Don Juan de las Siete Letras
Juan Filloy (1896-2000) fue uno de los escritores argentinos más originales del siglo XX. Sus obras influyeron en varios de sus contemporáneos como Leopoldo Marechal y Julio Cortázar. La reedición de La Potra (Interzona), una narración de fuerte erotismo y debates intelectuales, considerada por el propio autor como su mejor novela, rescata la figura de un creador audaz y solitario
Durante muchos años fue casi un desconocido y nunca se le reconoció el lugar que merecía en el caprichoso pequeño universo de la literatura argentina. Aún ahora, pasados tres años desde su muerte, todavía Juan Filloy no ingresa en ese Olimpo, se lo lee muy poco y cuanto se sabe de él son mitos algo frívolos: que todos los títulos de su cuantiosa obra (más de 60 títulos) tienen siete letras, que vivió más de cien años cultivando la escritura en solitario y que por décadas sus libros sólo circularon en modestas ediciones que él enviaba por correo a sus amigos.
Todo eso es cierto, pero hay mucho más: don Juan Filloy ("se pronuncia Fi y oy y no Fi l oy -solía aclarar- porque es gallego y no irlandés") llegó a ser uno de los más originales escritores del siglo XX en toda la lengua castellana y alguien a quien ya es hora de que se conozca y se lea mucho más.
Nació y murió en una misma ciudad, Córdoba, pero vivió la mayor parte de su larga vida (1° de agosto de 1896 - 15 de Julio de 2000) en Río Cuarto, donde fue juez y se convirtió, de hecho, en figura emblemática de la región. La importancia de su obra fue advertida por muchos, pero particularmente por Bernardo Verbitsky que, en 1967, prologó la segunda edición de la gran novela filloyana Op Oloop y llamó la atención sobre la prolongada, inexplicable "ineditez" de ese cordobés de prosa casi perfecta y asombrosa audacia intelectual, que parecía condenado al pertinaz olvido de la crítica académica.
Por supuesto, Filloy mismo contribuyó a la construcción del mito con sus raras costumbres: además de las siete letras, su afición a la palindromía, su proclamada vocación prostibularia, su fobia antiporteña, su empecinamiento por permanecer al margen de toda farándula y, sobre todo, la abrumadora erudición que podía apreciarse, cada tanto, en las páginas de este suplemento, pues fue columnista de LA NACION durante más de medio siglo.
Pero esa erudición también fue obstáculo para su reconocimiento público. Y es que quien lee su obra advierte enseguida que está frente a una verdadera enciclopedia. El castellano adquirió en Filloy una precisión absoluta y puede afirmarse que ningún otro escritor lo utilizó como él, que se jactaba de conocer, y usar, los más de 70.000 vocablos de nuestra lengua. Por eso su prosa es casi perfecta y por eso mismo es tan difícil leerlo y cuesta tanto comprenderlo sin la asistencia de un diccionario.
El corpus textual que creó es complejo no sólo por lo abundante sino por su vocación experimental, la osadía de su estilo vigoroso y personalísimo, y la vigencia filosófica de su producción, que abarcó todos los géneros. Se adelantó a Henry Miller y Charles Bukowsky en la indagación de las posibilidades literarias de la coprolalia y el lenguaje descarnado; en sus ensayos sobre cine anticipó en casi medio siglo muchas concepciones de la vanguardia de la crítica ( Yo yo y yo ); teorizó con originalidad y coraje sobre crítica literaria ( L´Ambigú ); y escribió novelas que fueron precursoras de la novelística nacional hoy más consagrada.
Filloy ya era barroco cuando nadie hablaba siquiera del barroco literario latinoamericano y prácticamente reinventó la parodia, recurso que medio siglo después consagró a Soriano, Ibargüengolitia, Rushdie y John Irving, por citar sólo algunos. Su obra es un infinito ejercicio de realismo alusivo, de ironía constante, una especie de comedia humana. Por eso creo que Filloy es una especie de Balzac argentino: por el volumen y el valor de su literatura, que es una mirada aguda y omnicomprensiva sobre la sociedad argentina del siglo XX.
Ya en 1934 Alfonso Reyes lo llamó "progenitor de una nueva literatura americana", pero su fama hoy sigue siendo más personal que literaria. Durante décadas él mismo no hizo nada para que su obra fuese leída por el público. Entre 1930 y 1939 publicó siete libros en forma privada y en tiradas de entre 300 y 500 ejemplares, que pagó él, en la Imprenta Ferrari Hermanos, de Buenos Aires, y que hacía llegar a sus lectores uno por uno "porque así procuraba -decía- escapar de la censura y preservar mi reputación judicial". Y es que en aquellos años la censura en la Argentina era feroz: la intendencia de Buenos Aires le negó autorización para publicar Op Oloop , calificada en 1935 de "pornográfica y ofensiva a la moral y las buenas costumbres".
