Eduardo Gutiérrez, autor del célebre gaucho Juan Moreira y padre de la novela histórica argentina
Precursor de la literatura popular, escribió más de treinta libros que daba a conocer por entregas en diarios; hoy se cumplen 170 años de su nacimiento
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Con la distancia que dan las décadas, la figura del escritor y periodista Eduardo Gutiérrez (1851-1889), que nació un día como hoy, hace 170 años, se agiganta. El hijo menor de Juan Francisco Gutiérrez y María Saénz, que amaba tocar el piano en la infancia, fue un hombre ocurrente, autodidacta y buen amigo, y tenía una mirada de ojos dulces. Como señala César Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos, se destacó como “el más prolífico y popular folletinista argentino” del siglo XIX (como curiosidad, cabe señalar que la primera novela de Aira, otro escritor “prolífico”, se titula Moreira). Además de periodista -empezó a escribir crónicas históricas y humorísticas en La Nación Argentina con el seudónimo de Benigno Pinchuleta-, se desempeñó como soldado en los fortines durante la década de 1870. De esa experiencia queda uno de sus grandes libros de relatos breves, Croquis y siluetas militares. Una vez retirado del ejército, dio a conocer sus novelas por entregas (”novelones truculentos”, según Aira) en La Patria Argentina, un diario de baja tirada. Tuvo un éxito inmediato y en menos de diez años escribió con ese método treinta y un novelas: la primera fue Antonio Larrea. Un capitán de ladrones en Buenos Aires, lanzada en 1879 y con un bandido español como protagonista, a la que siguió la célebre Juan Moreira, de 1880.
Gutiérrez escribió novelas gauchescas y otras protagonizadas por bandoleros; a la manera de Thomas Hardy (o de Pierre Alexis Ponson du Terrail, según Leopoldo Lugones), muchas de ellas llevan como título los nombres o alias de gauchos pendencieros y corajudos: Juan Cuello, Santos Vega, Pastor Luna y El Tigre del Quequén. Excepto los clásicos Juan Moreira y Hormiga Negra (la favorita de Jorge Luis Borges), y que merecieron la atención de investigadores como Josefina Ludmer y Jorge B. Rivera, y de cineastas como Luis José Moglia Barth y Leonardo Favio, el resto de sus libros hoy es inhallable en librerías; no así -y esto le hubiera gustado- en bibliotecas públicas. “Ya las obras ‘del renombrado autor argentino’ ralean en los quioscos de la calle Brasil o de Leandro Alem -advertía Borges en 1937-. Ya no le quedan otros simulacros de vida que alguna tesis de doctorado o que un artículo como este que escribo: también, modos de muerte”.
Melodramática, panfletaria y entretenida, su literatura es un universo poco explorado en la actualidad. “Oír y ver, he aquí las fuentes de Eduardo Gutiérrez en cuanto escritor. Innegablemente, oyó mucho y vio mucho”, escribió Álvaro Yunque, para quien Gutiérrez tuvo el talento de convertir en héroes y mártires legendarios a personajes facinerosos y matones oficialistas. “Es el privilegio del artista”, sostuvo. Nuestro romántico fue, como otros, antirrosista y en sus novelas históricas presenta al caudillo de la Confederación Argentina como un monstruo. En La Mazorca, Gutiérrez narra las torturas y matanzas ejecutadas por el grupo parapolicial homónimo que impuso el terror a las órdenes de Juan Manuel de Rosas.
“Justamente, he estado leyendo y releyendo a Gutiérrez de manera intensa, siguiendo un poco a Borges, que lo admiraba por su escritura vívida -dice el escritor, periodista y académico Jorge Fernández Díaz-. Extraordinario escritor que necesita un rescate más integral, menos focalizado en las meras peripecias de gauchos matreros, y de una ‘prosa incivil’, como decían Lugones y Borges. Aunque, ¿qué es escribir bien?”. El autor de El puñal remarca que Gutiérrez escribía a gran velocidad. “Muchos de sus libros salieron publicados con la leyenda ‘sin corrección del autor’; le interesaba más escribir que corregir y había aprendido a hacerlo rápidamente para los periódicos. Fue un gran periodista que creó varias cosas: primero, la novela popular argentina y luego, con Juan Moreira, el teatro nacional; también es uno de los fundadores de la novela histórica en el país. Un escritor con un concepto muy fuerte y moderno, que lograba que el público esperara con ansiedad los folletines que escribía febrilmente y daba a conocer por entregas, como Charles Dickens y tantos otros en el siglo XIX. Por supuesto que su prosa hubiera necesitado una depuración. Con él pasa lo mismo que con Roberto Arlt: quizás línea a línea, podrían ser corregidos, pero la visión total de los personajes, el colorido, la elocuencia y el don narrativo no son para cualquiera”.
Para Fernández Díaz, Gutiérrez es “uno de los grandes escritores argentinos, muy olvidado o reducido al Juan Moreira”, y que en verdad tiene mucho más para mostrar. “Abelardo Castillo, en su colección Los Recobrados para Capital Intelectual, publicó Historia de Juan Manuel de Rosas, un ‘libro perdido’ de Gutiérrez que es una maravilla, con una potencia y una modernidad únicas, y una visión realmente cinematográfica, antes del cine”. En las primeras páginas de esta novela histórica se lee: “Mucho se ha escrito sobre la vida política del funesto tirano, pero aún permanecen oscuros los dramas más sombríos de aquella época de sangre y crimen, de aquella noche de veinte años, bajo cuyas tinieblas fue envuelto el pueblo argentino”. Le seguirían los hoy prácticamente inencontrables La Mazorca y El puñal del tirano, estampas estremecedoras e inolvidables.
Como se dijo, su obra más importante es Juan Moreira, que fue llevada al circo criollo por José “Pepe” Podestá (según este intérprete, Gutiérrez nunca quiso presenciar la obra), y luego al teatro, el cine y la historieta. Está protagonizada por un héroe “criollo, popular y mediático”, como lo define Alejandra Laera en el prólogo de la edición de Eudeba, y se basa en la historia de un reo de la justicia, un gaucho matrero no de los llanos sino de “pueblos en plena etapa de urbanización”, y que encontró la muerte en Lobos, en 1874. A su modo, la obra de Gutiérrez nutre la historia de la violencia política en la Argentina. En el film homónimo de 1973, Favio inmortalizó al personaje -encarnado por Rodolfo Bebán- y en su cuento “La noche de los dones”, Borges imaginó el acto final del gaucho perseguido. “Los años pasan y son tantas las veces que he contado la historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si solo recuerdo las palabras con que la cuento -se lee en el cuento publicado en El libro de arena-. Tal vez lo mismo le pasó a la Cautiva con su malón. Ahora lo mismo da que fuera yo o que fuera otro el que vio matar a Moreira”. Gutiérrez murió el 2 de agosto de 1899, en su amada y violenta Buenos Aires.