“Donde hay un lector, antes hubo otro que extendió la mano”: el texto que María Teresa Andruetto leyó en la Feria del Libro
La escritora fue declarada “Amiga de las Bibliotecas Populares” por la Conabip, institución creada por Sarmiento en 1870 y cuyo futuro hoy depende de los legisladores nacionales; a continuación se puede leer completo “Bibliotecas”
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Cuando mi mamá era una niña (en un pueblo sin escuelas ni bibliotecas ni librerías) se hizo amiga de un hombre que vivía encerrado en su casa. Tenían los dos mucha diferencia de edad y mucha diferencia social, él pertenecía a una de las tres familias acomodadas del pueblo y mi mamá al resto de la población, hombres y mujeres que trabajaban con sus manos. En ese contexto se hacen amigos la niña y el hombre; él le presta libros, ella se convierte en entusiasta lectora.
Mi padre lamentaba haber dejado en Italia dos baúles llenos de libros. Extrañaba su biblioteca, por eso aun en medio de muchas carencias, siempre estábamos pagando libros en cuotas.
La biblioteca del colegio secundario no era muy grande, estaba en la dirección, se podía sacar libros en préstamo.
Mis padres -que deseaban que estudiara- no sabían si podrían costearme estudios en la ciudad. Pudieron, con mucho esfuerzo, de ellos y del Estado (universidad pública, una cama en un cuarto compartido, comedor universitario, costearme algunos libros con clases particulares o trabajo informal de correctora y muchas horas leyendo en las bibliotecas de la ciudad).
Bibliotecas y educación estatal
Durante las restricciones sanitarias de la pandemia, ordeno la biblioteca. Casi todos los libros que tenía antes del golpe de Estado, los quemamos o los presté y no volvieron o los dejé en casas de personas cuyo contacto perdí. Entre enero de 1976 y fines de 1982 no compré ningún libro; podría decir que la mía es una biblioteca con algunos libros heredados, más lo que compré desde el regreso de la democracia.
Ordenando la biblioteca puedo ver qué tipo de libros me interesó tener y cuántos perdí en el entusiasmo de llevarlos hacia otros. Ordenando, pareciera que se lucha contra la nada.
A los treinta y nueve años obtuve una beca para leer durante una temporada en la Biblioteca Internacional de Múnich, una de las más grandes, si no la más completa, de libros para niños en el mundo. La biblioteca funciona en un castillo y yo me alojé tres meses en un departamento interno, un tiempo sola y otro con una bibliotecaria rusa. A poco de regresar a casa nos escribieron a la rusa y a mí para decirnos que habíamos sido las últimas huéspedes de ese departamento, porque el escritor Michel Ende antes de morir donó su acerbo a la biblioteca y desde 1995 se exponen ahí sus libros y originales, entre ellos el manuscrito de La historia interminable en el que Bastián Baltasar Bux, escondido en un desván que solo él conoce, se sumerge en la lectura de la historia de Fantasía, en peligro porque sus habitantes y lugares están empezando a desaparecer, dejando un vacío, una “nada” en su lugar.
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La Biblioteca Nacional fue creada por el Cabildo en 1810, bajo la protección de Mariano Moreno y por eso lleva su nombre. Ahora funciona en la calle Agüero, en terrenos que fueron del palacio Unzué bombardeado en el 55 porque ahí estaba la residencia presidencial y ahí habían vivido Perón y Evita; en ese terreno de Recoleta se hizo el actual edificio ideado por Clorindo Testa en las líneas arquitectónicas del brutalismo. Antes de 1992, estaba en una casa de la calle México. En ese templo de la lectura como suele llamársele pomposamente a las grandes bibliotecas, tres de sus directores fueron hombres ciegos, José Mármol en el siglo XIX, Paul Groussac a fines del XIX y comienzos del XX y, entre 1955 y1973, Borges. El “Poema de los dones”, en el que agradece con ironía a Dios que le dio al mismo tiempo los libros y la noche, fue escrito entre 1957 y el 58. En el 59 aparece en una revista, y luego es incluido en El Hacedor, que sale en 1960. En ese mismo poema dice que otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra, aunque otro grande haya dicho antes que se repite si, pero no del mismo modo. El poema juega con una teoría que viene de Oriente y toman los griegos, la del eterno retorno de lo mismo, la idea de que la historia y la vida de los hombres se repite de la misma manera cada cierto periodo. Y también quizá con el deseo de verse como un Tiresias, el adivino ciego de la mitología griega, el andrógino que habiendo sido en un momento varón y en otro, mujer, sabe cuánto sienten, piensan, sufren y gozan los varones y las mujeres y por eso es castigado con la ceguera por Atenea. O tal vez, en el orgullo borgeano está Homero, el poeta por antonomasia, que no se sabemos si fue un hombre o una comunidad de rehenes, descendientes de prisioneros de guerra, que no eran enviados a la batalla porque no se confiaba en su lealtad, y cuyo trabajo era memorizar la poesía recibida de los antiguos, para dársela a las nuevas generaciones. Esa idea colectiva de la literatura de un país y de una lengua, literatura hecha no solo de escritores, hecha sobre todo de lectores, está en el centro de mi modo de pensar.
