Eduardo Lalo: "Se acercaron de editoriales poderosas y les dije que no; no creo en ellos"
Jurado internacional del certamen literario de la Feria del Libro, el premiado autor de Puerto Rico mira el mercado con ojo crítico
Es la sexta vez que el escritor, fotógrafo y cineasta puertorriqueño Eduardo Lalo (1960) visita la Argentina. En esta ocasión, llega como jurado internacional del premio literario de la Fundación El Libro, que se entregará durante la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
La obra más conocida de Lalo en el país es su novela Simone, por la que en 2013 obtuvo el Premio Rómulo Gallegos y que ya lleva vendidos más de diez mil ejemplares. Además, publicó La inutilidad e Intemperie, los poemas y dibujos de Necrópolis y Los países invisibles, ensayo en el que expone sus hipótesis sobre los mecanismos de invisibilización cultural.
El escritor caribeño anticipa que en la FIL se presentará una nueva novela, Historia de Yuké. Crítico de la geopolítica cultural actual, Lalo reconoce que la difusión de obras de creadores de países pobres no tiene la misma fuerza que la de los que invierten mucho en esa circulación.
–¿Hay ficciones tuyas ambientadas en la Argentina?
–No todavía. Hubo un intento, pero un texto pide mucho tiempo de desarrollo. A mí me gusta llamarlos anotaciones; a veces, esas anotaciones son muy sofisticadas, extensas y piden revisiones. Hubo una historia en Buenos Aires, pero no estaba convencido. Hay que esperar.
–¿A qué te referís con “anotaciones”? Tu novela más leída aquí, Simone, se presenta como un cuaderno de notas.
–Para mí, el género es la escritura. Este asunto de dividirlo en novela, poesía, ensayo, cuento es algo útil para los que organizan librerías y para una mala educación escolar. Para gran parte de la historia de la literatura, esa división es inexistente. En cierta práctica, la escritura deviene en literatura. Llegué a ver un cansancio en los “géneros reyes” de la literatura latinoamericana, la novela y la poesía. Luego de esa generación triunfal del boom, las novelas eran un bodrio. Mi búsqueda fue encontrar la literatura que a mí me gusta leer. Hace poco empecé el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. Él es un escritor de cuadernos.
–Él fue uno de los jurados en el Premio Rómulo Gallegos cuando te lo entregaron en 2013.
–Fue el campeón de la novela. Me han contado que fue el último jurado en llegar, le entregaron el libro tarde y se pasó toda la noche leyendo. A la mañana llegó al desayuno, sacó la copia de Simone y les dijo a los otros jurados : “Es este”.
–¿Cuál es tu método para escribir?
–Escribo en cuadernos. Mi mochila es el estuche de mi instrumento. Ahí van las libretas, las plumas. Escribo con tinta. Como soy artista visual, para mí un texto es un dibujo. Lo que le llega al lector es la transcripción de una performance de escritura que hago sobre el papel. Hay un ritmo y una relación con el espacio que impone la escritura a mano. Uno trabaja sobre un escenario: la página es un espacio y la organización espacial en un texto fragmentado es importante. Es como una partitura.
–¿Cuáles serían los límites de la escritura?
–Un límite es lo decible. Y el sujeto de la escritura es lo indecible. La escritura llega a un límite y señala: “Allí”. No todo es una escritura convencional. La pervivencia de otras prácticas escriturales es lo que permite la vida de la escritura. La escritura poco a poco es reemplazada por el cine, por series de televisión, por ese tipo de entretenimiento “cuentero” que se consume ahora. La escritura siempre está amenazada. Siempre.
–¿Cómo cambió la recepción de tu obra luego de recibir un premio internacional?
–Un premio concede atención. Pero siempre he dicho que quisiera ser la misma persona, el mismo escritor que era antes de recibir el premio. Pasé demasiado tiempo siendo leído por muy poca gente como para que ahora cambie de vida. Lo que siempre me interesó es lo que quiero que me siga interesando. Por eso publico en sellos como Corregidor. Se acercaron agentes literarios y representantes de editoriales poderosas. A todos les dije que no. No creo en ellos. Me gustaría estar en más librerías de América Latina, para que los lectores accedieran a mis libros, pero quiero publicar en sellos donde se vive cierto tipo de gestión del libro y la cultura.
–¿Es una cuestión de escala solamente?
–La escala es lo de menos, pero la actitud que hay hacia el libro es diferente. No se encuentra eso en las empresas comerciales. Ese tipo de mundo es como el fútbol. Si uno no mete goles, lo cambian. Si uno no vende tantos ejemplares, lo mismo. Si hay que morder orejas para hacer un gol o para vender libros, pues se hace. Te pagan por eso.
–Tus libros se publican en la colección Archipiélago Caribe. ¿Por qué no se conoce tanto la literatura caribeña?
–Hay una expresión que se usa mucho: “América Latina y el Caribe”. Suena bien porque hay una inclusión, pero está llena de contradicciones. Parece que hubiera una América Latina de verdad, la continental, la que nace de las luchas de liberación del siglo XIX, y luego está ese reguerete de islas en ese mar que toca las orillas del imperio del norte. Detrás de esa expresión se esconde un enorme prejuicio racista, porque el Caribe es negro. Los países de América del Sur tienen una ilusión de pureza cuya expresión más reciente son las palabras del presidente argentino, cuando dijo que todos los sudamericanos eran descendientes de europeos.
–¿Cómo es la relación de Puerto Rico con Estados Unidos?
–Es una relación colonial. A diferencia de otros países latinoamericanos, Puerto Rico fue conquistado dos veces. La segunda fue una conquista moderna por el país que ha seducido a todo el mundo con su industria de cultura popular y su modelo de vida. Aquí la gente se desvive por las mismas cosas que se puede desvivir un puertorriqueño: la última lavadora, el último modelo de auto. Ese poder compra conciencias o las seduce. En América Latina estamos cada vez más aislados. Te enteras de inmediato del último tuit de Donald Trump o de la última novela mediocre de un autor norteamericano, y no de lo que pasa en el país vecino. Como provengo de un país que no tiene ningún prestigio en el mundo cultural, mis libros se traducen poco. A un editor francés, Simone no le pareció lo suficientemente caribeña. Tal vez esperaba palmeras y playas. Es el colmo del colonialismo.
–¿Tuviste problemas de censura por tus ensayos y declaraciones públicas?
–Últimamente me gano la lotería en los aeropuertos cuando quiero entrar y salir de Puerto Rico. Me interrogan por unas horas. No tengo otra alternativa que ser estadounidense porque la ciudadanía puertorriqueña fue abolida. Estamos en sus manos.
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