Eduardo Costantini y el arte de descubrir tesoros que están a la vista de todos
El fundador del Malba compró esta semana por 28,4 millones de dólares una pintura de Leonora Carrington que hace casi tres décadas salió a la venta por 100.000; cuáles son las claves detrás de ese fénomeno
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Le ocurrió más de una vez. En mayo de 1995, en Nueva York, Eduardo Costantini se enfrentó a una difícil decisión: elegir entre una pintura de Frida Kahlo y otra de Diego Rivera. El presupuesto no le alcanzaba para comprar las dos. Optó por Autorretrato con chango y loro, de la artista mexicana, y pagó 3,1 millones de dólares, el monto más caro hasta entonces para una obra de arte latinoamericano adquirida en subastas. “Le ganó a Diego por 100.000 o 200.000 dólares”, dijo a LA NACION el coleccionista, que fundó en 2001 el Malba, y convirtió esa pintura de Frida en una de las piezas emblemáticas de la colección del museo.
En ese momento donó 223 obras que habían integrado su colección personal –muchas de las cuales ya no tenían equivalentes disponibles en el mercado-, y volvió a comenzar de cero. Desde entonces, compró otras quinientas y marcó otros récords para artistas de la región como Joaquín Torres García, Remedios Varo y Wifredo Lam. Se quedó con las ganas, sin embargo, de comprar Baile en Tehuantepec. Y cuando finalmente volvió a tener la oportunidad de adquirirla, 21 años después, tuvo que pagar por ella US$15,7 millones.
Fue una revancha similar a la que tuvo esta semana, también en Sotheby’s de Manhattan, cuando consiguió por US$28,4 millones –cifra nueve veces superior a la más alta registrada por la artista en un remate- una pintura de Leonora Carrington que se había ofrecido casi tres décadas antes en el mismo sitio por un valor estimado en 100.000 dólares. “En 1995 la seguí hasta un poco más 300.000, pero se la llevó un comprador que creo era mexicano. En total, con comisión, pagó unos 450.000″, dijo el empresario a LA NACION, antes de confesar que “no quería volver decepcionado de nuevo”.
¿Qué hace que esos ceros se multipliquen con el tiempo? La respuesta es muy simple para el impulsor de Consultatio y Nordelta: “Son obras calidad museo, que ya no están en el mercado”. La ley de la oferta y la demanda es implacable: cuando un gran artista muere y su legado está bien administrado, suele aumentar de valor.
Las oportunidades de compra son pocas y responden a las llamadas “4D”, iniciales de cuatro palabras en inglés: Divorce, Death, Debt, Deaccessioning (divorcio, muerte, deudas y el desprendimiento de obras por parte de instituciones). Como consecuencia de estos hechos, piezas valiosas salen a la venta tras haber permanecido en colecciones durante décadas.
“Hacer otro Malba hoy sería imposible”, afirmó con contundencia a LA NACION Anna Di Stasi, experta a cargo del arte latinoamericano en Sotheby’s, al visitar Buenos Aires hace un par de años. “Cuando Costantini compró algunas de sus mejores obras, hace tres décadas, los museos latinoamericanos y americanos no estaban pensando en comprar obra de la región”, explicó. Y ahora, cuando quieren hacerlo, ya no están disponibles.
Fue lo que ocurrió por ejemplo con Abaporu (1928), de Tarsila do Amaral, otra de las piezas icónicas del museo fundado por el coleccionista, y muy codiciada en Brasil. “La compré en un remate en Christie’s en 1995, por casi un millón y medio de dólares –recordó Costantini el año pasado, cuando le otorgaron el Premio arteba al coleccionismo-. Una locura de barato, viéndolo ahora en perspectiva”.
“Desde que te conocí, hemos intentado copiarte. Pasaron veinte años hasta que finalmente encontramos un Tarsila que es casi tan bueno como el tuyo”, le dijo en 2019 durante una charla en el Malba Glen Lowry, director del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), institución que tuvo que conformarse con la adquisición de La Luna (1928).
Claro que no lo hizo solo. Si bien Costantini comenzó a coleccionar a los 22 años -cuando compró en cuotas para decorar su casa obras de Leopoldo Presas e Iván Vasileff en una galería de Acassuso, porque no llegaba a los 2000 dólares que le pedían por un retrato de Antonio Berni- recién en la década de 1980, con el asesoramiento de Ricardo Esteves, comenzó a invertir en obras “calidad museo”.
Una de ellas fue nada menos que Manifestación (1934), también de Berni, que le compró a su hijo José Antonio por US$50.000 en los años 90 y la tuvo colgada en su comedor. Ahora pertenece al Malba, único museo del continente dedicado en forma exclusiva al arte latinoamericano desde 1900 hasta hoy.
“Sin duda volvería a hacerlo, ¡y con más ganas!”, aseguró Costantini en 2021, cuando cumplió dos décadas la institución que se volvió un destino obligado para cualquier visitante extranjero. Entonces reveló que las claves de ese éxito fueron “el acervo inicial, la ubicación, el edificio, el apoyo financiero sostenido y el grupo humano que integra el staff”, que acaba de perder a una de sus principales referentes: Guadalupe Requena. Fue también gracias a la labor de Marcelo Pacheco, su curador en jefe durante una década, que el Malba logró duplicar en forma coherente su colección. Un verdadero tesoro, a la vista de todos.
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