Soy lento. Ahora estoy, más que nada, confundido. Tiene que pasar un tiempo para que pueda apropiarme de algo, sea lo que sea, más allá de la pandemia. No sabría cómo hacerlo, sería artificial de mi parte.
-¿Tenés una rutina para trabajar en medio de esta anormalidad?
-En general, tengo la costumbre de trabajar tres o cuatro horas a la mañana; cuatro o cinco a la tarde. Esa fue la parte de mi rutina que menos se afectó. La que más se afectó, por supuesto, todo lo que hago afuera de mi casa, pero el trabajo en sí es de los pocos que no se han visto tan alterados porque ya era home office. Lo que me falta es el drenaje al exterior: hoy escribo en un café, hoy salgo a correr o a jugar al fútbol. Eso, que hemos perdido todos, es un complemento del laburo.
-Este año no llegaste a dar clase presencial en el colegio. ¿Cómo te resulta enseñar Historia a distancia?
-La escuela donde doy clases a dos grupos de quinto año es del centro de Ramos Mejía, de clase media y todos tienen acceso fluido a tecnología. Eso facilita un montón las cosas. En los últimos años había implementado el uso del celular en clase para darle una buena utilidad. Entonces, ya tenía una base para arrancar con lo virtual. Ahora descubrí algo que no conocía: Google Classroom, una plataforma sumamente sencilla que permite preparar clases, subirlas, compartir material, que los alumnos suban sus tareas y corregirlas. La escuela estuvo bien en no atosigar a los pibes con tareas de un día para el otro sino que fueron gradualmente. Recién hace una semana que empezamos con las clases "presenciales" vía la aplicación Zoom.
-¿Te parece que es una asignatura apta para narrar a la distancia?
-Claro, creo que en mi caso hay una doble ventaja: es el tipo de materia que se presta a lo narrativo y, además, mis alumnos son más grandes. Con los más chicos, los que están aprendiendo a leer, por ejemplo, debe ser más complicado. La clave, como siempre, es la flexibilidad que puedas pensar en nuevos modos de comunicarte y de involucrarte con tus alumnos, acercarte, que se establezca un vínculo afectivo además de académico, que sí es difícil a la distancia. Es un lindo desafío para ser más flexible: salir de la enseñanza más tradicional, del típico pregunta / respuesta, y abrir el juego a la participación grupal. En especial si no los conocés, como en mi caso que los conocí a través de la computadora. En la secundaria es súper importante establecer una cercanía afectiva; si no, no camina nada a nivel conocimiento.
-En este contexto, ¿arrancaste con el programa habitual o incluiste el tema dado que la pandemia quedará en la historia?
-Conmigo ven la historia más reciente, de la Segunda Guerra Mundial a la actualidad. Por el momento, me pareció importante dotar de la mayor normalidad posible las clases. Creo que, frente a la anormalidad, hay dos grandes opciones: o volcarte hacia la constatación y la contemplación de lo que pasa e intentar elaborar esa anormalidad o decir "sigue la vida". Para mí, una manera de adaptarme a lo que pasa es reconstruir todo lo posible los aspectos normales de la vida. Sería como ponerle una contención a lo anormal dejando zonas de normalidad a salvo. Obviamente que si cuando hago el próximo Zoom con los chicos alguno necesita ponerse a hablar de esto (aunque no va a ser fácil detectarlo porque en una conferencia virtual es más complicado que en un recreo cara a cara) lo haré. Pero por el momento yo siento que es importante ponerle un límite a lo extraordinario y preservar, en la medida de lo posible, zonas de normalidad. Porque si no, es un continuo de excepciones y podes naufragar. Como encima no pasa nada y lo único que sucede es la pandemia, todas nuestras vidas están detenidas y tampoco suceden situaciones que te llamen la atención o merezcan una reflexión.
-¿Ya pensaste cómo se evalúan los conocimientos adquiridos de esta manera? ¿O es un año en el que vale no evaluar?
