Dibujar el ataque a Charlie Hebdo: el gran desafío de una sobreviviente
La ilustradora Corinne Rey –Coco–, que carga con la muerte de sus amigos y la culpa de haber sido quien abrió la puerta a los terroristas, hoy exorciza el horror a través de una novela gráfica y una tenaz defensa de la libertad de expresión
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PARÍS.- Durante varios años, luego del ataque a la oficina de Charlie Hebdo, las palabras más insoportables para Corinne Rey, conocida como Coco, fueron “en tu lugar”. Otras personas no podían ponerse en su lugar en la revista satírica. Otros no podían saber qué habrían hecho.
El 7 de enero de 2015, Rey, una caricaturista, salía de las oficinas de la revista en París para recoger a su hija de un año en la guardería cuando se enfrentó a dos hombres enmascarados que blandían rifles de asalto. Le apuntaron con las armas a la cabeza. “¡Llévanos a Charlie Hebdo!”, gritaron. “Has insultado al profeta”.
En To Draw Again, su novela gráfica publicada recientemente, Rey, de 38 años, se retrata como una figura pequeña y temblorosa a la que dos inmensas formas sin rasgos la siguen por las escaleras. “Así es como los vi”, dijo en una entrevista reciente en París. “Monstruos, vestidos de negro, enormes, sin rasgos humanos”.
Chérif y Saïd Kouachi, los terroristas, tenían un objetivo claro: vengar la publicación de las caricaturas del profeta Mahoma por parte de Charlie Hebdo matando a su editor, Stéphane Charbonnier, conocido como Charb, y al personal. Empujaron a Rey a punta de pistola hasta la oficina de la publicación.
“Eres tú o Charb”, dijeron los hermanos mientras le ordenaban que ingresara el código que abriría la puerta cerrada. “¡ERES TÚ O CHARB!”.
Y Coco tuvo que decidir.
“Las armas estaban a unos centímetros de mí, una detrás y otra a un lado”, dijo Rey. “Estás paralizada. Nadie puede entender la enloquecida urgencia de los terroristas”.
Marcó el código.
Simon Fieschi, el administrador del sitio web del semanario, fue el primero en recibir un disparo. Rey se escondió debajo de un escritorio. “Escuché los disparos, el Allahu Akbar (¡Dios es grande!) y el silencio posterior”, dijo. “Sin gritos. Ni uno. Recuerdo los sonidos, precisamente, de sillas, de gente levantándose de sus sillas, justo cuando los mataban”.
En su libro, una manera de hablar y trascender lo indecible, Rey elige no retratar la terrible escena de los cuerpos boca abajo. En cambio, hay páginas de oscuridad, como de denso alambre oscuro enredado, que buscan plasmar el vacío dejado por sus amigos y colegas asesinados.
La decisión imposible
Criada en Annemasse, una ciudad cerca de la frontera franco-suiza, por un padre que siempre estaba trabajando y una madre con problemas con el alcohol, Rey se sentía a gusto en Charlie Hebdo. Era un refugio de lo que ella define como la “violencia psicológica” del hogar. Se unió a la revista en 2007 después de cursar estudios de arte en Lyon y Poitiers, creció con el personal, en una atmósfera que describió como “un desastre organizado, serio, funky y, sobre todo, vivo”.
Ahora todos se han ido, y esa es una ausencia que nunca la abandona, un silencio que no le permite quedarse callada.
Charb está muerto. Cabu (Jean Cabut) está muerto. Georges Wolinski está muerto. Tignous (Bernard Verlhac) está muerto. Los dibujantes que la inspiraron en un país donde, al menos desde la época de Honoré Daumier a mediados del siglo XIX, la caricatura política ha ocupado un lugar especial. “Un puñetazo en la cara, pero con un guante de terciopelo”, como solía decir Cabu del trabajo del dibujante.
En total, los hermanos Kouachi mataron a una docena de personas ese día. Es difícil imaginar una confrontación más brutal de la prensa libre y la furia de los fanáticos. Las palabras de los hermanos Kouachi, a quienes la policía mató dos días después, llenan una página del libro: “Hemos vengado al profeta. Hemos matado a Charlie Hebdo”.
“Quedé con terribles sentimientos de culpa”, dijo Rey en la entrevista. “Tuve la impresión de haber tomado una decisión cuando, en realidad, no había ninguna”.
En más de 10 páginas de To Draw Again, evoca el interrogatorio que se hizo a sí misma en una vorágine de imágenes subtituladas: “¿Y si hubiera gritado pidiendo ayuda? ¿Y si hubiera intentado huir? ¿Y si los hubiera empujado escaleras abajo? Y si. Y si. Y si…”.
Una imagen absurda, de ella dando patadas en la cara a sus agresores masivos, transmite que no hubo un “y si”. Al igual que sucedía en Auschwitz, como dice la célebre frase de Primo Levi, “no hay ningún porqué”.
