Del museo Reina Sofía de Madrid al Archivo de Indias de Sevilla, la inquieta Bienalsur conquista España
La bienal argentina de arte contemporáneo cruza todas las fronteras y llega hasta la península con seis sedes que reflexionan sobre el rol de los archivos, las migraciones, el medio ambiente, las perspectivas de género y la hiperinformación, entre otros temas de época
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MADRID/SEVILLA.- Cartografía, kilómetro, escala; país, ciudad, continente; frontera, migrantes, tránsito; navegación, puerto, desembarco. En este ramillete de sentidos están el mapa y el territorio, como el título de la novela que consagró a Houellebecq, casualmente, sobre un artista. Un imaginario viajero, universal y entrometido (en el mejor sentido del término) se abre y diversifica cuando se habla de Bienalsur: la bienal que desde la Argentina sale al mundo a caballo de obras de arte y reflexiones contemporáneas. Y es lógico que se despliegue un glosario semejante. Por un lado, porque la intención de expandirse con acciones en los cinco continentes está en la naturaleza de la propuesta, iniciada en 2017 desde el Muntref Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires (su kilómetro 0). Por ejemplo, la cuarta edición, que comenzó en julio de este año y continúa hasta marzo en distintas latitudes, fue dejando un reguero de muestras en el ámbito porteño tras inaugurar su marcha en Mar del Plata; pasó por Rosario, Córdoba, San Juan, Catamarca y Jujuy, cruzó a los vecinos Uruguay, Brasil, Chile y Paraguay, y se volvió extensísima a medida que se fue alejando de su origen. Cruzó océanos y exploró territorios recónditos hasta su punto más distante, en Japón (Tokio: kilómetro 18.370). Ahora, tras una experiencia inolvidable en Senegal y el aplauso de la Unesco en París, se está completando un interesante capítulo en España.
Si fuera un menú, podría decirse que la avanzada en la península ibérica se fue dando en seis pasos. Comenzó con un aperitivo insular: primero en Mallorca, con la exposición ¡Turista! (El gran tour), a la que le siguió Archipiélago de lentejuelas, en el Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid, que todavía incluye obras de quien probablemente sea una de las artistas argentinas más reveladoras de la actualidad, La Chola Poblete. Una entrada para paladares entendidos o curiosos del mundo gráfico y de la edición se sirve hasta el 22 de enero en el Museo Nacional Reina Sofía y se titula Llámalo de otra manera: Something Else Press, sobre el paradigmático sello creado en los ‘60 por Dick Higgins, a la vera del movimiento Fluxus. El jueves, en Casa de América, también de la capital española, abrió Entre nosotros y los otros, una muestra de creadores latinoamericanos dedicada a reflejar un tema medular para Bienalsur: las migraciones. Pero por su carácter extraordinario, tal vez sea la exposición en el Archivo General de Indias, en Sevilla, la que debería ocupar el lugar del plato principal: es la primera vez que el arte contemporáneo atraviesa las gruesas paredes del edificio que desde 1785 reúne y guarda toda la documentación referente a la colonización americana. El postre quedará reservado para este lunes, cuando se corte la cinta de Interferencias intersticiales, en el Centre Pompidou de Málaga.
Un archivo del pasado y del presente
Ingresar al Archivo General de Indias, atravesar los muros de piedra de 1646 y la historia que conserva, “infiltrarse” –como dice Diana Wechsler, directora artística de esta bienal- entre siglos de documentos y “activar” el espacio: esa sí que era una figurita difícil. Fundamentalmente, por el desafío que representa establecer este diálogo, pero mucho antes que eso, porque aquí todo es absolutamente patrimonial: la más ligera acción, como puede ser poner un clavo en la pared para colgar un cuadro, requiere de una concatenación de autorizaciones y papeleos. Mejor entonces apoyar, enlazar, suspender, encontrar formas alternativas de instalarse.
El Edificio de la Lonja, vecino a la Catedral de Sevilla, es un gran prólogo para la muestra Archivos activos. Vale la pena asomarse al patio central, ascender a la primera planta por la escalera monumental –todos la transitan con admiración y la vista clavada en los techos abovedados, que dejan entrar la luz-. Excepcionalmente, echarle un vistazo a una segunda escalera, que no conduce a ningún sitio, es un viaje de ida exclusivo para unos pocos. Por allí se accede a la azotea, mirador extraordinario de esta ciudad andaluza.
