Deconstrucción: la palabra fetiche que oscila entre el “refreshing intelectual” y el “presente de transformación”
A veinte años de la muerte de Jacques Derrida, que dio origen al término, la expresión se expandió de la moda a la arquitectura y de la sociología al feminismo; el francés no la usó para designar un método antimachista
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“¿Lo que la desconstrucción no es? ¡Pues todo! ¿Lo que la desconstrucción es? ¡Pues nada!”, escribió el filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004) en “Carta a un amigo japonés”, destinada al profesor Toshihiko Izutsu que le pedía ayuda para traducir la palabra encabezada por el prefijo “de-”. A veinte años de la muerte del pensador francés, el 9 de octubre de 2004, y gracias al uso extendido en los medios de comunicación, la deconstrucción -una “teoría de la lectura” que intenta minar la lógica de oposición en los discursos- parece abarcarlo todo: de la moda a la arquitectura, y de la sociología al feminismo.
Según Derrida, la deconstrucción no es una teoría, ni una filosofía, ni un método; es una “estrategia” que articula paradojas, contradicciones y ambigüedades que bien podría desempeñar un papel clave en el futuro de las democracias. El potencial de la deconstrucción residiría hoy en el cuestionamiento de las ideologías, los dogmas y las jerarquías.
Una palabra fetiche
Derrida no usó la deconstrucción para designar un método antipatriarcal y antimachista. “Cuando elegí esta palabra, o cuando se me impuso -creo que fue en De la gramatología-, no pensaba yo que se le iba a reconocer un papel tan central en el discurso que por entonces me interesaba. Entre otras cosas, yo deseaba traducir y adaptar a mi propósito los términos heideggerianos de Destruktion y de Abbau -aclara en ‘Carta a un amigo japonés’-. Ambos significaban, en ese contexto, una operación relativa a la estructura o arquitectura tradicional de los conceptos fundadores de la ontología o de la metafísica occidental. Pero, en francés, el término ‘destrucción’ implicaba de forma demasiado visible un aniquilamiento, una reducción negativa más próxima de la ‘demolición’ nietzscheana, quizá, que de la interpretación heideggeriana o del tipo de lectura que yo proponía. Por consiguiente, lo descarté. Recuerdo haber investigado si la palabra ‘desconstrucción’ (que me vino de modo aparentemente muy espontáneo) era efectivamente una palabra francesa. La encontré en el Littré. Su alcance gramatical, lingüístico o retórico se hallaba aquí asociado a un alcance ‘maquínico’. Esta asociación me pareció muy afortunada, muy adecuada a lo que yo quería, al menos, sugerir”.
El filósofo cita algunas acepciones. “Desconstruir: 1) Desensamblar las partes de un todo. Desconstruir una máquina para transportarla a otra parte. 2) Término de gramática […]. Desconstruir versos, hacerlos, suprimiendo la medida, semejantes a la prosa. […] 3) Desconstruirse […] Perder su construcción”. La Real Academia Española brinda dos definiciones de “deconstrucción”: “1. Acción y efecto de deconstruir. U. t. en sent. fig. aplicado a otros ámbitos. 2. f. Fil. y T. lit. Desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis”.
“La palabra ‘desconstrucción’, al igual que cualquier otra, no posee más valor que el que le confiere su inscripción en una cadena de sustituciones posibles, en lo que tan tranquilamente se suele denominar un ‘contexto’”, explica Derrida a su amigo japonés. “Por todas estas razones, no pienso que sea una palabra afortunada -concluye-. Sobre todo, no es bonita. Ciertamente ha prestado algunos servicios en una determinada situación. Para saber cómo se ha impuesto en una cadena de sustituciones posibles, pese a su esencial imperfección, habría que analizar y desconstruir esa ‘determinada situación’. Resulta difícil y no lo haré aquí”.
“Es la palabra fetiche”, sostiene en su canal de YouTube la investigadora y licenciada en Letras Natalí Incaminato. “La deconstrucción es un pensamiento afirmativo, que no tiene que ver tanto con la destrucción de las estructuras del pensamiento occidental, sino con transformarlas y modificarlas desde dentro -afirma-. Tampoco se trata de una inversión de los términos en una oposición dualista, como mente y cuerpo, o varón y mujer. Muchos filósofos odian a Derrida y lo acusan de que no se le entiende nada”.
En diálogo con este diario, destaca que “la influencia del pensador francés en la academia estadounidense fue decisiva, en especial, para la ‘cuarta ola’ del feminismo, particularmente, en el pensamiento de la filósofa Judith Butler que, según reveló, construyó la idea de performatividad aplicada al género a partir de la lectura que hizo Derrida de ‘Ante la ley’, de Franz Kafka”. El crítico literario y profesor Paul De Man fue otro de los “heraldos” del pensamiento derrideano en Estados Unidos.
