Día de la Mujer: una “desobediente” con todas las letras
La escritora Paula Bombara creó a una protagonista transgresora en su nueva novela para adolescentes dedicada a Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Alicia Moreau de Justo y Julieta Lanteri
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Con una estructura de cajas chinas y una voz narrativa dentro de otra presentada a través de un intercambio epistolar, Paula Bombara construye La desobediente, su nueva novela para adolescentes y jóvenes publicada por Loqueleo. Con ese recurso, la trama dialoga con Frankenstein, de Mary Shelley, que también está construida a partir de cartas que escribe Viktor Frankenstein, el científico que da vida a un monstruo formado con parte de cadáveres. Pero, a diferencia de Shelley que hace foco en el arrepentimiento y la culpa del doctor Frankenstein, Bombara presenta una joven “desobediente”, de esas que reivindica el movimiento feminista por haber abierto el camino en el ámbito universitario y científico.
Florence, la protagonista, es una desobediente con todas las letras: quiere estudiar en la universidad, investigar y trabajar en un laboratorio cuando esos son privilegios para los hombres de la época: Inglaterra, mediados del 1700. Pero también “desobedece” las reglas sociales cuando decide esperar para casarse y terminar primero su carrera, cuando debuta en la maternidad a los 29 años (edad en la que la mayoría de las mujeres ya eran abuelas) y cuando decide amamantar a su hijo en lugar de que lo haga una nodriza, entre otras “transgresiones”.
“La característica principal de Florence es su intensa curiosidad intelectual. Fue educada por la madre y la tía, que deciden seguir el rumbo de esa curiosidad en lugar de censurarla. Sabemos que la curiosidad es una de las cualidades más maravillosas de las infancias y que lo ideal sería que se estimulara siempre y en todos los casos por igual. Pero la realidad muestra que se sigue privilegiando a los hombres blancos heterosexuales de Occidente, a quienes se les dan más oportunidades y se les perdonan más errores. Mujeres como nuestras pioneras universitarias, entre muchas otras, dieron visibilidad a esta situación a principios del siglo XX, retomando reclamos que las precedían y abriéndose camino en los claustros de la Argentina”, dice Bombara, que dedica el libro a mujeres como Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Alicia Moreau de Justo y Julieta Lanteri.
Autora de novelas premiadas como El mar y la serpiente, Una casa de secretos, La chica pájaro, Lo que guarda un caracol y La fuerza escondida, Bombara (Bahía Blanca, 1972) es bioquímica y comunicadora científica. En 2003 creó y desde entonces dirige la colección de libros de divulgación científica para chicos ¿Querés saber?, de Eudeba. Integra, junto con Carolina Tosi y Gabriel Dvoskin, el grupo de investigación “Discursos e infancias”, del Instituto de lingüística de la Universidad de Buenos Aires, donde en la actualidad cursa un doctorado. Como investigadora aborda los cruces entre artes y ciencias, la deconstrucción de estereotipos en la literatura y la búsqueda de identidad y de justicia en las infancias y juventudes.
En uno de los capítulos de La desobediente, la autora nombra a Mary Wollstonecraft y su ensayo Vindicación de los derechos de la mujer, de 1792. No es casual, ya que la madre de Mary Shelley fue pionera del feminismo. Y si bien, en la ficción, Florence no alude directamente a teorías feministas, con sus actitudes “rebeldes” hace honor a la lucha por la igualdad de derechos de la mujer. En especial, con su insistencia por poder asistir a la universidad.
Además de una reivindicación a las mujeres de la ciencia, la joven parece una contracara de Viktor Frankenstein, que abandonó a su criatura, una decisión que indigna a la protagonista la novela. ¿O es una suma de varias mujeres de la época? Responde la autora: “Florence puede ser leída de todas esas formas: homenaje, vindicación, contracara ética, confluencia de muchas pioneras. Mientras escribía no tenía mucha idea de qué y cómo estaba escribiendo pero, ahora que ya escribí la novela y tomé algo de distancia de ese proceso de escritura, siento que, de algún modo, Florence comenzó a gestarse en una conversación imaginaria que entablé con Shelley en la adolescencia. Por otra parte, al investigar acerca del quehacer de las científicas europeas a fines del 1700, me di cuenta de que podía enriquecer la ficción tomando diferentes detalles de múltiples historias reales e incluso, incorporando algunos nombres relevantes para aportar capas de significación a la novela”.
