Dinesen, después de África
Una nueva edición de sus cuentos permite redescubrir a una escritora mucho más importante de lo que sugieren sus memorias de Kenia
Hechicera en la línea de Scherezade, notable narradora oral, ingenio lego al que se le admite, con condescendencia, un talento a contracorriente de las tendencias dominantes de su época, decadentista decimonónica enquistada por algún misterioso azar en pleno siglo XX... Existe un curioso consenso, un repetitivo lugar común, sobre la figura y la prodigiosa literatura de Isak Dinesen. De acuerdo con esos postulados, su síntesis biográfica podría iniciarse con el "había una vez" de los relatos populares tradicionales.
Había una vez -diría ese relato- una finca, Rungsetlund, al norte de Copenhague.En esa propiedad, perteneciente a una familia acomodada, vino al mundo, un día de abril de 1885, una niña llamada Karen.Era hija de un político y escritor de libros sobre caza, Wilhelm Dinesen, que, cuando supo de su sífilis, no tuvo mejor idea que quitarse la vida. La hija, para entonces, tenía nueve años y en el porvenir daría prueba de una fuerte personalidad. En 1903, contra la oposición familiar, se anotó para estudiar arte en la Academia Real de la capital danesa y se atrevió a publicar un par de cuentos. En 1912, se unió al barón Bror Blixen-Finecke, uno de sus primos suecos (hermano gemelo de aquel del que había estado enamorada en su adolescencia), y con él se trasladó a Keniapara instalar una plantación cafetera. Se casaron en Mombasa, pero poco más tarde el barón, un individuo afable pero empedernido mujeriego, le transmitiría, después de haberla convertido en baronesa, una enfermedad venérea (la misma que tuvo el padre) que terminaría minando su salud. Karen Blixen se separó de su marido en 1921. Por aquel entonces ya había comenzado una relación con el hacendado y cazador inglés Denys Finch-Hatton. La relación acabaría en 1929, cuando él se estrelló con su avioneta. Después de un incendio y una serie de pésimas cosechas, la Leona (como la llamaban los kikuyus que trabajaban en su granja africana) se vio obligada a malvender su finca. A comienzos de los años treinta retornó a Dinamarca. En Rungsetlund, durante dos años, se dedicó a escribir un libro, Siete cuentos góticos , que recibió más de un rechazo editorial. En un gesto muy moderno, muy siglo XIX, como antes habían hecho George Sand o George Eliot, dejó el Blixen de lado, adoptó un seudónimo masculino, Isak Dinesen, y logró que el libro, escrito en inglés, fuera publicado en Estados Unidos. El éxito de la colección, aquel año de 1934, fue tan fulgurante como inesperado. La real identidad del autor no se revelaría hasta tres años después, cuando Blixen-Dinesen publicó Lejos de África , el relato de sus experiencias keniatas. A partir de entonces, fue una leyenda viviente, rodeada de un misterio que ella misma se encargó de cultivar de manera minuciosa. Admirada por autores tan disímiles como Marianne Moore o Truman Capote, la baronesa siguió escribiendo y publicando a cuentagotas hasta 1962, el año de su muerte.
Una vida interesante puede funcionar como el árbol que tapa el bosque de una obra literaria mayúscula. En el caso de Dinesen, muchos de los datos enumerados más arriba se conocieron sólo después de su muerte. La completa biografía que le dedicó Judith Thurman, junto con las propias memorias de la escritora, inspiró África mía , la película de Sidney Pollack,estrenada a mediados de los años ochenta. El film ayudó a recuperar la figura de Dinesen, pero lo que era la nota de color de una vida artística terminó por relegar el resto de su obra. De allí a que Lejos de África , una crónica atractiva, aunque no necesariamente original sobre sus días como colona, fuera sindicado como "el mejor de sus libros", tal cual ocurre en la solapa de la edición en español, no había más que un paso.
La reciente edición de Cuentos reunidos publicada por Alfaguara devuelve las cosas a su justo sitio: permite recuperar la parte más importante de su literatura y al mismo tiempo desbaratar el anquilosado leitmotiv -no errado, pero sí incompleto- que reduce a Dinesen a una anomalía, a una especie de parca que va tejiendo y cortando los hilos de sus ficciones con gesto aristocrático.