“Había que pensar a modo de instalación cómo dialogar con el espacio”, dice la curadora, mientras se ingresa en una sala con las paredes tapizadas de estanterías de madera de Cuba, que sostienen decenas y decenas de cajas con la leyenda “Sección Contratación”. No hay que entusiasmarse, es pura escenografía: los documentos que aquí se atesoran no se encuentran al alcance de la mano. Por equipararlo a una gran colección, podríamos decir que la Mona Lisa de este museo es el Tratado de Tordesillas (1494), que conservan en portugués, mientras que la copia castellana se guarda en el país vecino. Entre las joyas más admiradas están también los documentos de la primera vuelta mundo, una odisea que entre 2019 y 2022 conmemoró su quinto centenario. Al lado de ella, un especialista dirá por lo bajo que la de Cristóbal Colón fue una excursión de fin de semana.
Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987, el Archivo está dividido en 16 secciones con más de 43.000 legajos (supone unos ocho kilómetros lineales de estanterías), con más de 80 millones de páginas entre cartas, mapas, planos y documentación, fundamentalmente de la administración colonial americana, desde Tierra del Fuego hasta el sur de Estados Unidos, pero también del “extremo Oriente español” que era Filipinas.
“Si este es el lugar de la Corona Española para la construcción de una narrativa propia sobre el proceso de conquista y colonización, también es la arquitectura de Juan de Herrera a la vez que el pasado de la historia de América y la expulsión de judíos y árabes de España. Todo eso hace al entorno de esta muestra, y a la vez está el presente”, introduce Wechsler. Dos pinturas de Luis Felipe “Yuyo” Noé, de 1971, abren el recorrido. Exuberantes de follaje y de color, trabajan la relación del hombre con la naturaleza y sus mitos, “lo que nos trae al encuentro de Europa y América, pero también a la discusión del presente sobre la crisis del antropoceno”, aporta la curadora. El itinerario terminará en el otro extremo con un par de piezas para pantallas del español Daniel Canogar, que entreteje flujos de información representados por cintas o zócalos de noticias como los que corren al pie de la pantalla de TV. “Si hasta no hace mucho la idea de archivo suponía de algún modo la posibilidad de fijar, a través de los documentos almacenados, informaciones precisas que pudieran contribuir al control de un relato histórico, hoy la noción de archivo aparece expandida con los recursos digitales y se hace a su vez más inestable, provisoria, efímera, volátil”, se lee en el texto de sala.
En el medio, vale la pena detenerse frente al hipnótico Re-trato que el colombiano Óscar Muñoz traza con agua sobre una piedra caliente y se evapora sucesivamente durante los 28 minutos del registro de video. La propuesta de la paraguaya Claudia Casarino recupera aquellos herbarios que hacían los viajeros que buscaban reconocer las especies americanas, reproducidos con el pigmento de la tierra sobre una serie de camisas con encaje de ñandutí. También textil es la poética propuesta de la peruana Claudia Coca: No digas que no sé atrapar el viento, una instalación de bordados en lino que parte del verso del título. También un inconfundible tejido regional se hace presente en el díptico fotográfico de Iván Argote: en un gesto simple, pero bastante elocuente, el artista colombiano le puso un poncho a Isabel la Católica y a Cristóbal Colón en la intervención de sendos monumentos que hizo en una plaza de Bogotá como parte de su serie Turistas. Finalmente, cautiva el bestiario de seres Híbridos (mitad animal, mitad humano) que la argentina Adriana Bustos esculpió a mano en arcilla sin cocer: entra las figuras hay un perro con torso de hombre y de brazos cruzados, un ave con abundante cabellera ondulada, más de sus sirenas encantadoras, felinos y otras figuras que llevan a repensar de modo fantástico la naturaleza y la iconografía de aquellas cartas de navegación que se adornaban con criaturas. Suya es también la cartografía de constelaciones de mujeres, en el centro de la sala.
