Distinción y libros como postre
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El martes y el jueves de la semana pasada, hubo dos acontecimientos que tuvieron como protagonistas a sendas personalidades de la cultura que admiro desde muy joven. Voy a ir por partes.
El martes, se entregó el diploma de “personalidad destacada en el ámbito de la Cultura”, otorgado por la Legislatura de Ciudad de Buenos Aires, a la escritora e historiadora María Sáenz Quesada. El acto se desarrolló en un salón de la institución cuyo nombre, Raúl Alfonsín, estaba muy ligado a la homenajeada y también a la mayor parte del público que asistió al acto, casi todos muy unidos a quien fue, hasta no hace mucho, directora de la renombrada y popular revista Todo es Historia, fundada por Félix Luna. Habló en primer lugar la legisladora Paola Michielotto, en representación de la impulsora de la iniciativa María Luisa González Estevarena. Señaló algo que repitieron todos quienes integraban el panel de oradores: Sáenz Quesada acercó el conocimiento de la historia nacional al público lector, “más allá de su ideología”.
Adalberto Rodríguez Giavarini, exministro de Relaciones Exteriores de la Nación, por su parte, recordó la época en que María, secretaria de Cultura del primer gobierno autónomo de la ciudad; y él, ministro de Economía, discutían temas presupuestarios imbuidos del fervor monetario de Shylock, el mercader de Venecia shakespeareano. Ella luchaba como una gladiadora para conseguir, primero, algunos pesos más; por último, resignada, centavos; él se rehusaba cual esfinge muda e inconmovible. Giavarini, por cierto, elogió las investigaciones y los libros ecuánimes de Sáenz Quesada. Después habló la actual directora de Todo es Historia, Eliana de Arrascaeta, que antes había secundado a Sáenz Quesada. Las dos, señaló, no siempre pensaban lo mismo; sin embargo, las discusiones nunca terminaron en enfrentamientos porque siempre privilegiaban una certeza: “El conocimiento es la única manera de superar las diferencias; por eso María valora tanto el saber y se dedica a la vida académica”.
Natalio Botana, presidente de la Academia de la Historia, sentó una premisa: “Un buen historiador es aquel que sabe escribir. Y María nos ha regalado durante estos largos años la feliz novedad de su escritura”.
Todos destacaron la objetividad y el equilibrio con que la historiadora ha tratado temas candentes de los siglos XX y XXI. Dos de sus libros son el ejemplo perfecto de esas virtudes. La Libertadora, donde no se priva de hacer críticas al gobierno que depuso al general Perón, pero tampoco deja de señalar los méritos que tuvo en temas educativos y culturales. La segunda obra es Isabel Perón en la que expone los desaciertos de la expresidenta, pero también las dificultades que sobrellevó.
Dos días después, María Sáenz Quesada estaba sentada, junto a cincuenta invitados en el salón del departamento del embajador Maximiliano Gregorio-Cernadas y de su esposa, la musicóloga y crítica musical Cecilia Scalisi. Se celebraban los 92 años de Juan José Sebreli. Antes de la gran sorpresa final, hubo un intermedio musical en el que la pianista Melina Marcos interpretó piezas de su reciente álbum Compositoras argentinas. Dos siglos de música: “Estampas porteñas”, de Magda García Robson; el primer movimiento de la “Sonata” de Celia Torre; y “Milonga”, de Lía Cimaglia Espinoza.
La atracción de la reunión fue la torta, idea de Marcelo Gioffré, que reproducía, en proporciones mucho mayores, la tapa de la primera edición de Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, el primer best seller de Sebreli. El marrón de la portada se había logrado con mousse de chocolate amargo; las letras, con pasta de azúcar coloreada. La realización estuvo a cargo de cargo de Cecilia y una repostera. Selfies a granel.
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