De Viena a Buenos Aires: un homenaje a Stefan Zweig, autor universal y viajero del tiempo
Organizada por el Museo de Literatura de la Biblioteca Nacional de Austria en colaboración con el archivo y el centro de Salzburgo dedicados al escritor, la exposición trae a la Casa Nacional del Bicentenario piezas de gran valor documental
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El viajero y el coleccionista tienden a confundirse en la vida de Stefan Zweig. Aquello que confunde a uno con el otro es el nerviosismo: no hay sosiego para el coleccionista hasta que posee la pieza que le falta (enseguida le faltará otra); no hay sosiego para el viajero hasta que llega a destino (enseguida el destino será una estación más). Le dijo Zweig a Hermann Hesse en una carta del 21 de noviembre de 1904: “Me hace sufrir la inquietud de ir a todas partes, de ver todo, de probar todo; tengo miedo de envejecer, de que el cansancio y la pereza me hagan perder esta pasión”. A Zweig lo tiranizaba la compulsión del viaje, y la cortina de innumerables postales con su firma que cuelga en la muestra Stefan Zweig. Autor universal -parte mínima de la cantidad de postales que habrá mandado- termina siendo una prueba más contundente que los sellos del pasaporte.
Pero los viajes que a Zweig le interesaban realmente eran los del tiempo, no los del espacio, probablemente porque, para él, el viaje en el tiempo -el viaje imaginario en el tiempo- era una manera de salirse del hic et nunc. El viaje que le interesaba era además de dirección única: al pasado. No hay que sorprenderse de que la mejor de sus crónicas de viaje sea la conferencia “La Viena de ayer”, que pronunció en París en 1940.
La exposición Stefan Zweig. Autor universal, que se expone hasta fines de octubre en la Casa Nacional del Bicentenario, fue organizada por el Museo de Literatura de la Biblioteca Nacional de Austria en colaboración con el Centro Stefan Zweig de Salzburgo y el Archivo de Literatura de Salzburgo, y se vio por primera vez en Viena, en 2022, para el 80° aniversario de la muerte de Zweig. Es una muestra de cámara, cuyos mayores atributos son los documentales: audios, fotografías y facsímiles de los libros de contabilidad en los que Zweig asentaba aplicadamente cobros de regalías y ventas de derechos de traducción, y de la partida de defunción emitida por el registro civil de Petropolis, Río de Janeiro, en la que consta que la muerte fue por “ingestión de sustancia tóxica: suicidio”. La exposición prevé además la colaboración de los asistentes (una, entre varias, la opción de añadir títulos a Bibliotheca Mundi, la fallida colección de libros en su idioma original que Zweig había planificado para la editorial Insel) y hay también vestigios de comentarios de otros visitantes. Si se presta atención, es en ese lapso (el que va de la primera mitad del siglo XX a la primera mitad del siglo XXI) donde (o cuando) el rostro de Zweig empieza a deformarse con las muecas de la tragedia.
El escritor y su fantasma
En ningún género se sintió Zweig más cómodo que en la biografía, pero su manera de concebir la biografía traía consigo el desborde a la ficción o la autobiografía. Porque lo propio de Zweig era la tentación, o la fatalidad, de retratarse en el retratado, de buscar un reflejo propio en los otros. Uno de esos espejos, uno particularmente penoso, es el de Erasmo de Róterdam. Zweig escribió su biografía en 1938 (hay que prestar atención a ese año liminar) y la primera línea alumbra una de las obsesiones de Zweig, la fama póstuma (el lado bromista de esto, que puede verse en la muestra, son los consejos de “Los diez pasos para alcanzar la fama en Alemania: una tarea para escritores jóvenes”). La biografía de Erasmo (el lector puede buscar la traducción incisiva de Carlos Fortea y Tiana Puig I Soler en Biografías, los dos volúmenes que publicó Acantilado) empieza así: “Erasmo de Róterdam, en su día la figura más brillante y gloriosa de su siglo, es hoy -¿para qué negarlo?- poco más que un nombre.” No pasó eso con Zweig, que fue realmente la figura brillante de su día, se apagó después su brillo, y renació hace poquísimas décadas. La resurrección está unida al fracaso: si Zweig renació es porque aquello en lo que creía terminó arruinado; por eso lo leemos. Zweig se miraba en Erasmo. Lo entendemos al leer el elogio del humanismo (“El humanismo rehúsa cualquier tipo de violencia y únicamente con la fuerza cautivadora y convincente de la virtud intelectual”) y la ilusión de la unificación europea (“Erasmo concibe Europa como una idea moral, como una reivindicación espiritual y completamente altruista. Con él nace aquel postulado de los Estados Unidos de Europa bajo el signo de la cultura y una civilización comunes”).
Zweig escribió el réquiem por ese mundo de ayer al que el propio humanismo ayudó a sepultar. Escribe Zweig: “Al sobreestimar la civilización, los humanistas malinterpretan las fuerzas primitivas de los instintos y su indomable violencia [...] el principal error del humanismo fue querer instruir al pueblo desde arriba en vez intentar comprenderlo y aprender de él”. Las “ideas conciliadoras del humanismo” mataron al humanismo, y como no puede haber humanismo sin humanista, el caso es insoluble y el humanismo está condenado de antemano a la ruina por ingenuidad, por envanecimiento, o por la combinación de ambas faltas. Esa es la grieta que abre el lapso entre el tiempo nuestro y el de Zweig, que vio ya las ilusiones perdidas antes de que se perdieran.
“Vista de cerca, la historia del mundo es atroz”, anotó Zweig en la entrada de su diario del 2 de agosto de 1914. Podría haber añadido él mismo más adelante: “Vista de lejos, también”. ¿Por qué es atroz? Por su fatalidad. Cuenta Zweig que Balzac tenía la veleidad del coleccionista -unida por otra parte a la especulación- y estaba convencido de comprar barato objetos que podría vender caros. Era otra ilusión. El coleccionista Zweig compraba bien, pero tendía a engañarse en otros planos. A él le pasó como al personaje de su relato “La colección invisible”, que terminó abrazado a un fantasma cuyo cuerpo -la colección- había devorado la inflación. También Zweig -igual que Eneas a Anquises, igual que nosotros ahora- quiso abrazar ese ayer cuya consistencia vive nada más que en el recuerdo imaginado.
Para agendar
Stefan Zweig, autor universal. Un homenaje al escritor austríaco. Hasta el domingo 27 de octubre, de miércoles a domingos, de 15 a 20, en la Casa Nacional del Bicentenario, Riobamba 985. Gratis.
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