La mujer que jugaba con la navaja del cortaplumas, clavándola entre sus dedos sobre la mesa del Café des Deux Magots, llamó la atención de Pablo Picasso. El artista notó manchas de sangre entre las rosas bordadas en sus guantes. Le pidió a su amigo Paul Eluard que le presentara a aquella morocha de ojos azules -no recordaba que ya lo había hecho meses antes, en el set de una película dirigida por Jean Renoir- y la saludó en francés. Ella respondió en castellano.
A comienzos de 1936, hacía tiempo que Dora Maar había regresado desde Buenos Aires a su París natal. Hija de un arquitecto, Henriette Theodora Markovitch vivió toda su infancia y su adolescencia en la Argentina. Con 28 años, estaba por enamorarse con locura -literalmente- de un hombre que casi duplicaba su edad, estaba casado y acababa de tener una hija con su joven amante, Marie-Thérèse Walter.
"¿Cuál de las dos se va?", le habría preguntado esta última, mientras el malagueño pintaba el Guernica y Dora se dedicaba a registrar el proceso creativo de uno de los testimonios contra la guerra más importantes del siglo XX... donde ambas están representadas. "Les dije que tendrían que resolverlo entre ellas. Así que empezaron a luchar. Es uno de mis recuerdos preferidos", relataría más tarde Picasso según su siguiente mujer, Françoise Gilot, madre de Claude y Paloma. La misma que lo definió como un "poderoso minotauro", dispuesto a destruirlas a todas.
En manos de ese gran depredador durante una década, Dora Maar se convertiría en una de sus musas más célebres. A tal punto que un retrato suyo se remató en Sotheby’s en 2006 por 95,2 millones de dólares, y Christie’s subastará otro el martes con un valor estimado entre veinte y treinta millones.
Ella no llegó a ver eso. Sí fue testigo, en cambio, de cómo su propia carrera como fotógrafa surrealista, pintora y escultora quedaba opacada por la del hombre que convirtió en obra su sufrimiento. El mismo dolor que la llevó a internarse en un psiquiátrico y a tratarse con Jacques Lacan. Su historia es rescatada desde el año pasado en una muestra itinerante impulsada por el Pompidou, la Tate y el museo J. Paul Getty, tras haber inspirado varias biografías y una novela. En La mujer que llora (Planeta, 2013), título que evoca el célebre cuadro de 1937, Zoé Valdés recreó un viaje a Venecia que marcó en 1958 el fin de la vida pública de Maar. Cuando regresó a París se recluyó hasta su muerte, cuatro décadas más tarde.
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