Los libros ficcionales de la escritora danesa tienen como horizonte las coordenadas establecidas por el romanticismo. Más allá de los escenarios elegidos (casi la totalidad de los relatos transcurren en el pasado, en algún rincón europeo), esto queda en evidencia en las máscaras, entrecruzamientos inesperados, ecos temáticos, finales sorprendentes, muchas veces violentos, detrás de los que acecha una vida vasta y, en el fondo, inaccesible. "En una época en que los practicantes de la literatura parecían mirar hacia cualquier lugar menos al siglo XIX para hacer ´cosas nuevas´ -escribió el ubicuo John Updike-, ella rescató los jirones del gótico, las convenciones románticas para mostrar que todavía se ajustaban a nuestras dificultades humanas." Updike fue uno de los pocos que pusieron el acento en el poder intelectual necesario para que esa recuperación no se diluyera en la más estricta banalidad, como hubiera sido el caso de haberse tratado de un mero ejercicio nostálgico.
Más allá del filo irónico de tantos de sus textos (la ironía fue una forma de desapego que los propios románticos supieron cultivar), las ficciones de la baronesa prescinden de la impronta romántica en un punto clave: no hay en ellos rastros del yo íntimo. Las experiencias africanas quedan relegadas a los libros de memorias (además de Lejos de África , el tardío Sombras en la hierba ) y no figuran en ninguno de los cuentos de manera declarada. Y la primera persona, cuando aparece, está más cerca de la impersonalidad que de la propia voz o está adjudicada, como a veces ocurre, a otro narrador.
Los treinta y cinco relatos de Cuentos reunidos pertenecen a los cuatro libros de relatos que Dinesen publicó en vida: Siete cuentos góticos (1934); Cuentos de invierno (1942); Anécdotas del destino (1960) y Últimos cuentos (1957). No aparecen en la colección los póstumos Ehrengard (una nouvelle en la que, entre otras cosas, describe el efecto de luz alpen-glühen , que tan bien se adecua a su obra) y Carnaval (que compila cuentos de ocasión).
Últimos cuentos muestra que la propia escritora veía su obra de manera menos monolítica que algunos de sus críticos. El volumen está dividido en tres apartados, que son también tres formas de abordar la narración. El primero, los "Cuentos de Albondocani", forma parte de un proyecto inconcluso en el que trabajó durante años y que pretendía estructurar a imagen y semejanza de Las mil y una noches . Los otros dos reúnen "Nuevos cuentos góticos" y "Nuevos cuentos de invierno". La distinción, que alude a sus dos primeros libros, subraya que se trata de modelos distintos. Los cuentos "góticos" son textos saturados, repletos de meandros, de historias intercaladas y callejones sin salida. Los "cuentos de invierno", en cambio, entienden el relato como un cristalino mecanismo de relojería.
"Los caminos de los alrededores de Pisa", por ejemplo, uno de los relatos "góticos" de Siete cuentos... , articula la narración como un juego de invisibles cajas chinas y pone en escena uno de esos "hechos de destino" que tanto le gustaban a Dinesen. El joven conde Augustus von Schimmelmann viaja a Italia con un frasquito de perfume de su familia sobre el que figura el dibujo de un castillo italiano. En algún momento, fantasea sobre la posibilidad de encontrarse con el edificio. El destino le sale al encuentro en la figura de una anciana señora. La mujer le encarga la misión de encontrar a su nieta, que, tras abandonar a su esposo, acaba de tener un hijo con su amante. La siguiente posta le ofrecerá al conde la posibilidad de toparse con el marido abandonado y, al mismo tiempo, descubrir en parte la serie de equívocos que puso en marcha la trama. Sólo un detalle (otro frasquito que tiene dibujada su propia casa en Dinamarca) le permitirá descubrir que, al final, se encuentra en el interior del castillo con el que había fantaseado en un comienzo.