Un cuentakilómetros que no se detiene
Entre tapas y arroces, diluvios y arreglos de Navidad que ya iluminan Madrid en todas sus avenidas, plazas y monumentos, el contador de pasos del celular bate récords. El cuentakilómetros de la bienal tampoco se detiene y mezcla sus rutas con otros imperdibles culturales de una ciudad en estado incandescente. Desde la exhibición de los Reversos de pinturas como Las Meninas, de Velázquez, que presenta el Museo del Prado, hasta las flamantes Galerías de las Colecciones Reales, pareciera no alcanzar el tiempo para empaparse de la oferta. Así, por ejemplo, mientras en varias salas del Reina Sofía se conmemoran los 50 años de la muerte de Pablo Picasso a través de un estudio completo sobre la importancia del año 1906 en la carrera del pintor y escultor malagueño, dentro del mismo museo Bienalsur despliega la producción editorial del sello Something Else Press, que puso en el mercado en los ‘60 y ‘70 obras de autores como Gertrude Stein, John Cage, Marshall McLuhan. Entre libros, newsletters, catálogos y ediciones singulares consideradas objetos de arte salidos del centro de operaciones del Flatiron de Nueva York, en Llámalo de otra manera se detectan algunas perlitas, como los bicolores Coeurs Volants de Marcel Duchamp: un par de “corazones que revoletean”, diseñados para una portada de la revista francesa Cahiers d’Art de los años treinta y retomados tres décadas más tarde como tapa de un poemario de Emmett Williams. Del propio Dick Higgins, atrae en su contradicción el grabado Yes/No sobre un espejo y otros prototipos para publicaciones no realizadas: la lista de proyectos que Something Else Press no llegó a editar –revelan- es aún más extensa que el catálogo que vio la luz.
Frente a la Cibeles y a pocos metros de la Puerta de Alcalá –actualmente en restauración-, esta semana abrió Entre nosotros y los otros, exposición centrada en el problema de las migraciones. Bienalsur trabaja aquí como lo hizo en 2017, 2019 y 2021 en tándem con Juntos Aparte, un proyecto oriundo de la ciudad fronteriza de Cúcuta, Colombia, en el límite con Venezuela, para reflexionar sobre uno de los grandes temas de este tiempo.
Un conjunto de obras resuena como una suerte de crónica de esa frontera latinoamericana. Por ejemplo, el ensayo fotográfico Casas, de Daniel Arévalo, narra la demolición masiva ocurrida en agosto de 2015, cuando el gobierno de Venezuela determinó el cierre unilateral de la frontera, una orden que llegó acompañada por el desalojo y expulsión de miles de habitantes. En las imágenes se observa cómo las casas del área fueron inspeccionadas y marcadas con la letra R, de revisado, cuando se verificaba una familia venezolana, y D, de Derríbese, si en cambio eran colombianas.
En una segunda sala, el fotomural de la mexicana Teresa Margolles, a pared completa, muestra la impactante imagen de las mujeres “carretilleras” sobre el Puente Internacional Simón Bolívar. Cuenta Alex Brahim, fundador del programa Juntos Aparte, que desde que la artista visitó por primera vez esta frontera en 2017, comenzó a tener una relación de productividad artística y compromiso social con la realidad de las cargueras, que a cambio de dinero llevan sobre sus carros -y también sobre sus espaldas- cantidades de cosas que se quieran trasladar de un país a otro. “En un momento de crisis y extrema pobreza, las mujeres se apropiaron de un oficio que había sido siempre para los hombres”.
¿Por qué hacer una bienal así?, se pregunta y responde el director general de Bienalsur, rector emérito de Untref y coleccionista Aníbal Jozami. Tiene que ver con “tomarse en serio el derecho universal a la cultura” y hacerlo valer, para que pueda ejercerlo muchísima gente en el mundo: tanto en una institución central del nivel del Pompidou, en Francia o España, como en Beirut, a 30 kilómetros de una zona que está siendo bombardeada. “Esa es la principal característica de esta bienal, que va no solo hasta los lugares emblemáticos de la cultura, sino a muchos otros alejados de la mano de Dios, en puntos muy complicados de África o en comunidades Quilmes-Calchaquíes en la Argentina. Son muchos los ejemplos que demuestran que no nos preocupamos por estar en los lugares ‘famosos’, sino en todos aquellos sitios donde podamos llegar a la gente”.
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