Somos, por un momento, la reina Mariana o el rey Felipe IV. Es el año 1656 y estamos en el Alcázar de Madrid frente a nuestra pequeña hija, la infanta Margarita, hasta ahora la única esperanza de salvación de la dinastía austríaca en España. La acompañan, entre otros, dos cuidadoras y el pintor de la corte, que nos observa atentamente con su pincel en mano. Nuestro reflejo se distingue al fondo de la habitación, en un espejo, como único testimonio de nuestra presencia.
Al regresar al siglo XXI, como simples espectadores parados frente a una pintura en una sala del Museo del Prado, ya no somos los mismos: no podemos dejar de pensar en cuál habrá sido la intención de Diego Velázquez al crear Las Meninas. Una de las obras más famosas y misteriosas de la historia del arte, inspiradora de decenas de recreaciones por Pablo Picasso y objeto de múltiples análisis que llegan hasta el campo de la filosofía.
"La presencia del espejo convierte el cuadro en una reflexión sobre el acto de ver y hace que el espectador se pregunte sobre las leyes de la representación, sobre los límites entre pintura y realidad y sobre su propio papel dentro del cuadro", señala en su sitio web el Museo del Prado, según el cual Velázquez dio con esta obra "un paso decisivo en el camino hacia el ilusionismo".
"Tiene todos los ingredientes como para que por los siglos de los siglos estemos especulando", opina Javier Portús Pérez, uno de los expertos consultados en El cuadro, documental sobre Las Meninas estrenado en España el año pasado. Las preguntas se volvieron a multiplicar semanas atrás, cuando un estudio reveló que el pintor sevillano habría usado una cámara oscura para realizar un "negativo pictórico": la versión de Las Meninas que se conserva en Kingston Lacy, en Gran Bretaña.
"Velázquez encontró la manera de representar la trascendencia, el más allá del cuadro", observa Esther Díaz. Según la filósofa argentina, logró al ubicar fuera de la tela "el personaje real (en los dos sentidos de ‘real’: por pertenecer a la realeza y por no ser ficticio)", que concentra "la atención y el respeto de la mayoría de los sujetos pintados".
Autor de otros célebres cuadros como el Retrato del Papa Inocencio X, recreado varias veces por Francis Bacon, cuatro años antes de morir Velázquez aplicó en La Meninas ágiles pinceladas que influirían dos siglos más tarde sobre la obra de Edouard Manet, quien lo consideró "el más grande pintor que jamás ha existido".