Diez obras para redescubrir a Fioravanti: esculturas para la eternidad a la vista de todos
José Fioravanti, maestro de creadores como Antonio Pujía, es uno de los grandes genios olvidados del arte nacional. Reconocido en París en los tiempos de Rodin y Bourdelle y con obra en varios museos del mundo, el escultor se destacó por un talento que supo desafiar al tiempo con piezas que coronan espacios públicos de todo el país.
Creador de emblemas escultóricos como el Monumento al Lobo Marino, recientemente declarado Monumento Histórico Nacional, en la rambla de Mar del Plata, o el Monumento a la Bandera de Rosario, Fioravanti (1896-1977) es autor del mayor número de monumentos distribuidos en espacios abiertos de Buenos Aires, creaciones con referencias patrióticas y que hablan de un pasado glorioso de la Argentina.
"Muchas obras están frente a nuestros ojos pero nadie sabe que son de él. Cuando Fioravanti murió, murió su marketing y cayó en el cajón de las cosas que van a parar al olvido", explica Ana Martínez Quijano, curadora de la muestra que se inaugurará este miércoles en la Casa Victoria Ocampo en honor al escultor (la retrospectiva se podrá visitar gratis hasta el 8 de marzo en Rufino de Elizalde 2831).
Martínez Quijano es autora del libro Clasicismo y Modernidad, dedicado al artista y que da nombre a la exposición, la cual reúne 33 obras del escultor, en su mayor parte pertenecientes a la Casa Museo Magda Frank-Fioravanti. Este legado es preservado por el coleccionista Tulio Andreussi Guzmán, que pocos años atrás rescataba del abandono el taller del artista. Esculturas, maquetas y estudios preliminares de monumentos y de sus relieves narrativos con alegorías estarán exhibidas al público. "Los yesos de sus trabajos son un verdadero tesoro para la historia del arte argentino", explica Andreussi Guzmán.
Entre las piezas que se podrán observar figuran La Patria de la Fraternidad y amor, de 2,3 metros de alto y cuya versión final de seis metros pertenece al Monumento a la Bandera; Las alegorías La Gloria y La Inspiración, del Monumento a Simón Bolivar; El pastor y La Pastora (1927) –la versión en piedra está emplazada en el Monumento a José Martínez de Hoz–; el yeso El Paraná y retratos de figuras históricas: Cabeza de Roosevelt en cemento (1939), yeso de Máximo Marcelo Torcuato de Alvear Pacheco (1930) y un retrato de Walter Owen, que tradujo al inglés el Martín Fierro en 1935.
Fioravanti fue un artista autodidacta que renunció a las vanguardias para construir una identidad nacional en tiempos de una Buenos Aires que acogía a las masas migratorias y que comenzaba a poblar sus parques y plazas de monumentos. Trabajó la talla de esculturas, bustos y relieves en yeso, mármol, bronce y piedra, y recurrió al arte de la antigüedad simplificando las figuras con un estilo propio. Recibía múltiples encargos institucionales. "A fines del siglo XIX y principios del XX, la sociedad criolla pensó que el arte debía contribuir a consolidar la identidad argentina", explica la curadora.
"Inicia su carrera en 1919 con un premio del Salón Nacional y pronto ocupa un papel estelar en los escenarios de Argentina y Europa, donde recibe el elogio de la crítica y la aceptación del ambiente artístico e intelectual. Su verdadera escuela fue la mirada", señala la autora del libro. En 1934, Fioravanti expone con gran éxito sus obras en el Museo del Jeu de Paume de París, honor que solo mereció el francés Antoine Bourdelle entre los escultores de Francia, y la crítica consolida su ascendente carrera. Sus monumentos cruzan el Atlántico, se exhiben en el Museo Nacional de Bellas Artes y se emplazan en Buenos Aires.
Sin embargo, su nombre no pasó a la historia con el mismo auge. "Cuando inicié esta investigación, había poco y nada sobre su biografía. Los nombres de sus maestros estaban todos equivocados y los años diferían de un crítico o historiador del arte a otro", explica Martínez Quijano. "Fioravanti se educó a sí mismo viajando. Aprendió con la mirada, mirando arte aprendió a hacer arte y fue su propio maestro. Construyó un estilo genial que mezcla de antigüedad con clasicismo y la contemporaneidad de su tiempo. Fue a París en pleno auge de los grandes escultores de Francia y tomó muy en serio cuando le empezaron a encargar monumentos la idea de construir la imagen de nuestra república. En los monumentos de Fioravanti encontramos los atributos de una nación poderosa y la nobleza de los patriotas de la Argentina y de toda América que iban en busca de la libertad", recalca.