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La primera biblioteca popular nació en 1866 (antes de crearse la red Conabip) y sigue abierta, es la Biblioteca Franklin de San Juan, la biblioteca popular más antigua de Sudamérica y lleva el nombre de Franklin de quien Sarmiento tomó la revolucionaria idea del préstamo domiciliario.
La figura de Sarmiento en torno al mundo de la lectura y la instrumentación bibliotecaria es desbordante y la creación de las bibliotecas populares a lo largo y ancho de nuestro territorio es parte de un proyecto de nación moderna ligada a lo escrito y lo impreso y a lo que él llamó la educación del soberano.
La concepción de biblioteca popular resulta de la articulación compleja, por momentos tensa, entre el poder regulador del Estado y el espacio creativo de la sociedad civil. Asociaciones civiles autónomas creadas por iniciativa de vecinos de una comunidad, ofrecen servicios y espacios de consulta, expresión y desarrollo de actividades culturales, de lectura y extensión bibliotecaria. Están dirigidas y sostenidas principalmente por sus socios, y pueden brindar información, educación, recreación, animación sociocultural, préstamo de libros y servicios multimedia. Las hay en la capital del país, en las capitales de provincia, en las ciudades pequeñas, en los pueblos, en la meseta patagónica, a orillas del mar, trepadas en caseríos de la cordillera o en islas del delta. Las hay con grandes edificios, antiguos, señoriales o derruidos, y construcciones nuevas, en viejos ómnibus o vagones de trenes y también en casas de familia, como la biblioteca de Mar del Tuyú que está en la casa de María y nació por necesidad de contar con un espacio para que los chicos del barrio tuvieran un lugar donde leer cuando el verano termina y los turistas se retiran.
Caracterizadas por la diversidad, en algunas se da la copa de leche, apoyo escolar, en otras hay dentistas para atender a los vecinos en forma gratuita y hasta servicio de peluquería social. Las hay de larga tradición cooperativa y entre las más antiguas, muchas con raíces socialistas y anarquistas. La Franklin de San Juan ocupa un edificio entero, la Borges de Bariloche nació en un contenedor, la infantil Del otro lado del árbol, abierta a un parque en La Plata, comenzó en 2011 en un parque público frente al mayor hospital de niños de la ciudad gestada por Paula Kriscautzky como homenaje a su hija Pilar, fallecida de cáncer a los cinco años. La Nicolás Avellaneda, de Cosquín, se crea en 1934 por el Partido Socialista para enseñar a la gente del barrio a leer y escribir. La Víctor Navajas de Virasoro, en Corrientes, ocupa el lugar de las actividades culturales en una ciudad de 48.000 habitantes que no tiene librerías. En zonas aisladas algunas funcionan también como teatro, cineclub, lugar de encuentros comunitarios, espacio de estudio o de inclusión digital porque ofrecen wifi, como la biblioteca popular Cabana, en mi pequeño poblado, a la que los chicos de la zona se acercan, aun cuando esté cerrada, para utilizar internet. En la popular Manuel Ugarte, de Parque Chacabuco, en Buenos Aires hay una vitrina dedicada a literatura peronista, una sección especializada en feminismo y obras de ficción de autoras contemporáneas, todo por demanda de su comunidad. En la Saavedra, del barrio homónimo, los usuarios son sobre todo jóvenes que van a estudiar, la Bayer de La Angostura tiene un proyecto de cine en los barrios y en las comunidades y una colección bibliográfica sobre historias de hombres y mujeres patagónicos. La Mariano Moreno de la localidad correntina de Mocoretá se especializó en historietas para satisfacer a sus lectores adolescentes, mientras que la Sánchez Viamonte, abierta hace más de 80 años en el barrio porteño de Recoleta, no logra adaptarse a la transformación del entorno porque lo que en una época fue un barrio obrero pasó a ser una zona de gente que ve a la biblioteca como de izquierda. La Biblioteca Popular Vélez Sarsfield, de barrio General Paz, Córdoba, fundada el 11 de mayo de 1909 e íntimamente unida a la vida del escritor Juan Filloy es la más antigua de Córdoba y su exquisito edificio de la calle Lima fue declarado Monumento Histórico provincial.
