Del presidente Milei a funcionarios y comunicadores, se extiende un “léxico bestial” en el debate público
A raíz de diferentes declaraciones de los últimos días, Santiago Kovadloff, Alicia Zorrilla, Miguel Wiñazki y otros intelectuales opinan sobre una modalidad discursiva que parece instalarse
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Las “fuerzas del cielo” no usan eufemismos a la hora de referirse a sus contrincantes en la “batalla cultural”: políticos opositores, periodistas, profesores universitarios, artistas, intelectuales, “zurdos” y todo aquel al que se quiera identificar como “casta”. Con el presidente Javier Milei a la cabeza -que no ahorró un insulto de grueso calibre para el recién fallecido exministro de Salud del gobierno de Alberto Fernández, Ginés González García, en el Tech Forum Argentina- funcionarios, comunicadores comprometidos con la causa libertaria, intelectuales de derecha, streamers y seguidores del oficialismo en redes sociales adoptaron la “moda” de debatir con agravios.
Desde la llegada al poder de Milei, mucho se escribió sobre este giro en el ya clásico, según estableció Jorge Luis Borges, “arte de injuriar” (el escritor usaba ejemplos de Jonathan Swift, Voltaire y Quevedo). “Un alfabeto convencional del oprobio define también a los polemistas -escribió Borges en su ensayo publicado en la revista Sur, en 1933-. El título señor, de omisión imprudente o irregular en el comercio oral de los hombres, es denigrativo cuando lo estampan. Doctor es otra aniquilación. Mencionar los sonetos cometidos por el doctor Lugones, equivale a medirlos mal para siempre, a refutar cada una de sus metáforas. A la primera aplicación de doctor, muere el semidiós y queda un vano caballero argentino que usa cuellos postizos de papel y se hace rasurar día por medio, y puede fallecer de una interrupción en las vías respiratorias”. No sería el caso de la retórica estatal en la Argentina.
Otro éxito de la "batalla cultural" de Milei es que a cualquier hora, en cualquier medio, se escuchan insultos, obscenidades, vulgaridades. Hace rato, periodista "serio" dijo en su editorial: "se corta la chota". Decir "hijo de puta", "pelotudo" (y mucho más) está naturalizado🙄
— Cecilia González (@ceciazul) October 21, 2024
“¿Por qué, entonces, Milei habría de enmendarse, a menos que en algún momento percibiera el vahído del abismo, si la amplísima mayoría de ciudadanos que lo votó se mantiene aun relativamente estable, y en muchos casos eufórica, a pesar de políticas que soliviantan gravemente a otra gran franja del país?”, se preguntaba José Claudio Escribano en LA NACION, en una columna donde comparaba el estilo verbal del primer mandatario con el de Bette Davis.
Los opositores muertos son "unos hijos de remil putas", a los vivos "hay que clavarles el último clavo del cajón". Pero no son autoritarios ni violentos...como el Duce.
— Gerardo Aboy Carlés (@Breogan66) October 21, 2024
Se señaló la “asimetría” que existe entre la voz presidencial (y de otros funcionarios del Poder Ejecutivo) y la de la ciudadanía. Reproches similares se les hicieron en varias ocasiones a Cristina Kirchner y a Alberto Fernández cuando eran presidentes.
Si no quieren capitalismo, ¿por qué lloran cuando una potencia capitalista no quiere comerciar con ellos?
— Agustín Laje (@AgustinLaje) October 20, 2024
Insisto: tenés un PEDAZO DE SORETE atravesado entre las neuronas.
Existe, no obstante, el temor de un sector de la población de que los insultos sean la antesala del “paso a la acción”, como se vio en las últimas semanas (donde los libertarios, solos o en minoría, fueron agredidos no solo verbalmente). LA NACION consultó la opinión de intelectuales sobre esta modalidad discursiva en el país.
Dialoguitos en el asfalto pic.twitter.com/VJ3dSqUvnb
— D.G. (@dariogallo) October 21, 2024
Santiago Kovadloff, escritor y filósofo
Se supone que mediante este auge de lo cloacal en la comunicación, la espontaneidad ha ganado protagonismo. Igualmente, que el insulto al que se recurre con tanta frecuencia dice más y mejor de uno en términos de autenticidad personal y no solo de caracterización precisa de su destinatario.