Una de esas capas es la idea de hacer ficción a partir de personajes literarios preexistentes como el doctor Frankenstein, su creación, y los profesores Waldman y Krempe, creados también por Shelley. “Esa idea apareció por el deseo de conversar con el clásico. ¿De qué elementos disponía para conversar con Shelley? Del lenguaje, de la estructura, de sus personajes. Me arriesgué a tomar algo de todo eso. Sin restar importancia a las preguntas filosóficas acerca del origen de la vida que atraviesan la novela, a mí me sedujo más lo que la voz narradora dice y lo que calla sobre el proceso creativo en la ciencia. Es decir, lo que le sucede a Frankenstein antes, durante e inmediatamente después del ‘nacimiento’ de su criatura. Al llegar a la universidad de Ingolstadt, Viktor debe encontrar un profesor que lo guíe y ahí aparecen estos dos personajes creados por Shelley que decidí intervenir: Waldman y Krempe. Uno que valora las teorías del pasado y otro que las desdeña y mira el futuro”.
El formato epistolar le permite a la autora sumar distintas voces y miradas al relato principal narrado por el profesor Waldman, que a su vez cita a Florence, que años más tarde le escribe a su tía Mildred y cierra la historia. Explica Bombara: “Decidí usar una estructura de cajas chinas muy parecida a la que usa Shelley en Frankenstein. No es igual porque en La desobediente se imponía desobedecer, así que tiene algunas variaciones. Fue parte de ese intento de conversación con el clásico que mencionaba antes. También me permitió dar relieve al hecho de que Frankenstein le cuenta su historia a otro científico, Robert Walton, que está determinado a alcanzar el Polo Norte. Y se la cuenta porque no quiere que su colega caiga en el mismo ‘trance’ de fascinación por la ciencia. ¿Por qué tanto empeño en desalentar la pasión científica? Esa pregunta sigue inquietándome”.
Según la autora, si tenemos en cuenta que Frankenstein es un clásico de lectura recomendada por todos los Ministerios de Educación, “es oportuno leer esta novela desde una mirada superadora y crítica en lo que se refiere a la acción de los y las científicas”. “Para mí ,tanto las ciencias como las artes deben ser consideradas campos de trabajo creador y de investigación potentes, indispensables, para construir una sociedad más madura y justa. Creo que hay que cuestionar profundamente la validez de los estereotipos heredados de siglos anteriores, como el del científico ‘loco’, el del artista ‘soñador’, el de la mujer ‘que no entiende’.”
Al trasladar el concepto de “desobediencia” de su protagonista a la sociedad actual, la escritora cuenta: “Ahora que he vuelto a la universidad a hacer mi doctorado me encuentro, por ejemplo, con que las becarias de Conicet siguen luchando para que se efectivicen la licencia de maternidad con goce de haberes y la reducción horaria por amamantamiento. Lo mismo observo cuando hay que cuidar a familiares: el sistema laboral en general no ampara estas situaciones. Desde esta perspectiva, aun hoy una mujer que padece dolencias propias del cuerpo femenino, que decide ser madre mientras estudia, o que es sostén de familia, será, más temprano que tarde, una desobediente”.
Cuando se le pregunta cuáles serían las reglas sociales a romper hoy, Bombara dice: “La opción de desobedecer (u obedecer a ‘una obediencia otra’, como postula la filósofa francesa Anne Dufourmantelle) está siempre ahí. Cada vez que el sistema en el que te desenvolvés te impone una regla sin admitir cuestionamientos, late esa ‘obediencia otra’. Cada persona, si se detiene a pensar un momento, sabe cuáles son los límites a traspasar, las fronteras a desdibujar, los imperativos que desea dejar atrás. También creo que ningún logro es individual: somos parte de un entramado de afectos en el cual a veces vamos tejiendo lo propio y otras veces, vamos acompañando a nuestros seres queridos para que también puedan avanzar en lo suyo. La concreción de los deseos, aunque muchas veces se siente solitaria, nunca lo es. Seamos conscientes de esto o no, el avance siempre es con otros y otras que están ahí, alentándonos. Pienso que vivir siguiendo el propio deseo marca la configuración de la obediencia. Sostener el deseo y seguir adelante ante cada uno de estos obstáculos implica una desobediencia”.
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