Disidentes “con la nuestra”
La provocación quiere hacer mucho ruido, pero dura muy poco, y dado que cualquier intento de repetirla resulta estéril, se duplica la apuesta, con la ilusión de que el efecto se repita. Igual que los chistes, las provocaciones tienen efecto la primera vez; desde las vanguardias, el coeficiente de provocación sufrió una erosión irremediable. Pero queda siempre la provocación moral y religiosa, que es baja, cínica y que niega el arte. ¿Por qué lo niega? Porque lo precede y busca el efecto, y el arte es causa, nunca efecto.
Frente a la provocación, lo conveniente sería la astucia (esa astucia evangélica) y dejar que se extinga como fuego fatuo para evitar que el provocador se salga con la suya, como fue el caso de León Ferrari que, tras su infamante muestra de 2004, dijo con ironía que le debía su fama a Bergoglio. Sin embargo, menos aceptable y simpática resulta la provocación cuando la financia el Estado; en el caso de Theodora, el Gobierno de la Ciudad. Invito a quien piense que el progresismo, el feminismo cultural y su retórica “deconstructiva” son patrimonio exclusivo del Gobierno nacional a revisar las programaciones oficiales porteñas, sobre todo la del Centro Cultural Recoleta. La “escuela del resentimiento” (palabras de Harold Bloom) es la lingua franca de los políticos.
Nada más fácil que jugar al disidente con la protección estatal (“con la nuestra”), tan fácil como la ofensa religiosa. Parece ahora que todo merece un respeto religioso menos las religiones, o será tal vez que el fetichismo del fonema inclusivo impuso una nueva exigencia: querer ser herejes. Como sea, esto lacera no sólo la fe, sino también la autonomía artística, puesto que somete la obra al servilismo de la propaganda. Este vasallaje reproduce inesperadamente la trama de la obra de Handel. A Theodora se la quiere forzar a profesar algo en lo que no cree. Así también aquí mismo, en el Colón: la obra es violentada para decir algo que no dice ni puede decir, y como no puede decirlo hay que imponerlo desde afuera. Curiosos defensores de las libertades estos que hacen hablar a un rehén. Después, ya se verá que pasará lo mismo de siempre: nada le gusta más al que agravia que fungir de agraviado.