Además, la experta explica que el artista fue un escultor con muchas facetas. "Está la historia del Lobo Marino. No existía el arte pop, ni Wharhol, ni las sopas Campbell, y sin embargo él miró lo que había en Mar del Plata".
El artista conoció en la lejana Grecia y en Egipto el "no-tiempo" del arte, cercano a la idea de eternidad que buscaban expresar los renacentistas. "Con esos tesoros en sus ojos trabajó en París, cuando era la ciudad de Rodin y Maillol, entre otros genios que influyeron en sus obras en la misma medida que el arte de la Antigüedad. Con el atractivo de una belleza idealizada, Fioravanti contribuye a construir, en el período que ingresan al país las grandes masas migratorias, la identidad de una nación cosmopolita, pero con valores propios. Con sus hábiles manos, traslada a la piedra personajes heroicos de la historia argentina como San Martín y Belgrano, y americanos, como Rubén Darío, Simón Bolívar y Roosevelt".
Sus monumentos fueron tomando distintas formas: primero de gran altura y luego más bajos y accesibles, tras perder el pedestal. "Luego dejaron de ser moda. Se pensó que era un arte que había caducado. Pero si la gente los mira, es un arte que perdura, que está hecho para la eternidad, como se hicieron las estatuas en Roma o en Florencia, con copias maravillosas pensando en que iban a durar para siempre".
En Buenos Aires, el artista también se desempeñó como docente en la Escuela Ernesto de la Cárcova y fue miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes.
A continuación, diez obras de Fioravanti que invitan a posar la mirada sobre su obra, que suele pasar inadvertida para el ojo distraído.
1. El Monumento a la Bandera de Rosario (1957)
Fioravanti lo diseñó junto a Alfredo Bigatti y simboliza la nave de la patria surcando las aguas del mar de la eternidad en procura de un destino glorioso. A través de los diferentes conjuntos escultóricos se representan valores económicos, espirituales, históricos, geográficos y telúricos de la Nación. Pretendía ser el monumento más grande de Latinoamérica, para mostrar al mundo la riqueza y la cultura de estas tierras. Se trata de una imponente mole de hormigón armado cubierta de mármol travertino. Sobre la proa y mirando hacia el río, se ubica La patria abanderada de Bigatti. Detrás está la Madre Patria o Patria de la Fraternidad y el Amor, de Fioravanti, una de las obras escultóricas más destacadas del arte argentino. En un bajorrelieve próximo, La Gloria se presenta como un exuberante desnudo alado. Entre las distintas alegorías de Fioravanti están los puntos cardinales del Norte y el Oeste y el Río Paraná. Una figura de Manuel Belgrano se encuentra en la cripta.
2. Monumento al Lobo Marino en la Rambla de Mar del Plata (1941)
Símbolo inconfundible en una ciudad balnearia que en sus orígenes fue una lobería, Fioravanti no esculpe a Neptuno ni a una sirena sino al representativo animal, utilizando la piedra tradicional de Mar del Plata. "Alimenta su inspiración con lo que tiene frente a sus ojos, conoce los códigos del espectador común y se adelanta a la cultura de masas con una obra monumental. Andy Warhol y sus latas de sopa Campbell recién ganarían fama veinte años más tarde. Ya en el siglo XXI, Marta Minujín recurre a la creatividad de Fioravanti, se apropia del lobo y sin citar al artista le agrega un condimento local y gastronómico, los alfajores. El lobo plateado de Minujín está en la puerta del Museo Mar", señala Martínez Quijano en su libro.
3. Monumento a Simón Bolívar (1942)
Dedicado al libertador venezolano, es el principal conjunto escultórico del parque Rivadavia, en Caballito. Formado por un arco de líneas rectas de once metros de altura y veintidós de ancho, contempla una inscripción y una escultura ecuestre de Simón Bolívar en bronce, acompañada por dos figuras en mármol blanco. Cuatro bajorrelieves completan la pieza y alegorías que reproducen la síntesis formal de sus desnudos. En este caso, Fioravanti rompe con la estructura piramidal y la tradición del pedestal y la arquitectura se allana y se despliega con la altura de apenas un escalón.
