Día del agua: un pozo y diez tanques para tomar conciencia del uso y abuso de este recurso en la ciudad
La muestra “Chorros” se vale de un pozo de seis metros de profundidad que Agustina Woodgate mandó a hacer en la galería Barro; detrás de cada exhibición de esta artista hay una investigación y trabajo con expertos
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“La política que regula el agua es una mafia y pocas veces se considera el bienestar planetario”, dice Agustina Woodgate, mujer menuda de mente ágil entre diez tranques de agua de mil litros y un pozo de seis metros de profundidad que mandó a hacer en la galería Barro (Caboto 531) para pensar sobre el uso del agua.
Woodgate es una artista de carrera internacional, y detrás de cada exhibición que hace hay una investigación y trabajo en equipo con expertos. Trabajó también cuestiones como el tiempo y el dinero. Por ejemplo, en la feria Frieze de Nueva York, en 2021, instaló un cajero automático que expedía un dólar a cambio de depositar cien. Esta vez, para la muestra Chorros, contó con perforistas, ingenieros de sanidad, geólogos, ambientalistas, arqueólogos y custodios de agua. “La exhibición es tanto un experimento para purificar agua de la napa como un ejercicio de diseño. Me interesa estudiar el rol que el diseño ocupa en las infraestructuras que conforman nuestros paisajes. Está en todo: cañerías, filtros, envases, tipografía y movimientos de circulación”, explica.
Ubicados sobre pedestales, como si fuera una sala de bustos en un museo, los tanques se llenan con el agua extraída del pozo realizado por una cuadrilla de expertos durante varias semanas de trabajo. Se ven en el ingreso de la sala las bolsas de tierra que extrajeron para colocar el caño azul que asoma a menos de un metro de la superficie.
El agua pasa después por un sistema de purificación antes de entrar en la tubería que la lleva a un tanque. “El agua que tomamos viene del acuífero Puelche. Se extrae a una profundidad de entre 30 a 60 metros, dependiendo el terreno. En Barro, sacamos el agua de la napa freática, que es la primera capa del subsuelo, y suele estar contaminada. Ninguna lo está tanto como esta, la cuenca Riachuelo Matanza. Querer purificarla es tan absurdo como poético, rebelde de alguna forma”, señala.
Dos botellas de vidrio con forma de bolsas muestran una diferencia de color: el agua como está en la napa y luego, como queda cuando es purificada. Logró limpiarla, pero no en la cantidad que esperaba. “Conseguí un filtro de osmosis inversa, el mismo que usa Aysa, que puede filtrar 10.000 litros por día. Pensaba que iba a llenar los diez tanques de mil litros. La bomba estuvo trabajando cuatro días y no logré extraer más que unos litros de un agua oscura, con un olor horrible a hidrocarburos, que nos dejaba a todos con dolor de cabeza. Daba 15 litros por hora. Se secaba el pozo y había que parar por peligro de derrumbe. En la galería, dos de los tanques están vacíos, porque ya no daba agua”, cuenta. Va a seguir experimentando. “Vamos a meter un imán capaz de atraer cosas de 80 kilos para ver qué levantamos”, adelanta.
Los tanques entonces se llenaron hasta alcanzar ciertas unidades de medida: 5 copas de vino, una ducha de diez minutos, 4 millones de gotas o El sudor de 22 jugadores durante un partido de 90 minutos. En una pared hay palabras escritas con sellos de agua como los billetes: Canilla Libre, Todo Turbio, Esto es un divague, El Dólar Azul, Chorros o Misterio de Economía. Los papeles están en un degradé del blanco al marrón, que es la escala de purificación del agua con la que fueron hechos.
Woodgate es argentina pero vive en los Países Bajos hace años y nota el privilegio que tienen los habitantes de la ciudad de Buenos Aires: “El consumo de agua promedio por persona por día en el mundo es de 250 litros. En Buenos Aires una persona gasta 650 litros por día. Esto incluye la baldeada de vereda, que es algo vintage: ves a los encargados de edificios dándole presión al chorro con el dedo gordo. También es absurdo el lavado de autos y no mantener el agua de la pileta, sino vaciarla y volverla a llenar. En Buenos Aires el agua es un recurso al por mayor. Tiramos agua bebible por el inodoro. Se puede tomar. No se necesita agua bebible para la limpieza. En otros países se discrimina el agua por uso. Acá usamos agua bebible para todo”.