En "El poeta", en cambio, un hombre importante de pueblo, el consejero Mathiesen,que en su juventud aspiraba a ser poeta y alguna vez llegó a cruzarse con Goethe en Weimar, descubre a un oficinista con real talento para los versos. Decide tomarlo como protegido y cuando ve a la mujer de la que el muchacho se enamoró considera una excelente idea casarse con ella: "Una pasión desesperada por la esposa de su benefactor -se le ocurre- podría hacer del joven un poeta inmortal; sería algo dramático tenerlo en casa. Los dos jóvenes seguirían siéndole fieles, por mucho que sufriesen, y pese a que el amor y la juventud son fuerzas sumamente poderosas". La tragedia inevitable es de un extremo sarcasmo: en el momento final, al consejero sólo le brotan inconexas palabras poéticas.
Más allá del diluvio casi bíblico de "La inundación de Norderney", con su clima de pesadilla; de "La cena de Elsinore", con su memorable historia de fantasmas, o la fantasía macabra de "El mono", lo "gótico" en Dinesen parece aludir menos al misterio y terror de sus temas que a un principio de construcción, a la exuberancia y la asimetría de lo que se cuenta. El inconcluso "Las cariátides", uno de los dos relatos "góticos" incluidos en Últimos cuentos , revela hasta qué punto lo que guía esa serie de relatos es un omnívoro principio de acumulación. Poco importa si el cuento alcanza o no a resolverse: su forma, su modo de ir incluyendo un relato dentro del otro, es la condición necesaria que lo justifica. "Como el artista que tiene la estatua en la fundición y descubre que le falta metal -se lee en cierta página-, y echa mano del oro y de la plata de su tesoro, de su mesa y de los joyeros de las mujeres, así arrojó su ser, cuerpo y alma a los sondeos de la naturaleza de ella." La definición funciona como clave de bóveda de los Siete cuentos góticos .
Como género, los winter tales son aquellos relatos que se narran una fría noche de invierno alrededor de un viejo hogar desbordante de fuego (el término puede remontarse a la era isabelina, como demuestra una obra de Shakespeare). Los cuentos de invierno de Dinesen pueden contemplar alguna historia incluida, pero por lo general se resuelven en las últimas páginas, con un final perfecto e inesperado.
Nada recargados en comparación con el barroquismo de sus pares góticos, en Cuentos de invierno se incluye un relato de corte realista, como "El acre del dolor", en que una madre se muestra dispuesta a expiar hasta el final el error de uno de sus hijos, o la formidable anécdota de "El joven del clavel", en que el protagonista, un escritor exitoso, se apresta a tomar la decisión más importante de su vida en el momento y lugar equivocados: no se encuentra en el cuarto de hotel donde cree estar y la persona que duerme a su lado no es, como piensa, su mujer. "Las perlas", por su parte, es uno de esos relatos que cifran de manera ambigua una aparente alegoría: qué significa esa perla que aparece de más en el collar, y que vale lo mismo que todas las demás juntas, es un enigma que deberá completar el lector.
La fórmula del relato oral es en realidad, en Dinesen, un ejercicio estilístico que busca disimular la complejidad de cada uno de sus artefactos. Es curioso que Dinesen no utilice (la única vez que sucede en estos treinta y cinco cuentos debe atribuirse a la traducción) la fórmula "había una vez" que aparece en las fábulas. El pasado, en su caso, tiende a la precisión. " Ce pauvre Jean , dijo un viejo general ruso de barba teñida una tarde del verano de 1875, en el salón de un hotel en Baden-Baden", así comienza "Los invencibles dueños de esclavos". "Hace tres cuartos de siglo había en Amberes, cerca del puerto, un pequeño hotel llamado Queen's Hotel", dice "El joven del clavel". "Una noche de luna llena de 1863 navegaba un dhow de Lamu a Zanzíbar", empieza "Los soñadores", que, al mejor estilo Conrad, está narrado en la borda de un barco frente a costas africanas.
No se suele destacar la capacidad de la escritora danesa para retomar textos ajenos para narrarlos a su modo o pervertirlos. Muchos de sus argumentos están tomados de Kierkegaard (uno de sus escritores de cabecera), pero quizá la muestra más lograda de esa práctica sea "La heroína". En ese relato, Dinesen recurre a "Bola de sebo", uno de los relatos más conocidos de Guy de Maupassant, aunque el desarrollo es singularmente distinto. En la nouvelle del naturalista francés, la prostituta Elisabeth Rousset, que forma parte de un grupo que huye de Ruán durante la guerra franco-alemana, es inducida a entregarse a un oficial prusiano para salvar al resto de la comitiva; cumplida su misión, al retomar el viaje, sus acompañantes vuelven a mostrarse despectivos con ella. Por el contrario, Heloise, el personaje de Dinesen, una bailarina de variedades, logra sortear la misma instancia con una táctica astuta: ella aceptaría, dice, siempre y cuando los demás estén de acuerdo. Puestos frente a la disyuntiva, sus circunstanciales compañeros la defienden. El cuento continúa después por otros caminos, cuando Frederick Lamond, el joven inglés protagonista, reencuentra a Heloise de casualidad en un espectáculo llamado La venganza de Diana .
