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“Sirviéndonos los unos a los otros, nos liberamos”, dice la frase tallada sobre la mesa redonda del Rey Arturo. “Este es el lugar donde se reúne el consejo. No hay cabecera: todos iguales, incluso el rey. Ese es el corazón de Camelot”, le explica el monarca, en la piel de Sean Connery, a un joven Lancelot interpretado por Richard Gere en la película El primer caballero.
“Todo lo que está suspendido por obra del trabajo colectivo, es refugio”, se lee como introducción al currículum de Diana Aisenberg en su sitio web, como síntesis de ese mismo principio horizontal que alimenta gran parte de sus proyectos. Por ejemplo las dos intervenciones que proponen ahora nuevas formas de habitar los espacios de circulación del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires: imponentes presencias con ojos y coloridas cabelleras, parecidas a criaturas de Miyazaki, que se alzan como un tótem o invitan a cruzar “un portal” hacia otra dimensión.
Mística robótica en la economía de cristal es el título de este resultado de la colaboración entre amigos y alumnos de la artista, que se sentaron con ella a enhebrar los objetos rotos o en desuso que habían recolectado. Algunos muy preciados por sus dueños, y donados solo porque estaban destinados a integrar algo mayor.
“La economía de cristal ensambla recuerdos, fantasías, piezas encontradas, herencias, amores, personas, ciudades y países”, explica Aisenberg, que inició esta aventura hace una década en el Delta del Tigre. Con la intención de que cruzara fronteras para “transformarse en el encuentro con el otro”, se dejó llevar hasta el museo MAR de Mar del Plata, Uruguay, Francia, Israel, Grecia y una isla de Honduras. Invitada por una fundación que cuida a las tortugas, se sentó allí con chicos en una mesa al aire libre y dejó que el boca a boca hiciera el resto: atrajo a casi toda la comunidad.
“Es un poco mágico, se convierte en una meditación colectiva -señala la autora de Historias del arte (2004) y Método Diana Aisenberg (2018), publicados por Adriana Hidalgo -. Y cuando la obra está terminada, las personas se emocionan al reconocer su donación o participación”.
Las intervenciones del Moderno forman parte de la serie Deva Cyborg, conformada por manifestaciones sobre diversas superficies de las deidades asociadas con lo alegre y lo luminoso. “Diferentes dimensiones se juntan para generar una nueva realidad -dice la artista-. Se trata de apostar por la presencia del cuerpo y la mirada, la fe y una construcción posible de futuro”.
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