Discursos gráficos
Obras de grabadores que marcaron rumbos entre 1960 y 1990, reunidas por Matilde Marín en Fundación OSDE
El grabado es la más antigua forma de expresión y la más difundida universalmente. El registro de palmas ensebadas y teñidas con tierras vegetales, impresas en paredes rocosas en China o en nuestro sur, da prueba originaria de esta pan lingua remota, predecesora del prodigio revolucionario y democrático de los tipos móviles de Gutenberg, que pusieron la Biblia, la palabra, al alcance de todos.
En paralelo, la gráfica y el grabado -ese binomio dúctil- dieron cuenta de ideas, descubrimientos, utopías y apuestas a futuro. En ese punto confluyen el virtuosismo de Albert Durero, los increíbles japoneses, Goya, Rembrandt o nuestros Artistas del Pueblo , portadores de la rebeldía proletaria.
Tal es el sustrato de la muestra Discursos gráficos, con artistas y grupos de producción que actuaron entre 1960 y 1990, presentada por la Fundación OSDE con curaduría de Matilde Marín. Complemento necesario es el buen catálogo de mano, preciso en los contenidos y, para delicia de paladares gráficos, cosido a mano, como debe ser.
Estas tres décadas fueron cruciales en la historia argentina. Y el discurso gráfico fue correlato -polémico, polisémico- de arengas encendidas, utópicas y también, cómo no, fanáticas, porque la palabra y la imagen no son inocentes ni inconsecuentes.
La tradición gráfica vernácula nació con LA NACION. Crítica y contestaria en pasquines, en medios como El mosquito y Caras y caretas, y en la posterior disidencia impresa de los ácratas, los Artistas del Pueblo . El campo de lucha era el papel de estraza, accesible por centavos tan magros como la pitanza de sus lectores. Pero esas precariedades no abdicaban de la empinada calidad artística.
Esta tensión se prolongó en el período que es eje de la muestra.
Confirma la alianza entre testimonio y aspiración utópica la entrañable intimidad de la obra de taller que aspira a saltar -para compartir- al espacio público. Y, sotto voce, el empecinamiento que los llevó a perfeccionarse en Nueva York ( Pratt Graphic Arts Center) y en el Atelier 17, de William Hayter, en París.
A estas mecas concurrieron los grabadores de la década del 60.
Fueron marcados por la alta demanda de excelencia del aprendizaje y del compromiso de compartir y difundir lo aprendido. La doble carga fue asumida por Fernando López Anaya, Alfredo de Vincenzo y Luis Seoane.
La docencia ocupó muchas energías de López Anaya y de Vincenzo, sin desmedro de la heroica labor individual, muchas veces postergada en la visibilidad pública. López Anaya y De Vincenzo prohijaron una pléyade de artistas argentinos que, a su vez, sentaron reales de enseñanza aquí y en otras partes. En esa línea, Liliana Porter, Martha Gavensky, Luis Canmitzer y José Guillermo Castillo hicieron semillero.
El caso de Luis Seoane tiene tinte especial. Su pedagogía se ejerció desde publicaciones cuidadas y de acceso económico, fácil. Prolongaba en la gráfica la celebración de la vida laboriosa, los oficios humildes, las naturalezas muertas de la mesa proletaria, celebración que informa la vasta saga de murales que sembró en Buenos Aires. Las ediciones de Botella al mar multiplicaron el vínculo entre Buenos Aires y Galicia, las tierras entrañables de este artista universal.
El grabado dio al país la primera consagración internacional en la XXXI Bienal de Venecia. En 1962, Antonio Berni apostó a la apostasía con xilocollages, mixtura de matrices y gofrados de insólita audacia y verosímil lectura. Al punto tal, que el Torero es álter ego del artista rosarino. Así son los grabadores, van al toro.
Tradición, apertura a públicos no siempre contenidos por marcos institucionales y experimentación estética fueron siempre territorios de la gráfica.
La misma que en la Breve historia de Emma, de Lino Enea Spilimbergo, sentó reales indelebles en otra puesta de OSDE, inolvidable.
El Instituto Di Tella dio en los años sesenta un resalte al grabado, con Berni y Picasso (únicas linografías a taco perdido); expandió la labor pionera del inolvidable matrimonio Pécora y del olvidado pionerismo de las hermanas Castellano Fotheringam, Mabel y María, generosas coleccionistas de muñecas, que dejaron ese legado maravilloso a la Casa-Museo Fernández Blanco.
Entre la labor de taller y la apertura pública se desenvolvieron, a socaire de las intemperies políticas, los actores del duelo gráfico.
Algunos, es el caso del Grupo Grabas, se auparon en galerías comprometidas, como la de Carmen Waugh, una distinguida chilena jaqueada por las dictaduras argentinas. Las obras de los integrantes de Grabas (Camporeale, Cugat, Obelar, Zelaya) se difundieron por Latinoamérica en una gesta que valdría la pena rastrear.
Más local, Arte Gráfico Buenos Aires intervino en la calle, lejos del circuito de galerías, y a precios menudos ofreció la excelencia de su oficio. El grabado llegó a la Academia, en buena hora. La académica Matilde Marín, grabadora y curadora de la muestra de OSDE, lo confirma con su acción. Marín advierte sobre el cono de sombra que invisibiliza a tantos artistas de mérito artístico y pedagógico.
Este ocultamiento, hay que decirlo, se proyecta a la producción de los años 90,inicio del aturdimiento nocturno, las ferias de arte y sedicentes mercados, donde el carro se pone delante del caballo para provecho de terceros y mengua de los artistas.
El arte gráfico hoy ocupa el espacio expositivo con instalaciones donde la condición de obra única y múltiple se potencia. Resulta otra alternativa de difusión del arte expresivo más antiguo, ahora abierto a experimentaciones más audaces. De eso trata y eso documenta la impecable muestra de OSDE.
En foco
César Pelli
El arquitecto tucumano es uno de los candidatos al Premio Pritzker 2013, galardón que recibieron grandes nombres de la arquitectura mundial, como Frank Gehry, Zaha Hadid, Alvaro Siza y Tadao Ando. La postulación fue presentada por la Fundación Konex, que le otorgó en 2012 el Konex de Brillante
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