De película: cómo fue la misión secreta que trajo el cuadro de Frida Kahlo hasta el Malba
El viaje desde Nueva York de la obra récord comprada por Eduardo Costantini involucró un operativo con seguridad privada y una curadora asignada para acompañar “Diego y yo” en todo momento
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El teléfono sonó en Nueva York, mientras ella viajaba al aeropuerto que la llevaría a Buenos Aires. “¿Qué intensidad tiene?”, le preguntó Eduardo Costantini a Florencia Malbrán. El coleccionista se refería a Diego y yo, la obra más cara del arte latinoamericano vendida en subastas, que viajaba resguardada en un camión y acompañada por seguridad privada. Además del “correo”, como se suele llamar a la persona asignada para no separarse de la pieza desde su origen hasta su destino.
La responsabilidad de esa tarea digna de la saga Misión imposible quedó a cargo de Malbrán, curadora de la colección personal del fundador del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Este último pagó en noviembre US$34,8 millones en un remate de Sotheby’s por esa pintura de Frida Kahlo, que mide apenas 30 por 22,4 centímetros. Si bien tenía estudiada la obra de memoria, no la había visto en vivo y en directo.
“Eduardo quería saber cuál era la intensidad de la obra, porque al ser tan concentrada tiene una fuerza emocional distinta”, explica a LA NACION Malbrán, que confiesa haber pasado “muchas horas” despierta mientras viajaba desde un depósito en Nueva York hasta el Malba, en Palermo Chico. “Lleva mucho entrenamiento –responde con humor cuando se le pregunta cómo hacía para ir al baño-. Tenía seguridad que me acompañaba, y estaba en contacto con todo un equipo de profesionales”.
Una vez que aterrizó en la Argentina, el jueves por la noche, la pintura fue retenida por la Aduana para completar los trámites de rigor. Y, también, para “descansar”. “Conviene que la obra descanse en la caja, para que se aclimate”, aclara Costantini en su oficina del Malba, muy cerca de la trastienda donde finalmente abrió la caja el domingo al mediodía junto a su esposa, Elina, y los expertos del museo. En manos de estos últimos quedó hasta hoy, cuando se disponían a colgarla para que forme parte, desde el jueves próximo, de la muestra Tercer ojo.
Con la cara de Diego Rivera pintada en el entrecejo –y un ojo, a su vez, en la frente del artista mexicano-, el autorretrato de Frida inspira el título de esta exposición que reunirá más de 240 obras maestras del arte latinoamericano en un recorrido que por primera vez pondrá en diálogo, en igual proporción, la colección del museo y la iniciada por su fundador en 2001. Las más de doscientas piezas que había acumulado Costantini hasta esa fecha pasaron a formar parte del acervo del Malba, que hoy supera las setecientas gracias a adquisiciones y donaciones.
Coleccionista de piezas maestras del arte moderno de la región desde fines de los años 80, el empresario se desprendió entonces de Autorretrato con chango y loro (1942), otra pintura de la misma autora que había comprado en un remate en 1995. Ahora, ambas se exhibirán juntas en una “capilla” en penumbras montada en el Malba, junto a fotos y cartas que documentan la vida y muerte de Kahlo.
“No hay dos sin tres”, responde enigmático Costantini cuando se le pregunta si compraría otro cuadro de la artista que tanto lo conmueve. “La gente se enamora de su personalidad: fue fuerte, una guerrera, pero muy vulnerable. Es transparente, sincera, se muestra como es en la autobiografía que hace a través de su obra –comenta entusiasmado el fundador de Consultatio e impulsor de Nordelta, de 75 años-. Es una gran retratista con una identidad muy marcada y muy dramática. Estuvo atravesada por la relación con Diego Rivera, por su amor incondicional hacia él. A pesar de las infidelidades, se acompañaron en los últimos años y él quedó destrozado, vivió apenas tres años más”.
Pintada en 1949, la pequeña pieza que acaba de comprar condensa, según él, gran parte del sufrimiento de Frida. “El pelo alrededor del cuello la está ahogando, representa su angustia por la relación que Diego tenía con María Félix -observa Costantini-. Están sus lágrimas y el rostro de Diego, que es su obsesión”.
Así como representó “sin ningún pudor” su columna partida y sus abortos, recuerda el coleccionista, también fue muy gráfica cuando pintó por encargo de una señora de Manhattan un retrato en recuerdo de su hija, que se había suicidado. El suicidio de Dorothy Hale (1938) muestra cómo la actriz y corista cae desde un edificio de lujo y yace ensangrentada en el piso. “La sangre incluso se derrama sobre el marco de la obra -señala Costantini-, la madre casi se muere”. Todo un final para esta historia digna de película.
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