Día del Beso. Diez obras de arte para volver a enamorarse
De la célebre fotografía de Robert Doisneau y las pinturas de Klimt, Picasso y Magritte a la escultura de Rodin, una galería de obras que va más allá de cualquier pandemia
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Escribe Gabriela Mistral en su poema más famoso que hay besos de amor, besos que se dan con la mirada o con la memoria, besos silenciosos, nobles, enigmáticos, sinceros, prohibidos, verdaderos, que arrebatan los sentidos, misteriosos, problemáticos, trágicos, perfumados, tibios, sublimes, ingenuos, puros, traicioneros y cobardes, salvajes... Hay besos que producen desvaríos / de amorosa pasión ardiente y loca, /tú los conoces bien son besos míos / inventados por mí, para tu boca. Besos de toda esta infinita taxonomía se encuentran en la historia del arte, pintados, esculpidos, fotografiados o dibujados como epítomes del amor.
El almanaque indica que hoy la efeméride es el Día del Beso y la ocasión amerita sumergirse en imágenes que llevan a revivir memorias, concretar deseos o añorar los que nunca se dieron, que son los que más duelen, dice una canción.
En el Museo Nacional de Bellas Artes hay una copia de un mármol que no puede estar frío: es El Beso de Auguste Rodin, una escultura tamaño natural donde un hombre besa a una mujer, y se pierde en su boca. Los amantes son Paolo y Francesca, dos personajes de La Divina Comedia, de Dante. La verdad de esta obra está en los detalles, como en los dedos de él que se hunden en la carne de los muslos de ella y nos dejan pensando que no pueden ser de yeso. La pieza fue regalo al país del propio artista francés, en 1908.
Una de las fotos más perfectas de un beso es también de un francés, Robert Doisneau. Parte de un reportaje que le había encargado la revista Life, pasó a la historia como Le baiser de l’hôtel de ville (El beso). Treinta años más tarde, el autor confesó que este emblema de esperanza de la posguerra fue en realidad una toma armada. Sigue siendo un ícono, de todas formas.
De la misma época es la famosa fotografía de Alfred Eisenstaedt que retrata a un marinero estadounidense besando a una enfermera durante las celebraciones del Día de la Victoria sobre Japón en Times Square, el 14 de agosto de 1945. Los protagonistas quedaron en el anonimato hasta que a fines de 1970 Edith Shain se reconoció en la ya devenida postal de una época. Recién en 2007 supo que el hombre que la sorprendió a la salida del subte y la besó por única vez en su vida aquel día fue el marino Glenn Edward McDuffie. Nunca se volvieron a ver.
Uno de los reyes del pop art, Roy Lichtenstein, realizó una serie a besos inspirados en el cómics. Con colores primarios y composición hecha a mano mediante de puntos –como si hubiese sido impresa de manera industrial–, el artista se apropiaba de la estética de la historieta. Hoy es material de pósters, remeras, tazas y señaladores, como esta que cuelga de la pared de un living porteño: reproducción de Kiss V, de 1964.
En el siglo XIX, Henri de Tolousse-Lautrec retrata la vida en los prostíbulos. Esta pintura es En la cama: el beso, y lleva al óleo el reposo a la vez erótico y amoroso de dos trabajadoras sexuales del 6 rue des Moulins. Esta obra es una de las 16 pinturas que le encargó en 1892 el propietario del prostíbulo de la rue d’Ambroise para decorar el salón principal.
En el Belvedere de Viena está El Beso de Gustave Klimt, un óleo con laminillas de oro y estaño sobre lienzo de 180 x 180 centímetros, realizado entre 1907 y 1908. El museo lo compró ese mismo año, la primera vez que el artista lo mostró. Es tan emblemática que en Austria se acuñó con esta imagen una moneda de cien euros. Es considerada un tesoro nacional. Se cree que los amantes son el pintor y su pareja, la diseñadora de moda Emilie Flöge. También podría ser Adele Bloch-Bauer: hay una muy buena película que cuenta la historia de su retrato.
Este beso es perturbador: René Magritte, genio del surrealismo, pintó la serie Los amantes con cuatro variaciones, en 1928: un hombre y una mujer con la identidad oculta. Son recurrentes en su obra las cabezas tapadas y tiene que ver con un trauma muy tremendo: cuando era adolescente vio cómo sacaban el cadáver de su madre del río Sambre con la camisa mojada, enrollada en la cabeza y ocultándole la cara. Se había suicidado.
Pablo Picasso ha pintado muchos besos, pero nunca tantos como los que dio: en su vida estuvo enamorado de ocho mujeres y besó a muchísimas más. No siempre las hizo feliz. “El amor es el mejor tónico de la vida”, dijo el artista. El beso es una de las obras maestras de Picasso que atesora el museo del artista en París. Fue pintado en 1969, apenas cuatro años antes de su muerte, cuando el artista ya tenía 88 años. Estaba entonces enamorado de Jacqueline Roque, en Vallauris.
Dos obras argentinas y poco conocidas podrían sumarse a esta selección universal e icónica. Una se vio en el Museo Sívori durante la retrospectiva de exposición Mariette Lydis, Transicionar lo surreal. Se trata de uno de sus dibujos eróticos de esta dibujante, grabadora, litógrafa y pintora autodidacta, nacida en Viena y radicada en Buenos Aires, que adquirió notoriedad en Europa en el período de entreguerras. Un beso apasionado, en un dibujo casi secreto.
La última es una fotografía de Pablo Pintor, que rinde homenaje al beso de Doisneau, pero en una obra en construcción en la ciudad de Buenos Aires. Hasta hace poco estuvo exhibida en su muestra Transeúnte, en FOLA. Personajes que retrata sin permiso, en su constante búsqueda de personajes.
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