"Desecho mucho de lo que escribo"
Morábito –que vendrá a Buenos Aires en septiembre, para el Filba– revela en esta entrevista los secretos de su escritura
"Nací en una ciudad cosmopolita, Alejandría, donde convergían griegos, italianos, franceses, ingleses y naturalmente árabes, una ciudad multilingüe que por desgracia apenas conocí, pues teniendo tres años mis padres se volvieron para Italia", cuenta Fabio Morábito (1955), que pasó su infancia en Milán y se trasladó a los quince años a México, país en el que reside. Su obra, escrita en español a pesar de ser el italiano su lengua materna, ganó prestigiosos premios y comprende poesía, ensayo, novela y cuento. En nuestro país se consiguen varios de sus libros. A fines del año pasado se publicó una antología de su poesía, Un náufrago jamás se seca (Gog&Magog), y ahora se distribuye en librerías, después de Grieta de fatiga , otro volumen de cuentos: La vida ordenada .
En las ficciones de Morábito, lo real es una sustancia imprevisible, sometida a un devenir constante. En gran parte de sus relatos se refleja la complejidad del mundo a través de situaciones cotidianas en escenarios y tiempos muy variados.
-¿Con qué criterio organiza la trama y elige los imaginarios?
-Gracias a Dios un escritor no elige casi nada. Yo, al menos, trato de elegir lo menos posible. Hay situaciones que de inmediato se me presentan como cuentos o poemas, dependiendo de qué género esté escribiendo en ese momento. Si estoy escribiendo prosa, empiezo una historia casi sin saber nada de ella, apenas lo suficiente para saber que hay ahí un cuento posible. A menudo me equivoco, o bien porque tomo un camino erróneo o porque la situación misma no era tan fecunda como había imaginado. Desecho mucho de lo que escribo. ¿Con qué criterio avanzo? Con el criterio de dar el menor número de saltos, pero sabiendo al mismo tiempo que es imposible no saltar de vez en cuando. Dónde colocar unos cuantos saltos entre tantos pasos, a esto se reduce el arte de escribir un cuento.
-En sus relatos hay un intento por nombrar el "enorme fondo impenetrable, una masa sin trabajar y sin redimir que todos cubren para no ver". ¿Cuáles son los dispositivos narrativos que le resultan funcionales para llevar a cabo este propósito?
-La historia misma se ocupa de ir tocando ese fondo que mencionas. Se trata de estar a la escucha, de poner atención para no dejar escapar la presa. Sé que todo esto es muy confuso, pero no sé expresarlo de otro modo, y cuando escucho términos como "dispositivo", me pongo a la defensiva y no sé qué responder. Y en cuanto al fondo irredimible, lo ideal sería dejarlo en paz y escribir historias absolutamente superficiales, donde no ocurra nada trascendente. Ha sido el sueño de todos los escritores, escribir historias sobre nada, pero es algo imposible, así que hay que resignarse a la profundidad, a la horrible profundidad.
-A diferencia de sus otros libros de relatos, en La vida ordenada la tensión erótica con mujeres maduras es el eje común a todos los textos. ¿Qué desafíos supone trabajar con el erotismo?
-El primer desafío es no caer en lo obvio. En lo personal, creo que el erotismo más puro es aquel que nos toma de sorpresa, cuando somos víctimas de algún deseo o apetito que no hemos buscado. Tal vez por eso las figuraa ideales de ese tipo de erotismo sean el niño y el adolescente, que de pronto se ven inmersos en un frenesí que los asusta y los atrae; de ahí la frecuencia en mis cuentos de mujeres maduras que, aun sin tener intenciones libidinosas, desatan el deseo erótico. Otro desafío es lingüístico. Hay que ser lo más frugal posible, hasta rozar la anorexia expresiva. Nunca como en el terreno erótico una brillante metáfora puede resultar desastrosa, y por lo general es justo en ese terreno donde la mala literatura se surte a manos llenas de metáforas.
-La complejidad argumental de los relatos de La vida ordenada no conspira contra la intriga, sino que ayuda a mantener en vilo la atención del lector de principio a fin. ¿Cómo organiza la arquitectura interna de los textos para lograr esa efectividad?
-Tienes que organizar las cosas para que todo sirva, dando la impresión de que estás trabajando con residuos inservibles. Un buen cuento es cuestión de una sabia distribución de los materiales, como supongo que ocurre en la arquitectura. Nada debe relucir por sí mismo, sino colaborar con el conjunto.
-Como poeta, ¿cuáles son las cuestiones para las cuales la poesía le resulta el medio más apropiado de abordaje?
-Cualquier cosa que sirve para un cuento puede inspirar un poema, y viceversa. Ahora bien, en el poema se escucha más el lenguaje; en el cuento se repara más en la materia de que está hecho el mundo, pero la actitud de escucha es la misma. Hablo de la escucha del escritor, de su atención puesta en lo que va escribiendo para saber qué frase o qué verso siguen después de la frase o del verso que acaba de escribir. Creo que escribir es sobre todo un acto de escucha.
-¿En qué medida su actividad como traductor le ha proporcionado herramientas para su propia ficción?
-La traducción proporciona humildad, como decía mi maestro Tomás Segovia. Y la humildad, sobre todo la humildad de escucha, es una excelente herramienta para escribir, pues al fin y al cabo uno escribe escarbando, no construyendo, es decir, se escribe como si el cuento o el poema ya estuvieran ahí, completos y enterrados, y sólo hay que sacarlos a luz. La escritura es una persecución, un ir en pos de algo que el escritor siente como algo preexistente. La invención no existe; existe el descubrimiento o, mejor dicho, el develamiento, y la traducción es el arte de develar, de levantar el velo, de ir trayendo a la luz lo que permanece oculto. Cuando escribimos, estamos traduciendo, abriendo un surco para acomodar palabras que no nos pertenecen.
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