E. M. Cioran, la risa constante del filósofo escéptico que llegó de Transilvania
A 110 años de su nacimiento, la obra del escritor y pensador rumano permite ser leída como un antídoto contra los fanatismos; la ironía y el refinamiento conviven en sus libros
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Hijo de un sacerdote ortodoxo y de una madre melancólica, como contó el hijo en su diario, el rumano Emil Cioran nació en Rasinari el 8 de abril de 1911, hace ciento diez años. Estudió filosofía en la Universidad de Bucarest, donde conoció al escritor Eugène Ionesco y al filósofo Mircea Eliade, con quienes forjó una amistad perdurable. Mientras estuvo en Berlín como estudiante becado, expresó sus simpatías por Adolf Hitler en el antisemita La transfiguración de Rumania (1936), libro del que se arrepentiría muy pronto ante las atrocidades nazis. Había publicado su primer libro, En las cimas de la desesperación, en 1934 y, en 1937, gracias a una beca, continuó sus estudios en el Instituto Francés en París; en la Ciudad Luz vivió por décadas en hoteles sencillos y luego, con la profesora de inglés Simone Boué (su pareja), en un departamento del Barrio Latino frecuentado por Samuel Beckett y Henri Michaux. Allí murió, víctima del mal de Alzheimer, a los 84 años. Cioran escribió la mayor parte de su obra en la lengua de Voltaire. Consideraba que la falta de una nacionalidad era el mejor estatus para un intelectual y que dedicarse a la filosofía era más decoroso que ser poeta o político. La M. que le agregó a su firma no abreviaba ningún segundo nombre sino que, en su opinión, así se mejoraba la pronunciación de su nombre; declaró que había elegido la M. en honor al escritor británico E. M. Forster.
Después de pasar unos meses en su país, hacia 1940, se instaló definitivamente en Francia y jamás regresó a Rumania. En 1949 publicó su primer libro escrito en francés, Breviario de podredumbre, con el que obtuvo el premio Rivarol. “Pensador ahistórico, espléndidamente aislado, sin escuela ni progenie, la figura de E. M. Cioran aparece con creciente frecuencia en el Mar de los Sargazos de la cultura contemporánea”, escribió el filósofo español Fernando Savater en Ensayo sobre Cioran, donde el rumano es definido como un nihilista moderno. “No estoy muy seguro de ser nihilista -objetó Cioran-. Soy más bien un escéptico al que tienta, de cuando en cuando, otra cosa que la duda”.
Respecto de la forma, que heredó de sus lecturas juveniles de Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche, Cioran alterna ensayos no muy extensos con aforismos. Admirador de Fiodor Dostoievski, Marcel Proust y Saint-John Perse, dedicó un estudio en forma de carta al argentino Jorge Luis Borges. “Puesto que le interesa saber qué es lo que más aprecio en Borges, le responderé sin vacilar que su facilidad para abordar las materias más diversas, la facultad que posee de hablar con igual sutileza del eterno retorno y del tango -escribió en ‘El último delicado’-. Para él cualquier tema es bueno desde el momento en que él mismo es el centro de todo. La curiosidad universal es signo de vitalidad únicamente si lleva la huella absoluta de un yo, de un yo del que todo emana y en el que todo acaba: comienzo y fin que puede, soberanía de lo arbitrario, interpretarse según los criterios que se quiera. ¿Dónde se halla la realidad en todo esto? El Yo, farsa suprema. El juego en Borges recuerda la ironía romántica, la exploración metafísica de la ilusión, el malabarismo con lo ilimitado. Friedrich Schlegel, hoy, se halla adosado a la Patagonia”.
“El tema de Cioran: ser una mente, una conciencia sintonizada con la nota más aguda del refinamiento”, escribió Susan Sontag en Estilos radicales. En opinión de la escritora estadounidense, en las obras del autor de Ese maldito yo la mente es un mirón que se mira a sí misma. Para el rumano, la única mente libre es la que, a distancia de cosas, hechos y seres, se repliega en “su propia vacuidad”.
