Con forma de ola y valor patrimonial, es emblema del paisaje paulista
Cualquier transeúnte atento podría estimar el valor agregado de un edificio con solo pasar seguido por su frente y no encontrar jamás un cartel que indique venta o alquiler. Por lo general, las construcciones de "firma" o con cierto abolengo patrimonial suelen tener alta demanda y ocupación plena. Sus vecinos no se mudan ni se desprenden así nomás de las propiedades, tal como ocurre en el Edificio Copan, un ejemplo monumental de vivienda colectiva proyectado por Oscar Niemeyer en el centro de San Pablo, Brasil. En un artículo que publicó hace dos años The New York Times sobre la saga de este acorazado de concreto, el autor recordaba que entonces, milagrosamente, apenas si había disponibles seis de los 1160 departamentos distribuidos en 32 pisos diseñados por el gran arquitecto carioca.
"La arquitectura es una cuestión de sueños y fantasías, de curvas generosas y de espacios amplios y abiertos", repetía Niemeyer, mientras dibujaba en consecuencia. Esa marca tan suya hace fácil reconocer al Copan en la trama de ángulos rectos que es el paisaje aéreo de la ciudad paulista. Con sus volúmenes en forma de ola y una fachada íntegramente revestida por parasoles horizontales o brise soleil, una genialidad que asegura sombra y climatización natural al interior, es un ícono dentro de la historia urbana de Brasil. Fue pensado a comienzos de la década de 1950 e inaugurado hacia 1962, y sus lineamientos principales responden a los paradigmas de la arquitectura moderna de aquellos años, cuando el imparable crecimiento demográfico del país alentaba obras a escala, de gran resolución.
La arquitectura es una cuestión de sueños y fantasías, de curvas generosas y de espacios amplios y abiertos
Originalmente sería un hotel de 600 habitaciones más unidades de vivienda, pero la especulación inmobiliaria que ya había multiplicado la oferta en el entorno cambió el uso por un ambicioso programa residencial de alta densidad. Es de imaginar que, con semejante tamaño, el proceso fue largo y tuvo sus intríngulis: en el camino la compañía constructora a cargo se quedó sin fondos, y más tarde los ingenieros calculistas introdujeron modificaciones estructurales que, al estar Niemeyer en Río de Janeiro, no pudo controlar. Ciertos vacíos y sectores poco funcionales, entre otros detalles, no alteran la espectacularidad del resultado: seis bloques unidos y un total de 115.000 metros cuadrados cubiertos que incluyen 72 locales comerciales y un templo evangélico ubicados en la planta baja. A la fecha está habitado por más de 5000 personas, es decir, una ciudad en sí misma comparada con algunos pueblitos de Europa. Cuenta con código postal propio, y por todo eso ostenta el honor de ser el mayor edificio de viviendas del mundo.
Visto desde la perspectiva del presente, y si consideramos que existe un antes y un después del Covid 19, entonces el Copan será un modelo a revisar. La evolución de las formas de habitar se aceleró por efecto de la pandemia y en muchos casos comprobamos que por más inteligentes, famosos y estéticos que resulten ciertos espacios, vivir en colmenas y sin un balcón con macetas puede resultar agobiante. Alfonso Celso Prazeres de Oliveira, un ingeniero químico que compró un departamento a principios de los años sesenta y que desde 1993 administra el edificio con mano diestra, contaba que, debido a la inseguridad de la zona, los primeros vecinos decidieron migrar a otras áreas de San Pablo. El Copan quedó ocupado por una población muy heterogénea. Recién a mediados de los noventa dejó de ser refugio de narcotraficantes, prostitutas y otras profesiones non sanctas para dar paso a una elite de artistas, intelectuales y amantes del patrimonio que acabaron revirtiendo su decadencia y elevando el precio del metro cuadrado. A eso le llaman "gentrificación". Un departamento estándar hoy puede cotizar en alrededor de medio millón de dólares. Probablemente las vistas panorámicas y el aura de su genio creador sigan siendo lo que alimenta su mito. Lo bueno de estos monumentos históricos es que cualquier mortal, por unos cuantos billetes menos, puede disfrutarlos por un rato, sea mediante visitas guiadas a sus sectores públicos o bien alojándose en algunas de las unidades que se ofrecen en las plataformas de hospedaje temporario como Booking y Airbnb.
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