4. Monumento a José Martínez de Hoz (1927)
Situado en el ingreso a La Rural y sin que figure una representación del personaje que da nombre al monumento, incluye las esculturas de El pastor y La Pastora (1927), ambas en tamaño monumental, y un paredón de fondo con un bajorrelieve que alude a una escena de campo. Refleja la fascinación del artista por el arte egipcio que descubrió in situ por aquellos años en sus viajes a Karnak (Egipto). Fue realizado por Fioravanti en París y transportado al país en barco.
5. Monumento a Franklin Delano Roosevelt (1958)
Emplazado frente al Consulado de Estados Unidos, a pocos pasos de la Embajada, incluye la alegoría La lucha contra el mal. La figura masculina representa el mal y la femenina, la libertad de religión.
6. Monumento a Rubén Darío (1967)
Situado en la Avenida del Libertador 1652, este homenaje al poeta nicaragüense, por encargo de diario LA NACION, es una alusión al poema Canto a la Argentina y representa en acero los conjuros fantásticos que enlazan y señalan el espíritu argentino, su territorio pampeano, Buenos Aires y el Río de la Plata como gigantescos símbolos de prosperidad y testimonio. En 1968 Borges se refirió a la historia del encargo de la Academia Rubén Darío para realizar un monumento al poeta: "Nadie sabe con certeza cuánto le pagaron a Fioravanti, pero unos pocos versos están tallados en la parte trasera de la base del monumento. Hay en lo alto del homenaje a Darío, ubicado en la plazoleta que lleva su nombre, un caballito alado, Pegaso, que representa la gracia del poeta y cuya silueta se recorta sobre el cielo. Pegaso vuela sobre la Cruz del Sur", relata la autora en su libro citando al escritor.
7. Bajorrelieves en la Casa Rosada (1929)
Marcelo Torcuato de Alvear encargó a Fioravanti varios bustos presidenciales y dos bajorrelieves para la Casa de Gobierno: Exaltación de la patria joven y Sentimiento heroico de la raza, tallas directas realizadas en una piedra traída desde Italia. En el primer caso, una mujer desnuda con el pelo recogido en una larga trenza es la metáfora de los habitantes de un país cargado de promesas; al igual que el niño que sostiene en sus brazos, que muestra una flor de girasol en la mano izquierda mientras la derecha acompaña el vuelo de un pájaro.
8. Monumento a Nicolás Avellaneda en Buenos Aires (1935)
Situado en los bosques de Palermo, en Avenida del Libertador 3649, el inmenso pedestal es una suerte de "montaña" de 16 metros de altura por nueve de ancho. Desde el suelo, el espectador apenas alcanza a ver el rostro de Avellaneda ubicado en lo alto. La distancia intimida. Las formas arquitectónicas están ligadas a las marcadas geometrías del estilo art déco, estilo perceptible desde entonces en los pedestales de Fioravanti.
9. Altorrelieve del Teatro San Martín (1962)
En el hall de el sala Martín Coronado del Teatro General San Martín se encuentra un altorrelieve en cemento coloreado de 4 por 2,50 metros, Alegoría al teatro, de Fioravanti, obra inaugurada en 1962.
10. Monumento a Roque Sáenz Peña en Buenos Aires (1936)
Situado en la plazoleta entre las calles Florida y Roque Sáenz Peña, fue realizado en piedra Mar del Plata mediante talla directa. En la parte posterior, una fuente vertedora encuadra el bajorrelieve de una figura femenina, que representa la idea de Sáenz Peña de una América para la humanidad. Dos grupos escultóricos acompañan al homenajeado. La Acogida está formado por un mujer desnuda que recibe a un niño, en alusión a la preocupación del político argentino por la infancia desamparada, y la vigorosa imagen de un hombre con la espada y la tabla de la Ley simboliza El Voto Secreto y Obligatorio, para recordar que el prócer fue quien hizo posible su vigencia en nuestro país. El Hombre de Estado aparece sentado con sus manos en un libro.
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