Las bibliotecas populares tienen que ver con espacios democráticos, de resistencia. Son un lugar de encuentro, contención y abrigo, para quienes se ven relegados por otras instituciones. En ellas se observa el esfuerzo de tantas personas para mantener vivos y vigentes espacios de sociabilidad y de irradiación de diversos saberes. En nuestro país han resistido a múltiples crisis económicas, políticas y sociales. El modelo argentino sirvió como orientador para la creación de otras redes, con otros sistemas, en otros países del continente. Colombia tiene un gran desarrollo de bibliotecas, los bibliotecarios se forman en sus carreras como agentes de paz y las bibliotecas comunitarias son motivo de orgullo de la población, que las defiende de un modo conmovedor. En días de acrecentamiento de la violencia en ese país un bibliotecario escribe Antes que tener una relación con la lectura, tuve una con los libros y, antes que, con los libros, fue con mi tío. Leía porque a mi tío le gustaba que lo hiciera, luego porque los libros eran objetos maravillosos que me sacaban de problemas, y ahora porque es la mejor forma de hacer surgir preguntas con la misma facilidad con la que salían en mi niñez. Por eso me uno a la lucha que millones de personas están librando para que las palabras sustituyan a las armas en la confrontación política. Y una amiga de Bogotá me cuenta que los CAI, miniestaciones de policía en los barrios están siendo apropiados por miembros de la comunidad y convertidos en bibliotecas, inmediatamente después de los incendios. Jóvenes y viejos llevan libros y ponen pancartas que dicen: esto es una biblioteca de la comunidad. Dice mi amiga, una mujer que ha pasado los 70 y que toda la vida trabajó por la construcción de una sociedad lectora: “Solo cosas como estas me dan algo de aliento y me dejan pensar que no todo está perdido”.
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La lectura de un libro puede provocar en nosotros una cierta revolución individual. Esos cambios personales tienen, si se dan en gran escala, efectos en la sociedad. Yo no le pediría a la literatura que desde un gesto individual transforme a una sociedad, no le pediría tanto, pero sí creo en el poder transformador de la lectura cuando la construcción de lectores se convierte en una cuestión de Estado, en una cuestión política, a través de la escuela, los programas sociales y las bibliotecas públicas.
En un libro de entrevistas a la documentalista chilena Carmen Castillo, Diego Tatián cuenta que Horacio González cuenta que el poeta René Char (quien fue partisano de la resistencia francesa) contó que cierta vez tuvieron que disponer de un campo para que aterrizaran aviones ingleses que apoyaban a los partisanos. El dueño del campo al que pertenecía el suelo apropiado, puso como condición que no se derribara un viejo nogal. La condición era imposible de cumplir y el campesino terminó aceptando que quitaran el árbol. Pero resulta que el árbol cae y los hombres escarban para desenterrar la raíz principal y esa raíz los lleva hasta el fémur de un guerrero enterrado ahí desde la edad media, sepultado con su armadura y una nuez en el bolsillo. De esa nuez había nacido el nogal.
Donde hay un lector, antes hubo otro que extendió la mano.
Siempre ha sido así y lo seguirá siendo
Un bibliotecario tiene nueces en los bolsillos. De esas nueces pueden surgir árboles.
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