Después de esos siete libros se mantuvo casi 30 años sin publicar. Hasta 1967 hay una enorme pausa en su bibliografía, aunque no dejó de escribir ni un solo día y fue guardando su obra inédita en una caja fuerte. Durante esos años su labor como magistrado lo forzó al recato y le impidió hacer pública la constante impudicia de sus textos, así como sus opiniones polémicas, abundantes en sus textos. Entre 1967 y 1973 aparecieron sus tres novelas más conocidas ( Estafen , Op Oloop y La Potra ) en la editorial Paidós, pero en 1973 retomó su vieja costumbre de hacer ediciones de autor, semicomerciales, en la Imprenta Hermanos Macció, de Río Cuarto.
De padres analfabetos, nació y se crió en un almacén de ramos generales llamado "La Abundancia". En sus ratos libres estudiaba y asistía a bibliotecas ambulantes para leer a escondidas. Cuando en 1912 sus padres instalaron una sala de proyección de películas mudas a la que llamaron "Cine Imperial", se aficionó para siempre al nuevo arte. Cursó el Colegio Nacional de Córdoba y luego la Facultad de Derecho de la UNC. De joven fue, también, caricaturista del diario La Voz del Interior y participó activamente en las luchas por la Reforma Universitaria de 1918 "abatiendo retratos y estatuas del Obispo Trejo y Sanabria". Se recibió de abogado y marchó a Río Cuarto a comienzos de 1920, por sólo dos meses y "para probar", pero se quedó 64 años.
Como funcionario judicial recorrió todo el escalafón hasta alcanzar la máxima jerarquía: presidente de la Cámara Federal de Apelaciones. Autodefinido como de ideas socialistas, jamás se afilió a partido alguno ni estuvo cerca del poder, civil o militar. Demócrata y libertario, escribió una de las primeras novelas antidictatoriales de los años 70 ( Vil & vil ). El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 lo encontró publicando, a los 82 años, una novela paródica del golpismo por la que una mañana lo detuvieron para interrogarlo. Durante horas estuvo encerrado con tres altos jefes militares, a los que respondió con una clase magistral sobre el significado de la literatura.
La vida de Filloy fue un ejemplo de libertad y de virtud, de consecuencia entre lo que hizo y lo que pensó, y eso explica que su obra esté tan llena de ironía, espíritu crítico y sentido ético. De hecho, las suyas son novelas morales y acaso por eso fue siempre un intelectual solitario que abrevó en las culturas griega, francesa, británica, alemana e italiana, cuyas lenguas hablaba y leía con solvencia. Llegó a cartearse con Sigmund Freud en alemán y dominaba el griego, idioma que estudió cuando recorrió Grecia y Egipto y navegó todo el Nilo. De esa experiencia nació su primer libro: Periplo (1930). Respecto de la literatura argentina, se sentía más cerca del Grupo Boedo aunque tenía amigos también en Florida, pero, solía decir, "nunca me metí en las discusiones de los porteños".
La judicatura le permitió, durante medio siglo, reflexionar sobre las miserias humanas. Su primera novela, Estafen (1932), es de tema judicial y literariamente prima de El Proceso , de Franz Kafka. Allí asoman caracteres que hoy no asombran pero que en los años 30 eran una revolución en la literatura argentina, tan lugonianamente pacata. Claro que tuvo que pagar un alto costo, silenciado por el establishment literario y condenado por la moralina popular y la iglesia cordobesas por "inaccesible y mal hablado".
No hubo género que no frecuentara ni estilo que no intentase y su influencia sobre sus contemporáneos es mucho más evidente que admitida. Es obvio que Leopoldo Marechal se inspiró en Op Oloop para su novela El banquete de Severo Arcángelo , del mismo modo que es evidente la deuda lingüística de su Adán Buenosayres . Muchos textos de Julio Cortázar abrevaron también en Filloy: en Rayuela lo menciona y en cierto modo sus clochards recuerdan a los linyeras de Caterva . Como fuere, es una verdadera lástima que la crítica no haya estudiado aún las relaciones entre estos autores. Un estudio de las correspondencias intertextuales entre Filloy, Cortázar, Marechal, Borges y muchos otros arrojaría resultados asombrosos.
Lo cierto es que en su larga trayectoria, don Juan frecuentó a todos los escritores de su generación. Junto a él y escuchando sus gruesos comentarios, yo he visto fotos en las que está con casi todos los más renombrados autores argentinos de los últimos 70 años. Filloy admiraba la poesía de Lugones, no le interesaba Roberto Arlt, desconfiaba de Macedonio y apreció siempre más a Bioy Casares que a Borges, de quien llegó a decir que "escribía bastante bien, pero le faltaba calle. En Borges no hay coito, no hay sangre".