La reflexión sobre los modos de narrar es una constante en los textos de Dinesen. Pero es en "La página en blanco", uno de los "Cuentos de Albondocani", donde mejor postuló su arte poética mientras le ofrece al lector el ejercicio práctico de realizar él mismo un relato, gracias a esa sábana blanquísima, sin una mancha, expuesta en la pared de un convento portugués: "Cuando el narrador es fiel, eterna e inquebrantablemente fiel a la historia -le dice la abuela a la narradora-, al final es el silencio quien habla. Cuando la historia ha sido traicionada, el silencio no es más que vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra oímos la voz del silencio."
Dinesen sorprendió a sus contemporáneos por el aparente anacronismo de sus temas y de su estilo. Pero hoy, desde el siglo siguiente, resulta más simple verla como una escritora volcada al futuro. De haber escrito y publicado décadas más tarde, sus páginas hubieran sido consideradas originales artificios posmodernos. Los beneficios de la cronología le permitieron la autenticidad que, en autores posteriores, también adictos a Las mil y una noches , se volvió simple mecánica pirotécnica.
Como Vladimir Nabokov (al igual que el ruso, escribió en inglés) o como Borges, Dinesen abrevó en la literatura del siglo anterior al suyo para, distraídamente, sin prestar mayor atención a las exigencias de su época, hacer una obra novedosa. Los tres comparten, a pesar de las diferencias, el rigor de su imaginación. Con Nabokov, trabajan similares riquezas calidoscópicas. Y es notable encontrar en Borges -en "La forma de la espada", en muchos de sus últimos cuentos- la misma aparente fluidez de relato oral que caracteriza a la escritora danesa.
adn Dinesen
Aunque comenzó a publicar libros tardíamente, la vocación literaria de Karen Blixen (1885-1962), alias Isak Dinesen, ya había despuntado en su juventud. Cuando tenía 22 años, dio a conocer en revistas danesas "Los eremitas" y "El labrador". Otro cuento, "La familia De Cats", de 1909, fue recopilado, a diferencia de los anteriores, en Carnaval. Después de los Siete cuentos góticos, a mediados de los años treinta, publicó otros tres libros de relatos (Cuentos de invierno, Últimos cuentos, Anécdotas del destino), dos memorias africanas (Lejos de África; Sombras en la hierba), y una novela, Las vengadoras angelicales (1944) firmada con otro seudónimo: Pierre Andrézel. Además de los póstumos Ehrengard y Carnaval, más tarde pudieron conocerse sus cartas y ensayos dispersos.
Ostras y champagne
La popularidad de Karen Blixen encontró su clímax en 1959, cuando fue invitada a una gira por los Estados Unidos que se extendió durante algunos meses. Había estado dos veces a punto de ganar el Premio Nobel de Literatura (en 1954, cuando se lo dieron a Ernest Hemingway; en 1957, cuando lo obtuvo Albert Camus) y en el país del norte fue agasajada como si lo hubiera ganado, entre otros, por Carson McCullers, la autora de El corazón es un cazador solitario . Cuando le preguntaron a quién quería conocer, la baronesa no dudó en nombrar a Marilyn Monroe. El encuentro se produjo durante un almuerzo en que, según una versión apócrifa, Dinesen y Marilyn habrían terminado bailando sobre una mesa. McCullers propalaría más tarde la información de que la vieja dama danesa se alimentaba sólo a base de ostras y champagne. De Marilyn, Dinesen le escribió a un amigo: "Irradiaba al mismo tiempo una ilimitada vitalidad y una especie de increíble inocencia. Sólo había visto algo parecido en un cachorro de león que me mostraron en África mis sirvientes nativos...".
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