Gustavo Romero, doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, se ha especializado en filosofía francesa contemporánea y tiene un libro en prensa sobre la filosofía de Cioran, que publicará Prometeo. “Encontramos tres estilos en la obra de Cioran -dice Romero a LA NACION-. Por un lado, una ‘filosofía del fragmento’: aquí lo que se suele llamar aforismo es una sentencia condensada de pensamiento; con frecuencia, es un golpe contra la opinión pública, contra los criterios superficiales o irreflexivos. Los de Cioran son ácidos, punzantes, bombas en los cimientos de las convicciones”. Este estilo predomina en libros como De lágrimas y de santos (1937), El ocaso del pensamiento (1940), Silogismos de la amargura (1952), Del inconveniente de haber nacido (1973) y Ese maldito yo (1987). “Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, estallan”, se definió Cioran.
“Por otro lado, están los libros de coherencia temática, que despliegan los temas propiamente cioraneanos: la miseria de la condición humana, la lucidez, la desesperación, el tiempo, la historia, la relación humano-dios, la problemática de la animalidad, la música, la crítica a los fanatismos”, agrega Romero. Este aspecto se encuentra en obras como El libro de las quimeras (1936), Breviario de podredumbre (1949), Historia y utopía (1960), La caída en el tiempo (1964) y El aciago demiurgo (1969). “Y, en tercer lugar, en un terreno aún poco explorado, está el Cioran de las correspondencias y de sus Cuadernos, donde se constata, como en todo gran filósofo, que el escritor piensa en todo momento y que su obra está en permanente revisión y puesta en cuestión, donde no teme contradecirse y modificar sus conceptos”. Tras su muerte, en 1995, Boué encontró treinta y cuatro cuadernos entre los papeles del filósofo; el primero comienza en 1957 y el último llega hasta 1972.
Sontag fue, según Romero, una de las mejores intérpretes de Cioran, al ubicarlo en la tradición de los que renovaron la escritura y el pensamiento contemporáneo, en la línea de Kierkegaard, Nietzsche y Wittgenstein. “Peter Sloterdijk reivindica su actualidad, su cinismo a la manera de los antiguos, y su estilo original e inimitable -agrega el profesor argentino-. Por nuestra parte, sostenemos que la obra de Cioran le ha dado oxígeno y vitalidad a la filosofía en el siglo XX y, especialmente, lo está haciendo en el XXI. Elaboró una apasionante filosofía de la condición humana y fue un agudo observador de sus miserias, pero con un humor extraordinario: sus textos son vitales; su supuesto pesimismo es activo, creador, estimula una lucidez en los lectores que, una vez despiertos, ya podrán dormir más: en las cimas de la desesperación no solo hay lágrimas sino también y, sobre todo, una risa constante que siempre está a punto de convertirse en una carcajada mortal. La obra de Cioran es sumamente actual porque es el antídoto perfecto contra todos los fanatismos”.
“Cioran forma parte de mi memoria afectiva -revela Diego Singer, profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de San Martín-. Como sucede con algunos textos que nos encontramos en momentos de crisis y que permiten, de algún modo, compartir algo del desasosiego en el que nos encontramos. Así pasó con su obra En las cimas de la desesperación, que Cioran escribió apenas terminada su carrera de grado en filosofía y que no se parecía a ninguno de los textos académicos que yo mismo estaba estudiando. Despojado de toda pretensión de sistema y de la retórica cientificista con la que se visten las investigaciones filosóficas, lo que Cioran denomina ‘los decorados del saber’, este libro es honesto en el filo con el que aborda los problemas más irrenunciables de la existencia, sin ponerse por ello solemne. Lo grotesco y lo irónico atraviesan esta catarsis sobre la soledad, la locura, la melancolía y la muerte”.
Singer evoca las palabras de Cioran en el inicio de Adiós a la filosofía y otros textos. “Me aparté de la filosofía en el momento en que se me hizo imposible descubrir en Kant ninguna debilidad humana, ningún acento de verdadera tristeza; ni en Kant ni en ninguno de los demás filósofos.” Para él, estas palabras aciertan en señalar “el ejercicio de neutralización que se expande en un modo de concebir el quehacer filosófico y, a la vez, intenta recuperar aquello que primariamente nos acerca a él”. A su modo inapelable, Cioran intentó liberar a la humanidad “de todas las mayúsculas” (incluso las de la supuesta verdad) que imponen las servidumbres de dogmas, tradiciones y creencias.
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