Habitar las tensiones
En la actualidad, las invitaciones a “deconstruirse” dejaron de ser excepcionales. Para la escritora y politóloga Florencia Freijo, “el término ha sido centralizado semánticamente por los feminismos, como propuesta de ruptura con el concepto de identidad binaria en el que hemos estado socializados: ¿qué es ser un hombre y qué es ser una mujer?”.
“Sin embargo, Derrida no la propone solo como una ruptura del statu quo, sino también como la tensión que debemos habitar en el trabajo de transformar las relaciones culturales sublimadas en nuestras conductas -dice a LA NACION-. Me gusta pensar la deconstrucción como el acto de reconstrucción de las relaciones de poder. El famoso barajar y dar de nuevo. Cuando usamos este eje conceptual, es fácil caer en el imaginario de las luchas sociales como impulsoras de esa deconstrucción, pero hay algo micro que me interesa explorar. La deconstrucción es per se el choque o el encuentro con el otro. Incluso si pugnamos por la apertura de diálogos incómodos con nuestros vínculos cercanos sobre las experiencias que hemos atravesado y han sido perjudiciales en nuestra matriz identitaria sexogenérica, nos encontramos con que, a veces, el encuentro es posible”.
Freijo, que este año publicó De fuegos y flores con Florencia Etcheves y Florencia Canale, remarca que se trata de “un encuentro tenso entre el pasado y un presente de transformación”. “Porque esa resistencia a entender la desigualdad social en todas sus facetas se reproduce incluso en quienes queremos deconstruirla; somos el mismo muro que hay que derribar. La deconstrucción es, para los feminismos, la reflexión profunda sobre quiénes somos, y eso nos trae preguntas muy incómodas en función de una identidad que creíamos sólida. Es un trabajo íntimo y por momentos hasta desolador en la actualidad por la resistencia a los movimientos feministas, que se transforma en prácticas crueles, represión y violencias de todo tipo sobre quienes encarnan este discurso. La deconstrucción es el peligro porque nos enfrenta a algo nuevo por conocer: quien pierde su verdad pierde algo mucho más grande que una idea: pierde parte de su identidad. Esto para la masculinidad es tremendo, porque todo lo que significa quedar por fuera de lo simbólico del concepto ‘hombre’ genera un rechazo absoluto ya que es considerado una resta de valía, fuerza o aceptación social”.
Deconstrucción para celebridades
La filósofa y escritora Leonor Silvestri tiene otra mirada sobre la “acepción feminista” del concepto derrideano. “El feminismo en su versión masiva actual denomina así a este proceso de volverse bueno y, por ende, moderno y ciudadano, en una suerte de confusa aplicación de la conceptualización de ‘deconstrucción’ que comienza en Heidegger y continúa en Derrida, como un espacio seudo terapéutico donde ‘sanar’ las denominadas ‘diferencias sexuales’, siempre inobjetables, producidas por la heterosexualidad como régimen político -afirma-. De Mirtha Legrand a Coco Silly, todas las luminarias en todas partes del mundo han emprendido la deconstrucción para poder acertarle al pronombre al hablar de la discriminación sufrida por Cris Miró o a la demencia de la hija de Camilo Sesto. Esta ‘deconstrucción’ que emprenden hasta nuestras celebrities es una suerte de refreshing intelectual para no quedar tan demodé como protagonistas de vetusta picaresca como Encuentros muy cercanos con señoras de cualquier tipo [película de Hugo Moser] durante el proceso de reorganización nacional”.
Así entendida, la deconstrucción se vuelve, para la autora de Ética mutante, “un ideal regulatorio que no solo permite conservar la calma chicha entre asignaciones biopolíticas, sino que también va diciéndoles a los cuerpos-margen y a los deseos-borde cuáles sí merecen representación y representatividad: una suerte de terapia de parejas del inconsciente colectivo heteronormal que permita una evolución a un estado más puro y perfecto de corrección política”.
“La deconstrucción, en el mejor de los casos, garantiza el acceso a alguna de las dádivas de las que disponen los órdenes mayores, pero jamás osa siquiera destruir la diferencia, que pese a ser tan solo una apariencia, se presenta como sustancial -concluye-. Si me preguntan a qué no se parece un hombre, diría a un coleóptero mucho más que a una mujer. Si mujer se hace, entonces hay que ‘deshacerla’. Si la mujer es una construcción, lo que habría que hacer es deconstruirla en vez de afirmarla en su rol omnipotente ‘floreciapeñano poliamoricienta’”.