En este rincón, la agente del MI6 británico Eve Polastri; en el otro, la asesina a sueldo rusa Oksana Astankova, más conocida como Villanelle. El ring (o el campo de batalla, mejor dicho) es enorme, y, como en las buenas tramas de espionaje, se desarrolla entre ciudades: Viena, París, Londres, Bulgaria, Berlín, Moscú. Lugares remotos a los que la intuitiva Eve (Sandra Oh) y la despiadada y psicópata Villanelle (Jodie Comer) llevan su rivalidad, una disputa que comienza a la distancia y luego se hace cuerpo a cuerpo a lo largo de los ocho capítulos de la primera temporada de Killing Eve. En el medio quedan pilas de cadáveres, traiciones y contubernios, mientras se descubre que los códigos que manejan los servicios de seguridad de los países centrales no distan tanto de los que rigen el mundo criminal.
Pero la gran atracción de la serie creada por Phoebe Waller-Bridge a partir de la colección de novelas Codename Villanelle, de Luke Jennings, no radica tanto en la reactualización del viejo juego del gato y el ratón. Tampoco en el aggiornamiento de los conocidos tópicos del suspenso, que ciertamente encantó a críticos y espectadores. Ni siquiera en lo impecable de la realización: a Killing Eve no le faltan diálogos ingeniosos y veloces, secundarios impecablemente escritos y velocidad en el relato. Lo que cautiva son estas dos mujeres que se atraen tanto como se repelen y que Oh y Comer llevan a lugares sorprendentes. Desde que una conoce la existencia de la otra, algo las mueve: Polastri, que está casada con un hombre comprensivo y atento, pero acostumbrada a una vida sin sorpresas, vive harta de su rutinario trabajo, aunque este sea formar parte de un servicio de inteligencia. Y, en cierto modo, Villanelle (joven, hermosa, amante de la buena ropa y la buena comida) también lo está, recibiendo órdenes de gente que no conoce para asesinar brutal y quirúrgicamente a gente que conoce aún menos. Ambas se parecen, comparten necesidades, transitan la soledad. Y, cuando hacen el primer movimiento para acercarse, la serie entra en una zona donde se cifran la atracción física, la simbiosis, la exacta comprensión que tiene una por los gustos de la otra, esa semejante que está del otro lado del mapa y aun así se hace imperioso comprender. La mutua fascinación se extiende al espectador, que se enamora de ambas a tal punto que no quiere que les pase nada malo, aunque sepa que tal cosa no podrá ser posible.
La serie –completa en Flow– tuvo su momento "Eve-Villanelle" a partir del capítulo cuatro, y el enfrentamiento entre ambas –un flirteo inquietante y hasta sensual– fue in crescendo hasta el final de la temporada, con el punto culminante en un perfecto cliffhanger que no conviene revelar aquí y cuya resolución marcará el comienzo de la segunda, a estrenarse en Estados Unidos el 7 de este mes. En medio de la excitación por los recientes triunfos de Oh como actriz principal en los Golden Globes y los premios SAG y Critics’ Choice, ambas protagonistas fueron tapa de Entertainment Weekly. El artículo abre con una cita de Emerald Fennell, una de las productoras y guionistas de la serie, quien tira algunas claves de cara a la segunda temporada: "Hay dualidad y sentido de autoconocimiento: ambas mujeres aprenderán mucho acerca de quiénes son. Empezaremos a ver su imagen en espejo: ¿qué pasa cuando una psicópata empieza a aprender cómo sentir y qué cuando una mujer que es increíblemente empática e intuitiva comienza a perder esas cualidades? ¿En qué momento se encuentran?".
De ropa y colores
Nada hubiese sido igual si Sandra Oh no se hubiese enamorado del personaje y de la historia desde el comienzo. Y así fue. El primer contacto fue, obviamente, con Phoebe Waller-Bridge, y así se lo contó a Judy Berman, del New York Times: "La idea me encantaba, pero también quería comprobar si Phoebe y yo podíamos enamorarnos […]. Cuando nos vimos por primera vez en persona, teníamos puestos los mismos pantalones. Tal vez no diga mucho, pero, cuando uno se está enamorando de alguien, son detalles que se vuelven mágicos". Tal vez por eso Waller-Bridge decidió que el primer regalo que Villenelle le envía a Eve, cuando aún no se han visto en persona, sea un hermoso vestido azul de diseño que a la agente le queda perfecto. Como ningún otro que haya usado en la vida.
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