Diez preguntas a Daniel Salinas Basave, el escritor mexicano ganador del premio de la Fundación El Libro
Se enteró de que había ganado la segunda edición del premio literario de la Fundación El Libro durante la madrugada del fin de semana anterior. Semidormido, escuchó la voz del director cultural e institucional de la Fundación, Oche Califa. En las ficciones de Daniel Salinas Basave (Monterrey, 1974), el elemento onírico distorsiona la realidad, pero en esa ocasión el sueño de trascender las fronteras mexicanas con su literatura se había vuelto realidad. Juglares del Bordo reúne nueve cuentos ambientados en la ciudad de Tijuana y tienen en común los últimos días de un diario en papel. Salinas Basave fue reportero de tiempo completo por quince años.
Este es el séptimo premio que recibe el autor. Escribió doce libros y en 2016 batió quizás un récord: se publicaron seis libros suyos en México. A fines de abril visitará la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo) porque, en 2017, su libro de cuentos Días de whisky malo fue finalista de la cuarta edición del premio hispanoamericano Gabriel García Márquez, que impulsan el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia. El libro ya fue publicado y la Biblioteca Nacional distribuirá 1500 ejemplares entre las bibliotecas colombianas. Su deseo es regresar a Buenos Aires a presentar Juglares del Bordo. "Me hace muchísima ilusión venir a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y ver mi libro en los stands y en Eterna Cadencia, en Hernández, en Losada y en las demás librerías porteñas", dice a LA NACION.
–¿Cómo recibiste la noticia de que habías ganado el primer premio?
–Era de madrugada todavía en Tijuana, tenemos cinco horas de diferencia con Buenos Aires. Fue algo sorprendente porque sonó el teléfono de casa en la oscuridad y contestó Carolina, mi esposa. Uno está acostumbrado a que cuando hay una llamada a deshoras lo primero que se te ocurre es pensar que hubo una tragedia o que pasó algo malo. Carolina escucha una voz de acento argentino y me dice: "Oye, te hablan de Buenos Aires". Era Oche Califa. "Te llamamos de la Fundación El Libro para darte una muy buena noticia", dijo. Pensé que había ganado el tercer premio del concurso, era a lo que aspiraba. "Sos el ganador", me dijo Oche. "¿Seguro el ganador?", pregunté. Estaba todavía con el rollo onírico de la duermevela. Fue una gran sorpresa y me costó trabajo creerlo. Cuando me inscribí, en gran medida porque mi esposa me impulsó a hacerlo, pensaba que Juglares del Bordo era un libro de cuentos demasiado regional, demasiado fronterizo en su lenguaje y en su temática. Sin falsa modestia, no esperaba el primer lugar.
–¿Por qué motivo decidiste participar en un premio en moneda argentina?
–Cualquier entrada de dinero me sirve porque vivo de esto. No tengo ahora un empleo fijo ni un ingreso seguro. Fui reportero desde 1996 hasta 2010. Reportero de calle, de todos los días. Participé en gran medida porque quería ver si podía publicar fuera de México y llegar a otros lectores. Si bien en México hay muchos premios, la verdad es que ya gané seis allí. Los ganas, publicas, pero al final de cuentas pasa muy poco porque los libros difícilmente salen de México. Una de mis metas era poder trascender las fronteras y colocar libros en otros países. Por fortuna, logré que Tusquets Colombia publicara Días de whisky malo, porque fui finalista del premio hispanoamericano Gabriel García Márquez. En México había salido antes en una editorial pequeña de Nuevo León.
–¿Qué es una "escritura fronteriza"?
–Trabajo en una frontera narrativa porque, de entrada, el entorno de las historias es la frontera de Tijuana, pero también porque el lenguaje de esas historias es el slang de la frontera, de la calle, muy diferente del que se habla en Ciudad de México. El "spanglish" es muy común allí. Y es una escritura fronteriza porque está entre la realidad y la ficción, entre el periodismo y la literatura, lo alucinante y la cordura. Un par de cuentos tiene elementos fantásticos, pero otros son profundamente periodísticos, son casi una crónica, relatos de hechos que ocurrieron. Solo hay un cuento de medio tiempo, al que yo le llamo un "digestivo", como cuando comes una comida y para cambiar de sabor te dan un licorcito. Se llama "Sargazo zen" y el entorno es otro, la Riviera Maya. El resto son los cuentos fronterizos, y el eje principal es un guiño al mundo del periodismo. Se vinculan con un diario ficticio llamado El Bordo que está inspirado en el diario en el que trabajé, Frontera. En mis cuentos termina con la muerte del Bordo, pero espero que Frontera viva muchos años más. Mientras trabajaba como periodista no publiqué ningún libro. Escribía en la casa, en cuadernos y en el blog.
–Fuiste un escritor tardío.
