¿Dónde estaba Bobby Fischer?
Hasta donde se sabe no se puede viajar al pasado, pero a veces alcanzan los libros en dosis desorbitadas para tener el recuerdo falso de haber estado ahí. Un ejemplo: en alguna que otra duermevela me viene la impresión de estar entre los espectadores del campeonato mundial de ajedrez que tuvo lugar en Reikiavik, la capital de Islandia, en 1972. De un lado, Boris Spassky, el soviético que detentaba el título; del otro, su oponente, el impredecible Bobby Fischer.
"El aniversario se demora por una simple razón: Fischer no se presentó ni a la hora ni el día señalados"
Impredecible es la palabra. De hecho, si no fuera por la volatilidad del genio estadounidense, estaríamos recordando en esta misma línea que mañana se cumple medio siglo de aquel cruce que capturó la atención del planeta como reflejo simbólico de la Guerra Fría. El aniversario se demora por una simple razón: Fischer no se presentó ni a la hora ni el día señalados. De hecho, ni siquiera se encontraba en la isla el 1° de julio en que se presentó oficialmente el evento en el Teatro Nacional de Reikiavik (las partidas se llevarían adelante, en cambio, en un palacio deportivo). Ahí estaban todos mirándose entre desconcertados e irritados (dice mi recuerdo implantado): Spassky y su equipo, las más altas autoridades islandesas, el embajador de Washington, el de Moscú. El paradero del ajedrecista de 29 años era una incógnita: pronto se sabría que usaba de búnker la casa de un compañero de la infancia en Queens.
Un ataque de pánico, puede pensarse. O una estrategia para poner de punta los nervios de su rival. Tal vez. Contra todo, el factor principal –como demostraron mucho después David Edmonds y John Eidinow en su imprescindible Bobby Fischer se fue a la guerra– no eran tanto las tensiones geopolíticas o la ansiedad de que un americano pudiera terminar con la hegemonía soviética en el ajedrez, sino una cuestión de billetes. Fischer, sin importarle mucho las consecuencias, reclamaba un pozo mucho mayor del pactado.
Kissinger inauguró la conversación telefónica con Fischer diciendo: “El peor jugador del mundo llamando al mejor jugador del mundo
Cómo se salió de ese laberinto no es algo que los expertos (ni mi presencia imaginaria por aquellas coordenadas de tiempo y espacio) puedan resolver de manera fehaciente. Por un lado, apareció un multimillonario inglés, que, sin tener simpatía por Fischer, decidió aportar dinero para llegar a más que duplicar el monto. Ni así Bobby cedió: el magnate tuvo que aguijonearlo sugiriendo que tenía miedo de perder. Por otro lado, vía un amigo del millonario, entró a tallar Henry Kissinger. El entonces asesor de seguridad de Nixon negó siempre que lo suyo hubiera sido una gestión oficial. Solo era un aficionado del ajedrez, sostendría mucho más tarde, como sugiere la frase con que inauguró –después habría más, ya el match en curso– la primera conversación telefónica: “El peor jugador del mundo llamando al mejor jugador del mundo”.
Recién entonces Fischer partió a Reikiavik, aunque para ese momento la supervivencia de la serie volvía a estar (valga la imagen) en jaque. Los soviéticos presionaban a su jugador para que retornara a la URSS. De parte de Fischer y fuera del tablero hubo, sin embargo, un gambito magistral: una carta a Spassky donde le pedía disculpas, apelaba a su caballerosidad y a la emoción de las partidas por venir.
El 11 de julio fue, entonces, la verdadera fecha inaugural. Fischer llegó seis minutos tarde, después de que el árbitro hubiera puesto en marcha el reloj y Spassky hubiera avanzado dos casillas el peón de la reina. Todo indicaba tablas, pero Fischer, que jugaba con las piezas negras, cometió un error insólito, al sacrificar un alfil. El soviético se llevó esa partida. Fischer despotricó contra los ruidos de las torres del circuito cerrado de televisión. No se presentó al siguiente encuentro. ¿Cómo se pasó de esa debacle inicial al puntaje final de 12 y ½ a 8 y1/2 en favor de Fischer? Es una trama formidable, que continuó hasta finales de agosto de aquel lejano 1972. Pero como los recuerdos falsos también saben de suspenso, mejor dejar para esas fechas, medio siglo después, el final de la historia.