Yo no creo que sea así. La brutalidad verbal retrata a quien se vale de ella mucho más como sujeto ausente que como sujeto presente. El léxico bestial con el que se quiere caracterizar a alguien empieza siempre por retratar mejor a quien lo emplea como alguien más cercano al relincho, al rebuzno o al aullido que a la palabra. Manifiesta una franca pasión por el retorno a la animalidad. Y un desprecio frontal por la inteligencia. Nada está más lejos de la auténtica expresividad que ese léxico que se regodea en lo intestinal, en la podredumbre del lenguaje como si con ello se alcanzara la más alta elocuencia.
Alicia María Zorrilla, presidente de la Academia Argentina de Letras
La palabra “insulto” proviene del latín y denota ‘saltar contra’, ‘ofender’. Desde mi punto de vista, ningún insulto debe transformarse en un arma verbal para afrontar a otros o para tratar de destruirlos. No enaltece a quien lo profiere cualquiera sea el lugar que ocupe en la sociedad. La lengua española contiene tantos vocablos que no es necesario recurrir a aquellos que hieren y que, al mismo tiempo, suenan vacíos porque no son edificantes. Todo el mundo vive tiempos difíciles. Hoy más que nunca necesitamos unirnos, saber escucharnos -no rechazarnos- y dialogar con serenidad, sin gritos y con voces que construyan y que nos reconstruyan. Debemos elegir palabras de paz, cuyo equilibrio nos conduzca a demostrar nuestra verdadera y sabia vocación de servicio para el bien de todos.
Miguel Wiñazki, periodista y filósofo
Contaba Martin Baron, ex editor general de The Washington Post, que Donald Trump consideraba que uno de sus grandes triunfos fue rodear de “mierda” al periodismo tradicional. Asfixiarlo con basura en derredor, gritos, insultos, desacreditaciones sistemáticas, un sinsentido ruidoso para perforar la credibilidad periodística. Y en un sentido, y muy desdichadamente, lo logró.
Casi un 40% de los norteamericanos cree en teorías conspirativas, prefiere sostener que a las torres gemelas las chocaron los judíos, o el propio gobierno norteamericano, o defiende la disparatada teoría de que las vacunas contra el coronavirus producen autismo, o cosas por el estilo.
Es lo que yo llamo el imperio de la Noticia Deseada.
Esa Babel que circunvala al periodismo no lo destruye, sin embargo. Por el contrario, lo exalta, manifiesta la profunda necesidad de las sociedades para liberarse de sus creencias irracionales y para acceder al universo de las constataciones, al de las comprobaciones, al mundo de los hechos y al de los imaginarios.
Esa visión excremental, de Trump o de tantos otros, de la comunicación aquí en la Argentina sabemos de estas degradaciones e invectivas, daña a la democracia.
Esa “mierda” es lisa y llanamente la inoculación de locura masiva para borrar los hechos.
¿La verdad ha muerto? Es lo que quisieran los autócratas y hacen lo posible por aniquilar a los hechos mismos. Hieren a la verdad, pero no la matan. Todavía.
José Luis Fernández, profesor e investigador sobre mediatizaciones
La repetición convierte a toda marca en rasgo estilístico, la evaluación posterior por las audiencias estará determinada por el intertexto discursivo, tipo de respuestas, y el contexto socioeconómico; atención: lo mismo vale para la crítica a los insultos. Lo escandaloso funciona si no es habitual, si es habitual se convierte en estilo, individual o grupal… Y la crítica al escándalo, al insulto habitual, tiene que encontrar la manera de no ser repetitiva, sino lo bueno o lo malo ser confundirá con los resultados económicos.
Simplifico el proceso: 1) Un estado aceptado: el panelismo (conviven Espert, Santoro, Bregman, etc.): polarización y suma cero; 2) Milei panelista: economicismo + furia + insultos = panelista diferente; 3) Gobierno panelista + neoliberal: se instala la provocación y la violencia verbal desde el gobierno; 4) Se lo acepta e imita (periodistas, streamers y trolls) = nuevo estado; 5) Se organiza una oposición “bien hablada”, ya no progresista, sino más bien conservadora y culterana; 6) Esa oposición entre mal y bien hablados se estabiliza; 7) El que encuentre nuevas formas y temas puede cambiar de etapa que no sea exclusivamente socioeconómica o pobremente discursiva.
Si se normaliza el escándalo, deberá haber otra etapa. ¿Cuándo? Depende de los formatos, además de las temáticas.
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