–Muy tardío. No alcancé a ser un escritor joven ni viví la etapa del escritor joven. Llegué muy tarde, pero con mucha prisa y apuro por recuperar el tiempo perdido porque no viví el clásico proceso de formación de un escritor en México a los veintitantos años. En esa época quería ser como Ryszard Kapuscinski, un reportero de trinchera, de guerra. Era un reportero muy lector porque la literatura siempre me ha apasionado y siempre estuve leyendo, pero en el fondo pensaba que a mí no me correspondía escribir ficción. Todo se fue dando de una manera muy rápida y extraña, vertiginosa.
–Cuando eras periodista querías ser como Kapuscinski, ¿ahora cómo quién te gustaría ser?
–Bueno, pues tengo muchas referencias e influencias. Varían según la edad. A los doce años, Hermann Hesse me voló la cabeza. Aunque ahora me parece naíf, fue todo un descubrimiento en ese momento. Poco después leí a José Agustín y me pudo muchísimo. Jorge Luis Borges ha sido omnipresente en mi vida. Siempre que lo lees, parece la primera vez. Hace poco volví a leer La memoria de Shakespeare y me pareció impresionante. A veces no leemos mucho al Borges tardío, nos quedamos con el Borges de los años cuarenta, de Ficciones y El aleph, pero lo que hizo el Borges anciano y ciego fue impresionante.
–¿El cuento es tu género favorito?
–Como escritor, me siento pez en el agua en el ensayo y en el cuento. Me gusta mucho el ensayo, lo considero el género más libre que hay. Me refiero al ensayo a lo Montaigne. Es como un diálogo, como pensar en voz alta. En la ficción tienes que ser un poco chapucero, tienes que ponerte máscaras, jugar un poco. La novela no creo que sea lo mío. Vientos de Santa Ana no me conforma, se publicó porque fue finalista de un premio de Penguin Random Hosue. Pero meto las manos en el fuego por mis libros de cuentos.
–¿Cómo ves el panorama literario mexicano?
–De chiquilín lo miraba de y lo sigo mirando de afuera. Me siento un huésped no invitado, un intruso que llegó tarde. Las relaciones públicas se construyen en Ciudad de México, y yo estoy en el punto más alejado de Ciudad de México, en una esquina en el punto norte. Hay una gran generación de escritores nacidos en los años 70, con libros de una madurez impresionante, pero se relega mucho talento. En Baja California y en Sonora hay exponentes extraordinarios que no trascienden ni tienen los mismos reflectores. Si este mismo premio que yo acabo de ganar aquí lo hubiera ganado uno de los escritores de moda, en México se cae el cantón, como decimos nosotros. La atención está muy centralizada en un grupo muy pequeño. Si hubiera ganado uno de los escritores mexicanos de moda, los medios de la capital estarían muy activos. En Tijuana y en Monterrey me quieren mucho, pero en Ciudad de México yo no existo.
–Pronto habrá elecciones en tu país. ¿Cómo es la situación social allí?
–Hay mucha violencia en todo el país. Antes se daba en ciertas zonas, como la sierra de Guerrero o la frontera, pero ahora hay una escalada de violencia en todo el país. Hay un descontento generalizado porque, paradójicamente, aunque tenemos una sociedad civil participativa y que reacciona, lo que hay es mucha rabia y mucha bronca, pero mal enfocadas, poco analíticas. Eso se está notando en el clima que reina en las elecciones. En general, los cuatro candidatos no me emocionan ni espero nada de ellos. No tienen propuestas de un cambio social sustancial, es decir, un cambio donde las ideas, las instituciones, la colectividad estén por encima de las individualidades y el caudillo. En México nos ha costado mucha sangre entregarnos a caudillos.
–¿Cuáles son los problemas más graves de México?
–La corrupción generalizada, la corrupción como una forma de vida y la corrupción incluso como forma práctica de vida porque, a veces, ir por el camino legal es más complicado. El Estado no te la hace fácil. La pobreza es otro problema grave. Cuesta creer que haya cincuenta millones de pobres en México, con zonas del país con pobreza alimentaria, es decir, personas que no pueden llegar a cubrir su subsistencia. Es increíble que en el siglo XXI en México haya gente que tiene hambre.
–¿Y la relación con Estados Unidos?
–Donde vivo, que es un laboratorio migratorio, es un tema preocupante. Tijuana es la frontera más transitada del mundo, una megarregión con cincuenta millones de cruces fronterizos al año. Nuestra economía regional es totalmente binacional. No se entendería Tjuana sin su relación con San Diego y California. Eso ocurrió siempre y no se concebiría la vida de Tijuana sin California, que es un estado liberal y antitrumpista. Pero las políticas de Washington y Ciudad de México entorpecen esa relación. Ahorita en los Estados Unidos tenemos a un presidente antimexicano que fue a San Diego a checar los prototipos del muro, que será mucho más alto. No veo que se detenga, esa fue su bandera de campaña. Enrique Peña Nieto y el canciller mexicano han sido sumisos a Donald Trump. Bajan la mirada y se dejan trapear de una forma humillante. México no tendría que ser tan sumiso y mostrar dignidad ante un payaso que nada sabe de derecho internacional y diplomacia.
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