Edgardo Russo: una vida entre la edición más fina y el poema de ritmo exacto
La noticia conmovió ayer al ambiente literario local, y no solamente porque era imprevista. A media mañana, la página de Facebook de El Cuenco de Plata informó que Edgardo Russo, su director editorial, había muerto, aparentemente de un problema cardíaco, a los 66 años. Poeta antes que nada, pero también editor finísimo, traductor y narrador, Russo murió, literalmente, trabajando y, de hecho, lo encontraron en las oficinas de la editorial.
Había nacido en Santa Fe en 1949 y, ya en 1988, empezó su tarea en el mundo de la edición en el centro de publicaciones de la Universidad del Litoral. Más adelante, instalado ya en Buenos Aires, dirigió colecciones en Espasa Calpe y El Ateneo. Hacia 1999, estuvo en el origen de Adriana Hidalgo editora. Hasta su partida, en 2002, publicó libros de Leónidas Lamborghini (entre ellos El jardín de los poetas y Carroña, última forma), Marosa Di Giorgio (Los papeles salvajes), Witold Gombrowicz (Diario argentino) y Sei Shonagon (El libro de almohada), Juan José Hernández y Diana Bellessi.
Pasó de ahí a Interzona, en cuya fundación participó. Lo sucedería en ese lugar Damián Ríos, y Russo pasaría finalmente a El Cuenco de Plata, el sello en el que acaso más brilló su pericia de editor. En diversas colecciones, Russo rescató allí ficciones inéditas en castellano de Henry James, de Manuel Puig, volvió a poner en el mapa varios textos de Copi, hizo conocer libros de Clément Rosset, de Pascal Quignard, la correspondencia de Pier Paolo Pasolini y, también en el terreno cinematográfico, el volumen de entrevistas a Robert Bresson. Entre los argentinos, publicó a Oliverio Coelho y Daniel Link, y reeditó a José Bianco. En una entrevista había dicho: "Mi actividad como editor es casi más gratificante que la de publicar un libro propio. Es la literatura más allá del escritor, es poner al alcance de los lectores autores u obras olvidadas".
En 2014, la Asociación de Libreros Argentinos le dio el Premio de Editor del Año 2014, y también el año pasado la Fundación Konex reconoció a El Cuenco de Plata con el Diploma al Mérito.
En realidad, si Russo pudo decidir sin equivocarse qué cosa valía la pena publicar era porque sabía qué valía la pena ser escrito y tenía la inteligencia y el talento para hacerlo. Aunque había tentado suerte primero en el cine (rodó en los años setenta una película sobre un relato de Felisberto Hernández), se destacó sobre todo en la poesía. Reconstrucción del hecho (que vio la luz en 1989 y recibió el Premio del Fondo Nacional de las Artes) y Exvotos (1991), influidos en parte por Wallace Stevens, fueron dos libros clave para la poesía argentina de la época. Aparte, publicó también la biografía Landrú por Landrú (1991), La historia de Tía Vicenta (1992) y Cómo se escribe una novela, un volumen antológico en colaboración con Leopoldo Brizuela, y Cómo se escribe un poema, en colaboración con Daniel Freidemberg. En 1999, apareció su novela Guerra conyugal, que, sobre el fondo de las alusiones a Malvinas, desarrolla la historia de un escritor y editor que se parece bastante al autor que le daba el nombre propio al libro y que contenía numerosos reflejos autobiográficos.
Russo tradujo también del inglés (W. H. Auden, Harold Bloom) y en estos días El Cuenco de Plata puso en circulación precisamente la nueva traducción del Ulises, de James Joyce, en la que había trabajado este último tiempo con Marcelo Zabaloy.
Los lectores recordarán a Russo por esas dos obras: la propia, la que escribió y firmó, y la otra, más generosa y secreta: la que ayudó a que leyeran los demás.
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