De pastor de cabras a su muerte en prisión, vida y obra de Miguel Hernández, figura clave de la literatura española
A ochenta años de su muerte, el compromiso del escritor, autor de obras como “Viento del pueblo” y “El rayo que no cesa”, se revaloran en un presente de guerras, exilios y persecuciones
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“Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”, escribió el poeta español Miguel Hernández (1910-1942) en Viento del pueblo, publicado durante la Guerra Civil Española, en 1937. Hernández había nacido el 30 de octubre de 1910 en Orihuela; durante su infancia y juventud, el amor por la poesía y la literatura creció mientras pastoreaba cabras. Al cuidado del rebaño, leía libros de san Juan de la Cruz, Lope de Vega, Garcilaso de la Vega (”un claro caballero de rocío”) y Luis de Góngora -por mencionar cuatro de sus claras influencias- y escribía sus primeros poemas. Hoy se conmemora el 80º aniversario de la muerte de Hernández en una cárcel madrileña, en 1942, a los 31 años.
“Cuando pienso en Miguel Hernández, siento exactamente lo que el escribió: ‘Tanto dolor se agrupa en mi costado / que por doler me duele hasta el aliento’ -dice la escritora Luz Castillo a LA NACION-. Junto a Federico García Lorca, son la más clara confirmación de que el ser humano es homo hominis lupus. Es un ser trágico y por las circunstancias de su vida, mítico, que vivió tan solo 31 años. Su obra es pequeña, como grande es su importancia. Perteneció a la Generación del 36 y su poesía es una mezcla de ultraísmo y barroquismo. Se expresa a través de metáforas y también de versos libres, pero toda explicación racional debe guardar silencio para dejar oír su voz. Nanas, llantos, abandono, dolor, soledad, injusticia, toda la gama de los sentimientos humanos están presentes en sus obras. Era un español cabal de la cabeza a los pies, por lo tanto, hijo del mito griego y de la tragedia. Sabía como todos sus compatriotas, más allá del signo político, que la vida es un baile con la muerte”. Para Castillo, España es “enjundia, poner el cuerpo y seguir adelante, nacer, morir y volver a nacer” y Hernández fue un exponente de esa cosmovisión. “Un ser irrepetible, irrenunciable e imprescindible del siglo XX, dueño de la palabra y la poesía, nada en él es superfluo o fácil, todo forma parte de un camino hacia la inmortalidad”, concluye.
Como dirían los lunfardistas, su compromiso sociopolítico no era “chamuyo”; defendió en forma activa la causa republicana. Luego del combate de Teruel y la contraofensiva franquista, fue detenido en 1939, al intentar cruzar la frontera hacia Portugal. Hernández estaba afiliado al Partido Comunista de España desde 1936 y durante la guerra ofició de comisario polítco. En prisión, fue torturado por los falangistas, que lo acusaban del asesinato de su líder, José Antonio Primo de Rivera. Por iniciativa del poeta chileno Pablo Neruda, recuperó la libertad, pero lo detuvieron poco tiempo después en su ciudad natal y, en 1940, un consejo de guerra lo juzgó y condenó a muerte. En 2010 se declaró en España el Año Hernandiano, al celebrarse el centenario del nacimiento del autor de El rayo que no cesa. Su condena quedó anulada con la ley de memoria histórica aprobada durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (y que Mariano Rajoy se jactó de ignorar), al declarar injustos e ilegítimos ese tipo de juicios.
La historia de amor entre el poeta y Josefina Manresa representa un capítulo aparte en su corta vida. En plena guerra civil, llegó a Orihuela para casarse con ella en marzo de 1937, después de tres años y medio de noviazgo. Días después, marchó a Jaén a combatir. Ese mismo año asistió al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Madrid y Valencia, donde conoció al peruano César Vallejo. Cuando estaba en la cárcel, su mujer le contó por carta que solo tenían pan y cebolla para comer; en respuesta, el poeta compuso Nanas de la cebolla, con canciones de cuna para su segundo hijo (el primer hijo del matrimonio murió en 1938, antes de cumplir un año).
“La poesía de Miguel Hernández sigue vigente en este mundo de guerras, persecución política, exilios forzosos -dice la escritora Eugenia Cabral a LA NACION-. Hasta seguimos escuchando nanas de la cebolla inconsolables por el hambre de un hijito. Sin embargo, aunque se nombra a sí mismo como a un objeto opaco, telúrico, ‘Me llamo barro aunque Miguel me llame’, yendo del primero al último de sus versos la lectura parece correr sobre un poliedro de cristal. Facetas de transparencia prodigiosa y multitud de reflejos cruzándose en un solo objeto poético. Una maestría formal gongorina y la sobria desnudez de un hermético italiano. La robustez épica y la delicadeza lírica. Afuera y adentro, ida y vuelta, como El rayo que no cesa”.
Cabral agrega que el poeta del pueblo (muerto en prisión) “había reconocido en su ser las ‘tres heridas: la del amor,/ la de la muerte,/ la de la vida’, y para percibirlas estaba sobrado de luz: ‘Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío’; para Hernández siempre habrá una elegía tan sentida como la que él dedicó a la muerte de su amigo Ramón Sijé”. Escritor, abogado y periodista, Sijé murió en 1935 y la elegía hernandiana fue elogiada por el tan influyente como parco en halagos Juan Ramón Jiménez.
Incluso los que jamás han leído un libro de Hernández conocen su obra. Fue musicalizada e interpretada con éxito por artistas como el cantaor español Enrique Morente, Adolfo Celdrán, el grupo de folk-punk Ebri Knight y, como puede dar fe el público argentino, Alberto Cortez y Joan Manuel Serrat. Este año, en España el Grupo Planeta lanzó una novela gráfica sobre el poeta. En Las tres heridas de Miguel Hernández, Carles Esquembre narra vida y obra del escritor oriolano desde 1925 hasta la posguerra. En 2002, se estrenó la miniserie biográfica Viento del pueblo. Miguel Hernández, dirigida por José Ramón Larraz y protagonizada por Liberto Rabal, en el papel de Hernández, y Silvia Abascal, como Josefina Manresa.
Un poema de Miguel Hernández
Tristes guerras
Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
De Cancionero y romancero de ausencias