Una imagen absurda, de ella dando patadas en la cara a sus agresores masivos, transmite que no hubo un “y si”. Al igual que sucedía en Auschwitz, como dice la célebre frase de Primo Levi, “no hay ningún porqué”.
Fieschi, el director de la página web, no murió, aunque casi lo mata una bala en el cuello. Dijo en una entrevista que sus primeras palabras para Rey, desde su silla de ruedas, cuando ella fue a verlo al hospital fueron: “No cambiaría de lugar contigo”.
Nadie “puede entender la terrible soledad de Coco”, dijo. “Las personas que dicen: ‘En tu lugar, habría hecho esto o aquello’, simplemente revelan su total incomprensión”.
Rey usa un arete de oro en la nariz. Su mirada es sincera. En su brazo izquierdo hay tatuajes desde el hombro hasta la muñeca: una rosa, una calavera, un gato, un panda, un caracol. Son dibujos de Tignous, de Charb, de su hija que ahora tiene 8 años. “Quería verlos mientras dibujaba, para darme valor”, dijo. Cuenta que algunas personas dijeron que se desfiguró porque no resultó herida en el ataque, “pero no fue así”.
Su vida ha sido un ejercicio de supervivencia. Ahora abundan los elogios hacia el trabajo de Rey. En marzo, el diario Libération la nombró como su caricaturista residente, la primera mujer en ocupar ese cargo en un importante diario nacional.
Su vida ha sido un ejercicio de supervivencia. Ahora abundan los elogios hacia el trabajo de Rey. En marzo, el diario Libération la nombró como su caricaturista residente, la primera mujer en ocupar ese cargo en un importante diario nacional.
“Espero que Libé me haya contratado por mis dibujos, por mis ideas”, dijo Rey, quien seguirá trabajando para Charlie Hebdo. “Es bueno ver que las mujeres se vuelven más visibles en ciertas áreas. Siempre me he sentido un poco andrógina en este entorno, evolucionando rodeada de hombres”.
Le pregunté cómo veía a las caricaturas en la actualidad. “Nuestro papel es sacudir, perturbar, causar problemas, provocar la reflexión”, dijo. “Pero insultar, no. No insultamos”. Hizo una pausa y agregó: “No tengo ningún deseo de formar parte de ese ambiente de moralidad”.
El humor puede dar miedo, dijo. Puede doler. Pero siempre es un enfrentamiento con lo real.
Para Rey, quien vive protegida por guardias de seguridad, el objetivo de la caricatura de Mahoma era claro: apuntar a los fundamentalistas y la intolerancia religiosa y afirmar que en una sociedad plural, “criticar las religiones va de la mano con respetar las creencias. Es inseparable”.
Y aseveró: “Si un musulmán me pregunta, le digo: ‘Si hago este dibujo, es porque te respeto y porque en Francia tengo el derecho a criticar una religión’”. Luego agregó: “Si esto realmente te molesta, bueno, no estás obligado a leer a Charlie Hebdo. No estás obligado a mirar estos dibujos. Y eso no te impedirá creer. Y no me impedirá no creer. Y cada uno tiene su propia libertad de conciencia”.
En octubre pasado, la decapitación de Samuel Paty, un profesor de historia en un suburbio de París que mostró imágenes del profeta Mahoma en una clase sobre libertad de expresión, afectó profundamente a Rey, lo ve como una prueba de que la batalla por la que sus amigos perdieron la vida continúa en Francia.
“Dibujo, y esa es mi pasión. Charlie no murió, vive. Estoy un poco mejor, aunque los ausentes siempre están en mi mesa”.
“Paty es, de alguna manera, un miembro de Charlie, casi un colega”, dijo. “Quería explicar qué es la libertad de expresión. Explicaba que la blasfemia no es un crimen en Francia”. También explicaba la libertad de opinión y de pensamiento. Explicaba la libertad misma.
Comenta que una escuela secundaria en Francia se negó a recibir el nombre de Paty por temor a ser atacada. “A veces también tengo miedo, pero supero ese miedo”.
Le pregunté a Fieschi si Rey había cambiado desde ese devastador día –conocido simplemente como el “7”, así como el 11-S se convirtió en un signo estadounidense–. “Más que cambiarla, creo que la reveló”, dijo. “La profundizó. Su sencillez perdió su ingenuidad. Ella siempre luchó por la libertad. Y ahora lo hace aún más”.
Rey se siente incómoda con la idea de ser víctima. No quiere que la vean de esa manera. Ha luchado por salir de un lugar inimaginable. Al describir la decisión de Coco en su libro, se ha ayudado a descartar esa elección.
En 2018, tuvo otro hijo, un niño. “Soy una madre”, dijo. “Dibujo, y esa es mi pasión. Charlie no murió, vive. Estoy un poco mejor, aunque los ausentes siempre están en mi mesa”.
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