En Ámsterdam, Woodgate se siente una sirena, siempre inundada, en ciudades que se mantienen en pie hace décadas diez metros debajo del nivel del mar. “Aprendo de los maestros hidrólogos. Cuando investigué en el Palacio de Aguas Corrientes de Buenos Aires encontré que todo el sistema de agua y cloacas fue construido por hidrólogos holandeses. Hoy no me sorprende que yo esté viviendo en Holanda. Se aprende de agua de forma cotidiana. Por ejemplo, cada vecino paga impuestos para el mantenimiento de su canal. Hay un funcionario público que es el encargado de abrir y cerrar diques. Es un puesto político”.
Woodgate habla con LA NACION desde el aeropuerto de Miami y aporta información fresca: “El estado de La Florida acaba de aprobar un presupuesto de 22 billones de dólares para proyectos que limpien la napa freática. Es una de las zonas más contaminadas”.
Woodgate trabaja con el tema del agua hace tiempo. En 2016 expuso en la misma galería de La Boca Común y Corriente, una serie de bebederos de piedra comunitarios. Salían muchos chorros de una sola boca, conectada a la red de agua corriente. Otro antecedente es La fuente (The Source), una estructura de bebederos en el espacio público en Miami en 2019, y una versión que presentó en los Alpes suizos, a 4000 metros de altura, que formó parte de Bienalsur 2021. “Cada vez que presento esta instalación es todo una negociación y una burocracia, por lo que implica dar agua bebible de manera gratuita e ilimitada. Cada país tiene diferentes complejidades, desde infraestructura hasta políticas”, señala. En 2022 la invitaron a llevar la instalación al Parque de la Innovación, en el ex Tiro Federal, y encontró que la napa estaba demasiado contaminada con plomo. Pensó en un bebedero que limpiara el agua. “Ahí comienzo una investigación sobre purificación, napas y perforaciones, que deriva en la idea de usar la galería como prototipo de fuente pública”, cuenta.
“Lo más importante para mí es haber hecho un pozo y poder entender el proceso”. El arqueólogo tomó una muestra del suelo e hizo un reporte: “El terreno de Barro entró en el Archivo Arqueológico Nacional. Este tipo de estudio permite entender por dónde pasaba antes el Río de la Plata”. El “custodio del agua” tomó una muestra de los primeros afluentes, la llevó a analizar, y determinó el tipo de filtrado que requiere y cómo se puede desechar si es tóxica. Agua que no has de beber... y no dejar correr.
Además: arte y agua
Mil botellas. El Papa Francisco, Patricia Sosa, Elena Roger, Facundo Arana, Carola Reyna, Boy Olmi, Nicolás Pauls juntaron agua en botellas para la instalación Aqua Planetae, obra del artista y ambientalista Carlos Montani, que se puede ver en la Casa de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Avda. de Mayo 575. Ordenadas en una estructura modular que puede ir creciendo indefinidamente, cobra vida a partir de un efecto lumínico que imita las ondas del agua y es sobre este soporte donde se exponen las muestras de agua previamente envasadas en frascos viales debidamente esterilizados, sellados y rotulados con el lugar, la fecha y el nombre de la persona que obsequió el agua. Montani empezó a juntarlas en 2012 y ya tiene 1901 muestras de agua de 69 países. “La obra de Montani, además de invitarnos a participar y a reflexionar sobre la importancia y la escasez del agua sorprende por la rigurosidad con que está creada”, señala la curadora Virginia Fabri. De la Base Esperanza de la Antártida a la Isla de Pascua, pasando por el Círculo Polar Ártico, la India, Grecia, Turquía y muchos rincones de Argentina. “Dentro de 20, 50 o 100 años, cuando el agua sea mucho más escasa que ahora, este universo de muestras históricas como primitivos daguerrotipos, les permitirá a nuestros descendientes conocer el agua que tomaba cada una de las personas que enviaron sus muestras”, escribe Montani.
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