Doble historia del pasado
La primera novela del historiador Federico Lorenz aborda los años de la militancia armada y el conflicto de Malvinas entre la parodia y la crítica
Ismael, como el héroe de Melville, es el "nombre de guerra" del narrador de esta historia: un integrante de la organización Montoneros que ve cruzar su ballena blanca por las aguas heladas del océano austral, llevándose crucificadas sus utopías, junto a los compañeros muertos de la adolescencia y la primera juventud. Nacido en 1970, cuando esa generación despertaba a las ilusiones revolucionarias, el historiador Federico Lorenz, autor de excelentes ensayos sobre la cuestión Malvinas, encuentra en su primera novela una mirada de "distancia empática" para abordar dos hechos capitales de nuestro pasado reciente: la militancia armada y la guerra de 1982.
El lector descubrirá por qué y de qué modo un grupo de montoneros derrotados y errátiles llega para levantar la bandera argentina en las islas que los militares acaban de recuperar. La conexión histórica entre ambos hechos no es inverosímil, ya que la reconquista de Malvinas formaba parte esencial de su ideario nacionalista. Tampoco es forzada la estrategia literaria en una narración que fluye con la naturalidad de un buen relato de aventuras, aunque no sea sólo eso. Bajo la superficie amable, y divertida por momentos, de su épica burlona, Montoneros o la ballena blanca ejerce una crítica matizada, practica la perspectiva múltiple, ataca los estereotipos, desacraliza e ironiza, sin dejar de lado una comprensión entrañable de sus héroes.
Lo que inquieta no es poco: aunque conmovedoramente frágiles frente a la maquinaria implacable del terrorismo de Estado, por momentos los combatientes montoneros se parecen demasiado a su enemigo: en la creciente militarización, en la intransigencia de las proclamas y comunicados (verdaderos y apócrifos) intercalados en el texto, en el similar desdén por la vía democrática. Por otro lado, cada vez se vuelve más evidente que su empresa desesperada está lejos de concitar el apoyo popular. El abismo entre la gente común y las células guerrilleras, ahondado por la represión, se ha intensificado, y los ha condenado a sentirse, en su país, más kelpers que los isleños. Únicamente el sueño de la trascendencia y la lealtad hacia los caídos (los de las Malvinas, los de sus propias filas) es lo que los sostiene hasta el final en una lucha condenada al fracaso. Hacia ella arrastran a los vencidos de otras batallas, capaces de aglutinarse bajo un estandarte antibritánico: el Colorado Riordan, "Irish Peronist" que apoya al IRA, o los veteranos alemanes recalados en la Patagonia. Todos estos personajes, desde los militantes montoneros hasta los marinos de la Segunda Guerra Mundial, son profundamente sinceros. Pero hay en todos ellos también algo descolocado, fuera de tiempo y de lugar, traspasado por valores inaplicables o que han perdido vigencia en la realidad. La conciencia de esos desfases y los momentos de duda (sobre las propias fuerzas, las disidencias internas, la conducción ausente que opera en el exterior) afloran no pocas veces en el relato de Ismael quien, sin embargo, no ceja en su misión autoimpuesta. Quizá porque, como lo ha sentenciado su jefe (alias el General), nadie puede dejar de ser lo que es.
Montoneros o la ballena blanca