Sus escritores preferidos eran John Donne, Baudelaire, Valéry, Lugones y Neruda, entre los poetas. Y como narradores: Karl Joris Huysmans, Marcel Schwob, Ramón del Valle Inclán, Rafael Pérez de Ayala, Horacio Quiroga, Juan Rulfo y Alejo Carpentier. Fue amigo de Miguel Angel Asturias y Nicolás Guillén. Los dos lo visitaron en su casa de Río Cuarto, y con Guillén, en 1951, conoció en Cuba a Ernest Hemingway.
Aunque se ocupó de que ningún aspecto de su vida personal apareciese en sus libros, Filloy está, como todos los escritores, presente en la cosmovisión de sus personajes. Es inevitable pensar que Optimus Oloop es su alter ego, como lo son el narrador de Estafen , el dialogante Elvirus de Tal cual , el joven soldado de Vil & vil o el potente ensayista de Yo yo y yo . Todos ellos son metódicos y solitarios, cualidades netamente filloyanas. Fue vivir con método lo que le permitió llegar a los 105 años en plenitud de sus facultades. Fumó unos pocos cigarrillos y cuatro pipas diarias hasta que abandonó el tabaco a los 85 años. Bebió media botella de vino con cada almuerzo y cada cena. Durmió una hora y cuarto de siesta todos los días. Y sus personajes narrativos son como él: Optimus es un estadígrafo que lleva cómputos de todo y en muchos de sus cuentos y ensayos aparecen clasificaciones que delatan su íntima necesidad de ordenar el cosmos en cuentas y listados. Estas características no fueron sólo literarias: él mismo encuadernaba sus manuscritos, que hoy atesora su familia.
Respecto de las siete letras de los títulos de sus libros, es un dato simpático pero no hay allí los simbolismos que se han imaginado y sobre los cuales se han escrito interpretaciones rebuscadas. "No significa nada -se reía él-. Todo responde a juegos de espíritu, síntesis y proporción, no a cuestiones esotéricas." Pero es cierto que el número siete aparece también en otros hechos: sus libros de cuentos los integró casi siempre con siete relatos ( Gentuza , Los Ochoa , Tal cual ); dividió muchas de sus novelas y libros en siete partes (o en su múltiplo: catorce) y en su primera etapa publicó siete libros y se llamó a silencio por 28 años.
Si bien Filloy no alcanzó el reconocimiento que merecía, también es cierto que no le faltaron honores. Recibió varias distinciones e incluso fue propuesto, desde las páginas de LA NACION, para el Premio Nobel de Literatura.
Siempre anheló -y logró- ser un hombre de tres siglos: "uno que nació en el Diecinueve, vive todo el Veinte y alcanza a gatear en el Siglo Veintiuno", y supo siempre cómo quería morir: "Sano y de repente: por bala, rayo o síncope". También lo consiguió: su corazón se detuvo después de 105 años de marcha.
Escribo lo anterior a la hora de celebrar la reedición de La Potra , que Filloy consideraba la mejor de sus novelas. Terminada en noviembre de 1967, se publicó por primera vez en enero de 1973 con el subtítulo: Estancia Los Capitanejos . Novela de pasiones, transcurre en una típica estancia británica de la pampa argentina y alguna vez Filloy admitió la semejanza de esta obra con El amante de Lady Chaterley , de D. H. Lawrence. Novela de sexo y de debates intelectuales, de fuerte erotismo en un contexto de costumbrismo gauchesco, el tema es la furiosa lucha de los instintos contra las represiones, versión filloyana de la tensión entre civilización y barbarie.
Tuve el privilegio de ser su amigo durante casi veinte años y sé que Juan Filloy fue un tesoro para la literatura argentina. Un tesoro ignorado, cierto, pero que estamos a tiempo de redescubrir. Ojalá este texto contribuya a ello.
Perfil
Familia: Juan Filloy nació y murió en Córdoba. Sus padres eran analfabetos y se crió en un almacén de ramos generales.
Estudios: cursó el Colegio Nacional y luego la Facultad de Derecho donde se recibió de abogado. Fue caricaturista del diario La voz del Interior y participó en las luchas por la Reforma Universitaria de 1918.
Estilo: Filloy ya era barroco cuando nadie hablaba todavía del barroco literario latinoamericano y prácticamente reinventó la parodia. Su obra es un ejercico de ironía constante.
Novelas: Estafen , Op Oloop , Caterva , La potra , Vil & Vil , L´ambigú , La purga , Sexamor , Decio 8a.
Libros de poemas: Balumba , Finesse , Usaland , Elegías , Sonetos .
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