Duelos y literatura: perdieron a sus hijos y encontraron en la escritura una vía para atravesar el dolor
Hay incontables ejemplos de autores reconocidos que relataron sus pérdidas y dos casos muy recientes, el de Jess Browne y Tiago Ferro, una madre y un padre, que llevan su experiencia del luto al libro; el impacto de la pandemia
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El dolor puede motivar la escritura y la escritura puede transformar el dolor. Una madre y un padre que han perdido a sus hijos recientemente “hicieron”, en parte, sus duelos por escrito. No son los primeros ni serán los últimos. En los últimos años, escribieron sobre los misteriosos efectos que provocan las muerte de seres queridos autores tan diversos como las españolas Milena Busquets y Rosa Montero (en También esto pasará y La ridícula idea de no volver a verte, respectivamente), la colombiana Piedad Bonnett, en Lo que no tiene nombre, sobre la muerte de su hijo; el británico Julian Barnes, con la inolvidable Niveles de vida, donde el autor recorre el terreno de la aflicción por la muerte de su pareja, y el argentino Daniel Guebel, que en la flamante edición ampliada de El hijo judío aborda los momentos finales de la vida de su padre. En el título de una novela de 1999, Guillermo Saccomanno le había dado un nombre a este padecimiento por la pérdida de un ser amado: “el buen dolor”.
El amor de una madre orienta la escritura
Meses después del suicidio de su hijo Ignacio en abril de 2020, su madre, Jess Browne (Buenos Aires, 1970), empezó a compartir recuerdos de su hijo y el modo en que ella atravesaba esa experiencia dolorosa en sus cuentas de Facebook e Instagram, donde creó un espacio textual: Empesares. Browne tenía experiencia en la escritura de blogs y su hijo -al que también le gustaba escribir y leer- era uno de sus principales seguidores. En el primer semestre de 2022, la editorial Urano tiene previsto publicar el primer libro de esta -como diría la helenista francesa Nicole Loraux- “madre en duelo”.
“El libro saldrá primero en español -dice la autora a LA NACION, desde Londres-. De todos modos, en este momento Empesares está en proceso de traducción al inglés, tarea que han emprendido dos de mis grandes amigas, y ojalá un día tanto los editores de Urano como yo sintamos que a la gente le sumaría e interesaría tener una edición en inglés”. Si bien el formato del libro no está aún del todo definido, se sabe que va a contener textos publicados en Empesares, otros inéditos y un diálogo entre Browne y una licenciada en Psicología. Desde que retomó la escritura luego de la muerte de Ignacio, su lema es “Que el amor nos oriente”.
“Comencé a escribir y a compartir mis emociones mucho antes del suicidio de Nacho -cuenta Browne-. Pensé que no iba a poder seguir escribiendo, pero pude, y para mí fue súper sanador saber que mi dolor y mi camino ayuda a otros Nachis, a otras Jess y a cualquiera que esté atravesando una pérdida, ya sea una muerte u otra. Todos sufrimos pérdidas. Especialmente en esta época de pandemia, donde todos perdimos el mundo tal como lo conocíamos y a gente querida, o conocemos a una persona cercana que perdió a alguien. Estamos en un duelo colectivo. Creo que mis lectores encontraron la manera de acompañarme y al mismo tiempo pudieron verse reflejados en mis escritos”. Browne sostiene que es necesario que se hable de temas que a veces se evita tocar: suicidio, salud mental, duelo.
En los largos meses “pandémicos”, leyó mucho. “Todo lo que me pasó por las manos -revela-. Fui sacando información para entender y poder usar mi voz, no solo como una madre quebrada, sino también con información en mi poder”. Actualmente, se sigue formando con David Kessler (”sus libros y los de Elizabeth Kübler-Ross son una maravilla”, dice), con el objetivo de capacitarse para acompañar a personas en proceso de duelo y a otras que se preparan para morir. “Ese es mi proyecto laboral. Y enseñar a correr también, porque correr fue otra gran herramienta para no enloquecer de dolor”, agrega.
Hoy, después de “meses tremendos”, Browne se siente bien y tranquila, “llena de amor y proyectos”. Aunque admite que nadie es el mismo después de la muerte de un hijo. “Me siento una privilegiada por haber tenido las herramientas para poder seguir adelante. Tuve mucha gente que me apoyó, inclusive gente que no me conocía en persona. Tuve acceso a ayuda profesional, cosa que la mayoría del mundo no tiene. Y sobre todo tuve la suerte, porque no es más que suerte, de haber nacido con fortaleza”. Hoy, la creadora de Empesares tiene una misión: “No contar mi historia sería una falta de respeto a la vida, porque puedo hacerlo y quizá cambiarle la vida a alguien, mostrándole que podemos y debemos usar la historia de Nacho para mejorar el mundo un poquito entre todos. Respeto a los que no quieran hablar de estas temáticas, pero invito a los que sí a sumarse a Empesares. Empesares que es de todos”. Y concluye: “Que el amor nos oriente”.
