¿De qué hablamos cuando hablamos de colonialismo?
El ganador del Nobel de Literatura, Abdulrazak Gurnah, explora el respeto por la diversidad en las personas y las culturas, y también su fragilidad en un mundo donde la balanza del poder siempre es desigual
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El baño turco, ese lienzo de Jean-Auguste-Dominique Ingres que custodia el Museo del Louvre, es, para algunos espectadores, hermoso. Pero, para otros, perturbador o desafiante. ¿Con qué modelo y con qué prejuicios construyó aquella imagen de Oriente el pintor francés que jamás había salido de Europa? Esta pregunta y esta contradicción es la que intenta responder Edward Said en su célebre Orientalismo, el texto pionero sobre aquella corriente de pensamiento conocida como Estudios Coloniales y/o Poscoloniales. Said nació en el seno de una familia cristiana en Palestina que debió emigrar ante la escalada de violencia en Medio Oriente en 1947. Gran amigo de Daniel Barenboim, Said, quien estudió mejor que nadie la obra de Joseph Conrad, el novelista polaco que escribía en inglés –y que retrató los abusos del imperialismo en el Congo belga en El corazón de las tinieblas– quiso construir puentes de diálogo y comprensión entre sociedades y culturas enfrentadas por guerras políticas, religiosas, económicas y de otras índoles.
La Academia Sueca anunció hoy el nombre del nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura: Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, 1948). Este escritor y profesor universitario es un exponente de la escritura poscolonial y de los discursos asociados con el colonialismo, defensor de los derechos y de la dignidad de los refugiados. Pero, ¿de qué hablamos cuando en literatura nos referimos a estos términos? Said sentó las bases de estos estudios en la Universidad de Columbia a través de una crítica que explora la literatura en su retrato sobre aquellos grupos oprimidos social, económica, política o patriarcalmente, solo por nombrar algunas fuerzas de dominación. Los Otros, en términos de Tzvetan Todorov; los subalternos, según Gayatri Spivak. Gurnah, cuya lengua materna es el suajili, y arribó al Reino Unido como refugiado, conoce en carne propia los peligros y las dificultades que enfrentan estos seres en un mundo donde las fronteras son cada vez más férreas. Gurnah lo ha hecho desde su perspectiva vital, con su destreza lingüística y también con su conocimiento académico. En la orilla, Paraíso y Precario silencio, tres de sus novelas, narran las odiseas de inmigrantes y refugiados sin edulcorar pero tampoco dejando de denunciar los verdugos de estas experiencias.
El premio Nobel para Gurnah está en la línea del premio que en 2018 recibió Maryse Conde, el “Nobel alternativo”, ante un escándalo que irrumpió en la Academia sueca; o antes Toni Morrison, quien ha disparado contra el concepto de raza, una construcción también propia del colonialismo. Explorar este universo es explorar el respeto por la diversidad en la identidad de las personas y de las culturas y también su fragilidad en un mundo donde la balanza del poder siempre es desigual.
Las universidades más prestigiosas del mundo poseen sus departamentos de Estudios Coloniales [algunos autores prefieren el término colonialismo porque consideran que las sociedades que estudian no son aún poscoloniales, pues continúan bajo el yugo de determinada fuerza], centros que buscan comprender cuáles son los efectos que produce esta dominación. También emerge la cuestión central de la voz y he aquí un vínculo con estos estudios y la crítica feminista: la necesidad de que sean los subalternos, los dominados, quienes, en primera persona o partir de sus propios representantes narren sus propias experiencias o construyan una mirada del mundo.
Los estudios coloniales tienen sus expertos no solo en el área de la literatura, como es la labor notable del argentino Walter Mignolo, actualmente en la Universidad de Duke sino también en el universo de la antropología, como es el caso de la también argentina Rita Segato. Comprender cuáles son los estereotipos con los que vemos a los demás, los prejuicios, las ideas fosilizadas y erróneas, así como el daño que éstas ocasionan es el primer paso para desmantelar estos abusos o para comenzar a debilitar discursos del odio.
Como espectadores de cine y TV asistimos también a la presencia de aquella mirada poscolonial que nos desafía e interpela. La adaptación de las novelas de Julia Quinn, Bridgerton, ambientadas en la época de la Regencia, incorpora personajes negros a su propuesta, del mismo modo que Hamilton, ganadora del premio Pulitzer, posee un elenco color blind –daltónico– integrado por actores latinos, asiáticos y negros que componen a los próceres de los Estados Unidos.
En un mundo cada vez más mestizo, que busca el respeto por la diversidad, que ha aprendido sobre el peligro y el horror de aquellos que defienden “la pureza”, la literatura despliega de modo nítido otra de sus tantas virtudes: crear empatía en sus lectores.
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