Se restauró una sala del Palacio Errázuriz que funcionaba como vestidor de Josefina de Alvear, antigua dueña de la actual sede del museo; incluye una cúpula inspirada en hallazgos de excavaciones arqueológicas
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París, 1915. El arquitecto René Sergent y el decorador André Carlhian diseñaban sobre unos planos de fondo azul un baño y un vestidor que formarían parte de un palacio en Buenos Aires. Carlhian realizó incluso una detallada maqueta, en yeso y madera pintada, que envió a sus clientes: el matrimonio conformado por el diplomático chileno Matías Errázuriz y la argentina Josefina de Alvear.
No era un baño cualquiera. De 55 metros cuadrados, tenía una escalera que conducía a un nivel superior que balconeaba sobre la planta baja. También diversas puertas y biombos espejados que permitían reflejarse en casi todas las paredes, una boiserie policromada y piso de parquet de roble. Sobre el lavabo doble con tapa de mármol verde se destacaba una cúpula pintada con follajes y personajes mitológicos, una estética inspirada en los hallazgos de las excavaciones arqueológicas de Pompeya y Herculano. Desde las dos ventanas, hoy con vista a la Avenida del Libertador al 1900 y a la Plaza República de Chile, probablemente se alcanzaría a ver entonces el Río de la Plata.
Así lucía cuando se construyó, hace poco más de un siglo, y así vuelve a verse ahora gracias a un arduo trabajo de restauración demorado por la pandemia. Cinco años pasaron desde que comenzó el proyecto de recuperar como sala de exhibición del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD) ese espacio que alguna vez funcionó como oficina. No fue una tarea fácil, ya que la cúpula tenía graves problemas de humedad como consecuencia de filtraciones provenientes del piso de arriba.
La tarea de restauración, a cargo de Mariana Astesiano y Graciela Razé, debía ser muy meticulosa en este edificio que es sede del museo desde 1937 y fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional seis décadas después. Ese “paso a paso” quedó registrado en un video, difundido por el museo al abrir al público la nueva sala de exhibición. “En las vitrinas de la antecámara y del entrepiso se exhibirán periódicamente diversas colecciones de artes aplicadas del museo”, anticipó el curador Hugo Pontoriero.
“Conocí el salón cuando funcionaba como oficina, y me fui casi llorando”, agregó por su parte a LA NACION la museóloga y perfumista Liliana Pagnotta, que descubrió dentro de una de esas vitrinas algo peculiar: algunos de los aromas típicos de la época, materias primas naturales que se usaban para que la fragancia persistiera. Y vaya si lo hizo, gracias a que la madera se impregnó de su olor. “Perfumarse era un lujo absoluto. Solo se usaba para ir a fiestas, y hombres y mujeres compartían frascos que duraban toda la vida”, explicó. El próximo jueves a las 16, dentro del baño restaurado, ofrecerá una charla sobre el tema que permitirá apelar también al sentido del olfato para viajar en el tiempo.
Un viaje que demandó una alianza público-privada para cubrir la inversión. “Ese número no lo tenemos”, reconoció Marisa Baldasarre, a cargo de la Dirección Nacional de Museos mientras compite como candidata finalista a la dirección del Museo Nacional de Bellas Artes. Uno de los principales mecenas del proyecto fue el académico, economista y empresario Felipe A. M. de la Balze, quien le dedicó el resultado a su hijo fallecido en París durante la pandemia.
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