Doble historia de fugitivos
La última novela de Antonio Muñoz Molina propone una sutil vuelta de tuerca a la autoficción , con una trama que cruza el presente, la juventud del escritor y la sombra de un magnicida
Esta nueva novela del español Antonio Muñoz Molina (Jaén, 1956), Con la sombra que se va, es también un tratado sobre la ficción y en particular sobre la llamada "autoficción" tan vigente hoy, donde la máscara autobiográfica se muestra libremente como tal, sin abandonar, por ello, una ambigua y compleja intención confesional, una pretensión de verdad simbólica.
Un narrador, proyección ficticia de su homónimo de la realidad (el propio autor), nos embarca en el relato de dos historias paralelas, imbricadas entre sí gracias a una tercera: la novela que estamos leyendo y que las incluye. El objetivo de ésta parece centrarse en la fuga que James Earl Ray (foto), el asesino de Martin Luther King, emprendió desde Memphis, ciudad del crimen, hasta Lisboa, en la que permaneció del 8 al 17 de mayo de 1968. Pronto veremos que no es tan simple; también estamos leyendo la historia de otra clase de fugitivo: un joven Antonio Muñoz Molina, funcionario municipal en Granada y escritor en sus ratos libres, que viaja a la misma ciudad portuguesa para encontrar la atmósfera de El invierno en Lisboa (1987), novela que lo instalaría luego en un lugar relevante de la nueva narrativa española.
Los dos personajes: el asesino y el escritor en ciernes, son, a su vez, contemplados, tamizados, a veces juzgados por la mirada del Muñoz Molina maduro, capaz de desdoblarse para aquilatar, a la distancia, su propio pasado y meditar sobre los enigmas de la literatura y el tiempo. O sobre la identidad que se destruye y se reconstruye en el tiempo, como gran enigma y nudo esencial de toda literatura. Desde esa perspectiva, las dos historias van desplegándose, a menudo en capítulos alternos: uno dedicado a Ray, y otro al aún inexperto novelista que ha huido de su trabajo y de su familia, y explora las posibilidades de la narrativa y de la vida.
Los tres, aun el narrador personaje del relato primero, en el presente novelesco, son de algún modo fantasmas, sombras que se han ido o que pronto se irán, pero rastreables, sin embargo, en las traiciones y las lealtades de la memoria, en la multiplicidad de las huellas que dejaron a su paso, en los contradictorios testimonios y en los trazos de sus propias escrituras. Aunque, desde luego, el peso de la reflexión metaliteraria carga sobre los Muñoz Molina (el joven y el mayor), la carga existencial más conmovedora se coloca de manera inesperada sobre Ray, lector salvaje que devora periódicos, novelas de espías y libros de divulgación sobre el funcionamiento de la mente humana. Hijo de alcohólicos, indigente criado en el odio, el abandono y el maltrato, cae pronto en la delincuencia. Desde la prisión, intenta, como puede, explicarse el mundo: buscar un código que entresaque la verdad de los mensajes contradictorios de la prensa, entender la política y los avances científicos. Pero sus herramientas son paupérrimas: enciclopedias atrasadas, libros desactualizados, el material de desecho que los seres también desechados por la sociedad consumen en la biblioteca carcelaria.
No se trata de justificar al magnicida. Muñoz Molina logra algo muy superior: acercarse a la comprensión (y por momentos hacia la compasión) del extraño Ray, ansioso por trascender, solitario, maniático, tímido y oscuro, patético en su afán de apoderarse de las claves de la realidad. Tras su detención y condena por la muerte de King, él también se convertirá en escritor, pergeñando vanos intentos autobiográficos exculpatorios, donde se presenta como el mero engranaje de una conspiración que nunca podrá ser comprobada. Martin Luther King, admirable pese a sus debilidades y también por ellas, es asimismo el objeto de un condensado retrato por parte del personaje narrador Muñoz Molina, que muestra en ambos, víctima y victimario, sugestivos puntos de contacto con su propia biografía.
Como la sombra que se va se desenvuelve en meandros, con andadura morosa, de gran espesor descriptivo. Despliega un mundo marcado por el abigarramiento sensorial, de cargada materialidad, abarrotado de mínimos detalles y sutilezas de la percepción, que se reiteran capítulo a capítulo. Sin diálogos, el texto se expande de manera ininterrumpida en sensaciones, sentimientos, pensamientos, sólo contrastados por el lenguaje declaratorio espigado de los expedientes y los testimonios que se refieren a Ray.
Para ser mejor leída, dentro de su propia poética, seguramente requiere avanzar también con lentitud, en pequeñas dosis, a la espera de los no pocos hallazgos conceptuales y metafóricos que depara su prosa. En palabras de Muñoz Molina, podría decirse, cambiando el verbo escribir por el verbo "leer", que "una novela es un estado de espíritu, un interior cálido en que uno se refugia mientras la escribe, como un capullo que va tejiendo hilo a hilo desde dentro, encerrándose en él, viendo el mundo exterior como una vaga claridad al otro lado de su concavidad traslúcida",
La cuestión de la forma se plantea explícitamente en esta novela metaliteraria. ¿Cómo debe contarse una historia? ¿Dónde y cómo la vida se transforma en relato? ¿Dónde están el principio y el fin? Si el cerebro humano (dice el narrador) busca insaciablemente límites, cauces, sentidos, historias coherentes, Como la sombra que se va, sin dejar de aceptar estas leyes generales del conocimiento y de la narración y de someterse parcialmente a ellas, nos deja entrever también la insuficiencia de todo contar, los cabos siempre sueltos. La historia de Ray y de su crimen queda abierta como un manojo de conjeturas, no cede a las teorías de una vasta conspiración, que él mismo alimentó y que otros tejieron, quizá porque sólo así resultaba posible encontrar alguna lógica para la atrocidad de su magnicidio solitario. Con más razón, sigue abierta la historia del narrador-novelista. Por eso evoca la respuesta de Ginés de Pasamonte a Don Quijote, cuando éste le pregunta si ya ha terminado su relato autobiográfico, "y Ginés le responde: ¿Cómo puede estar acabado, si no está acabada mi vida?". C
Como la sombra que se va
Por Antonio Muñoz Molina
Seix Barral
536 páginas
$ 249