-Creo que hay que pensarlo, todavía no sé cómo lo van a manejar. Por el momento, considero que ya adaptarte y ponerte a trabajar en este contexto es todo un aprendizaje, más allá del académico. Si en medio de esto, los chicos son capaces de engancharse, cumplir con las tareas y avanzar con lo que encomiendo, ya veremos qué pasa después. Me parece que, por el momento, alcanza con esto.
-¿Qué te atrae de compartir lecturas por Instagram?
-Más allá de aceptar invitaciones de ferias y librerías, lo que más disfruto es algo que empecé a hacer hace un par de semanas: leer un cuento a la nochecita, ese horario que es particularmente proclive a la melancolía, ese momento en el que se va el sol. Recomendar lecturas es complicado porque hay una diversidad muy grande de libros, lectores e historias que siento que no cambia en este sentido: la persona que lee mucho, va a seguir leyendo mucho; y el que no lee, difícilmente se ponga a leer aunque tenga más tiempo libre porque no es fácil convertirte en lector o recuperar viejos hábitos lectores si los has perdido. Y en un punto me parece una presión. Está bien que se liberen contenidos, pero cuando recuerdo mis épocas de clases en escuelas vulnerables recuerdo que lo único que acercaba la lectura era alguien leyendo. No la mera existencia del libro. Que alguien te lea puede ser muy placentero y te libera de una tarea que tal vez tenías oxidada. Los hago en vivo en Instagram, los dejo un día guardados, si alguien los quiere ver ahí están, si no se pierden. Me gusta también esa idea de fugacidad.
No soy académico ni profesor de Lengua. No puedo hacer un canon de lo bueno. Simplemente, puedo decir: Che, alguna vez leí este cuento y me gustó.
-¿Con qué criterio seleccionas lo que vas a leer?
-En principio, tienen que ser cuentos que no lleven más de diez, quince minutos. Son cuentos que me gustan a mí porque no soy académico ni profesor de Lengua. No puedo hacer un canon de lo bueno. Simplemente, puedo decir: "Che, alguna vez leí este cuento y me gustó". Compartirlo y decir por qué me gustó, qué tiene esa historia en particular, fíjate tal personaje o situación.
-¿Buscás relatos con humor o con tramas que no sean opresivas? Un Fontanarrosa viene bien en este contexto.
-Eso es cierto, y seguramente leeré algún cuento de Fontanarrosa. Leí uno de amor de Isabel Allende; "El ilustre amor", de Mujica Lainez, un cuento que me gusta mucho sobre una solterona que se mete en el entierro de un virrey; uno de Guy de Maupassant, que se llama "El collar". También leí un par de cuentos de Mario Benedetti: uno, "Los pocillos", es más bien opresivo, sobre un triángulo amoroso muy tortuoso. Esta semana se me dio por leer cuentos que tienen un final muy bien resuelto en una línea. Así es el de Mujica Lainez, el de Maupassant y "Los pocillos". La vez pasada leí uno de Velmiro Ayala Gauna, un escritor correntino, es como un Horacio Quiroga pero un poco más luminoso. Leí "La abuela", que tiene un nivel de violencia terrible. Por las dudas, lo aclaro antes de empezar la lectura. A mí me gusta que la literatura te lleve a lo profundo, haya lo que haya en lo profundo. A lo mejor hoy es mejor algo que te conecte con el dolor a que no te conectes con nada. No creo que nos podamos conectar siempre con lo bello, lo amoroso, lo luminoso, pero sí aspiro a que nos conectemos con algo.
-¿Las historias sirven para refugiarse en los momentos difíciles?
-Sí. Creo que los seres humanos inventamos esto de narrar como una manera de entender la vida que, de otro modo, sería mucho más difícil de comprender. Inventamos historias para buscar caminos alternativos que le den sentido a la vida.
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