Padre en duelo en una metrópolis
Este mes, el sello Tusquets publicó la novela debut del editor, crítico y ensayista brasileño Tiago Ferro (San Pablo, 1976), El padre de la niña muerta, donde se narra, de manera caleidoscópica, la experiencia de un padre después de la muerte de su pequeña hija.
La hija de Ferro murió repentinamente en abril de 2016 a los ocho años a causa de una miocarditis. Por su libro, el autor recibió en 2019 el prestigioso Premio Jabuti en la categoría de ficción y el Premio São Paulo de Literatura 2019.
Ferro, que participará de la próxima edición del Filba Internacional en una actividad conjunta con la escritora Virginia Cosin, cuenta que el proceso de escritura de su “novela de no ficción” fue rápido e intenso. “Escribía todo el tiempo y en todas partes”. Muchos pasajes fueron escritos en su celular mientras estaba en las ajetreadas calles de San Pablo. “La idea venía y tenía que parar y escribirla para no perderla -grafica-. Después, al llegar a casa, hacía un pequeño repaso, pero cambiaba muy pocas cosas. Casi nunca volvía a lo que había escrito. También hay que decir que este proceso de escritura incesante no fue nada agradable. Me sentí aliviado cuando finalmente entregué el original a la editora”.
¿La escritura lo ayudó a procesar el dolor? “Es una pregunta difícil porque implica una plena conciencia de las propias emociones antes y después del libro -responde Ferro-. Lo que sí puedo decir es que solo pude empezar a escribir cuando la fase más aguda del duelo había cesado. El dolor estaba ahí, pero empezaba a reconectar con el mundo que me rodeaba. Intenté mucho más una investigación subjetiva de la sociedad a partir de esta mirada desplazada del que está de luto que contar una historia realista de lo que había sucedido”. Mediante recuerdos, registros dislocados, listas y escenas de una cotidianidad rota, la escritura de Ferro se acerca a la “escena” de una sesión de análisis, “con la diferencia de que todo se hace en aislamiento, sin el psicólogo, y el resultado debe ser una forma artística que dé sentido a lo que se está narrando”, destaca el autor.
Como pasa con el blog de Browne, el autor brasileño cree que su libro cobró una nueva actualidad con la pandemia, “no solo porque la muerte y el duelo se han convertido en tema de todos los días, sino también por otra idea que recorre la vida del narrador y que ahora se presenta abiertamente a todo el mundo, aunque lleve unos buenos veinte años en el aire: el fin del futuro”. Para el autor, por primera vez en la modernidad hay una generación que ya no confía en que progreso y la tecnología lo arreglarán todo. “Estos motores de la sociedad moderna dentro de la lógica del capitalismo nos han llevado a desastres ecológicos, a un mundo de extrema desigualdad, e incluso de su crisis han surgido formas de gobierno autoritarias y negacionistas que solo agravan la situación de todos”.
En El padre de la niña muerta, una multiplicidad de formas narrativas bordea la historia del padre enlutado. “La idea inicial era escribir un diario -dice el autor-. Y de hecho empecé el libro así, pero a medida que surgían cuestiones que escapaban al tiempo organizado y secuencial del diario (sueños, deseos, recuerdos de la infancia), este ya no cubría lo que quería, y empecé a destruirlo para que surgiera la escritura. Descubrí el libro y mi forma de escribir mientras lo hacía”. Como en la literatura, el tiempo del duelo no siempre es lineal. “No obstante, ese registro del tiempo lineal permanece en el libro con las entradas organizadas en días de la semana. Esta memoria del diario es también una crítica al tiempo supuestamente organizado del mundo del trabajo y a su correlato artístico que es la novela realista. Tal vez mi libro no vaya tan lejos, pero da una idea de que la realidad, y no solo el flujo de conciencia, puede ser mucho más desorganizada y fragmentada de lo que nos gustaría creer”.
En su novela hay referencias que pueden sorprender a los lectores argentinos: una al Diego Maradona triunfante de 1986 (foto incluida) y otra a la ensayista Beatriz Sarlo. Ferro editó la versión brasileña de Viajes. De la Amazonia a las Malvinas y conoció a la autora en el festival literario internacional de Paraty, en 2015.
Actualmente, trabaja en una nueva novela, 1976, que se publicará el próximo año. “Un extracto saldrá en la revista Granta, en portugués, en octubre -anticipa-. Creo que he conseguido retener lo que descubrí de forma literaria durante la escritura de El padre de la niña muerta para contar otra historia, que también es bastante personal, tomándome las libertades que quiera para no ser fiel a ningún concepto de verdad ni a los hechos biográficos, al igual que en el libro debut. La forma de esta primera novela me ha permitido seguir experimentando en esta nueva investigación que pone en tela de juicio a mi generación y cómo afrontó la idea de libertad en una situación de violencia urbana y apertura política, así como los futuros desdoblamientos de esta formación específica”. También la escritura perfila un más allá del duelo.
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