Delphine de Vigan: “Hablar es una manera de luchar”
En “Las gratitudes”, su nueva novela, la prolífica escritora francesa llama a reconocer que tenemos una deuda con los demás y que el agradecimiento es sanador; antes, en la Argentina se publicará “No y no”
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Cuando era una niña, su tía le leía a menudo un cuento sobre un oso llamado Michka. “Ella suplió varias carencias familiares. Se ocupó mucho de mi hermana y de mí”, dice desde su casa en París la escritora Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), quien presenta Las gratitudes (Anagrama), que llegará a las librerías argentinas en mayo. En una rueda de prensa virtual su voz se quiebra al recordar a su tía Monique quien falleció a los 99 años en una residencia, donde la autora acudía frecuentemente a visitarla. Esta novela es más que un íntimo homenaje a esta mujer: es un modo de agradecerle. Michka es el hombre de la protagonista, una anciana que ha sido correctora literaria, una mujer muy culta que vive en un geriátrico y que padece en sus últimos años de vida parafasia, la pérdida del domino del don de la palabra. Sin embargo, esta mujer judía que ha visto el horror con sus propios ojos, no olvida a aquellos que la salvaron y que arriesgaron sus vidas.
De Vigan es la autora de Días sin hambre, donde relata su lucha contra la anorexia, Nada se opone a la noche, Basada en hechos reales, que fue llevada al cine por Roman Polanski, y No y yo, que publicará Anagrama en abril en la Argentina. También es la autora de Las lealtades, una novela que puede leerse, por el momento, como un díptico junto con Las gratitudes. En breve se sumará a estas dos ficciones una tercera novela cuyo eje, adelantó la autora, será la ambición. De este modo quedará completo el plan narrativo que nació con la intención de crear una trilogía sobre temas que la obsesionan. Además, De Vigan, prolífica, ultima los detalles para publicar en Francia una novela de corte sociológico que llevará el título Los niños son reyes.
Las gratitudes cuenta con dos narradores que visitan a la anciana en un geriátrico, voces que se intercalan a modo de monólogos o diálogos. Marie, a quien cuidaba Michka cuando era niña, y un logopeda llamado Jérôme. Ambos intentarán cumplir el último deseo de la mujer y encontrar a un matrimonio que durante los años de la ocupación alemana la ocultó en su casa. Michka nunca agradeció como le hubiese gustado a esa pareja: “La gratitud es un modo de reconocer que tenemos una deuda con los demás, unas gracias que no hemos expresado. Pronunciar «Merci» no es difícil. Es solo una palabra. Lo difícil es encarnar esa palabra”. En la palabra, destaca la autora, al expresar nuestros sentimiento, hay un elemento terapéutico, de sanar, pero también es un modo de fortalecerse como individuo. “Hablar es una manera de luchar”, resume.
Esta historia surgió en 2012 antes que como novela como un monólogo que la autora presentó en un festival de teatro. “Ese extracto que se interpretó causó una emoción muy fuerte en la sala. Tuve la impresión de que había pasado algo muy potente en los espectadores desde el punto de vista emocional”, recordó. De Vigan admitió que ya ha recibido ofertas en Francia y en Italia para llevar esta novela a los escenarios.
De Vigan admite que Las gratitudes exigió a los traductores un gran esfuerzo. Decidió en esta ocasión redactar para ellos una especie de manual donde explicaba los juegos de palabras, los neologismos, el uso de la sintaxis que utiliza Michka y otros recursos. La palabra, en primer plano, con sus giros, sus poros, su permeabilidad y su capacidad de transmitir la verdad, está presente en esta novela: “Soy logopeda. Trabajo con las palabras y con el silencio. Con lo que no se dice. Trabajo con la vergüenza, con los secretos, con los remordimientos. Trabajo con la ausencia, con los recuerdos que ya no están y con los que resurgen tras un nombre, una imagen, un perfume. Trabajo con el dolor de ayer y con el de hoy. Con las confidencias. Y con el miedo a morir. Forma parte de mi oficio”, dice un personaje con quien De Vigan, como autora, traza un símil, pues ella también trabaja con la palabra y con los silencios.
De Vigan considera que, como autora, le resulta imposible sintetizar o resumir en una lista de nombres los autores u obras hacia los que sienta gratitud. “Todos los escritores que he leído desde mi más tierna infancia hasta hoy han contribuido a hacer de mí la escritora que soy. Creo mucho en la comunicación entre los textos. Somos la suma de nuestras lecturas. Los libros fabrican nuestros recuerdos personales y esto aparece en una novela que he escrito: Basada en hechos reales”. Sin embargo destaca algunos autores con quienes se siente cerca, pues abrieron una puerta hacia la autora que siempre había querido ser: Annie Ernaux (“abrió una puerta para las mujeres escritoras”) y Emmanuel Carrère (“explora lo real de una manera muy especial”). “En Francia contamos con una gran libertad de expresión: podemos mezclar códigos, pasar de un género a otro, que es algo que hago yo en mis libros”, explica.
“Me molestaría que dijeran que el libro cae en el sentimentalismo, porque y no creo que lo esté haciendo. Estoy hablando de una mujer mayor que pierde el lenguaje. Hay temas ásperos: la soledad, el significado de envejecer, el abandono y la esperanza. Quería abordar este tema en su conjunto y dibujar un lienzo de la vejez que no me parece que caiga en el sentimentalismo”, explica quien también trabajó con especial atención para que la muerte no estuviese en primer plano en esta historia. La gratitud, quiso señalar De Vigan en la novela, es una doble vía que consiste en saber agradecer, por un lado, pero también, por el otro, en saber recibir las gracias. Es precisamente en esta capacidad de bucear en las emociones a través de un lenguaje sencillo, sin caer en cursilerías, aquello que los lectores le agradecen tanto a De Vigan.
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