Historias sobre santos populares a los que se venera con devoción, hechos sobrenaturales y relatos de criaturas mágicas que se transmiten de generación en generación y que contribuyen a nuestra identidad nacional
Cada terruño, cada pueblo, cada rincón de la Argentina atesora una historia para compartir. Algunas que cuentan del pasado, de sus habitantes, de sus costumbres y tradiciones, pero muchas otras que hacen equilibrio sobre la delgada línea de lo real, quizá las más jugosas, las que no se olvidan. Las que colaboran para descubrir el país de una manera diferente, más humana, más cercana a su gente. Hay leyendas y mitos arraigados de La Quiaca a Ushuaia, desde hace siglos y también surgieron nuevos, más actuales, pero nadie se cuestiona si son verdaderos, porque eso deja de ser relevante. Lo importante, lo que les da valor, es que muchos crean profundamente en ellos.
"Cuando algo es falso, ficticio, fantasioso, no verdadero, se dice que es un mito. Pero el mito está lejos de ser una ficción y no solo por el hecho de que los pueblos que lo experimentan lo sienten un relato verdadero, distinto al cuento, en el que reconocen, sí, una ficción. El mito es verdadero sobre todo porque expresa o representa una realidad profunda, que más que a los fenómenos descritos hace a sus significados ocultos. En este sentido puede decirse que el mito constituye una parte sustancial tanto de la cultura popular como de toda forma de cultura, por lo que es necesario aprender a contar con él sin avergonzarse", escribe el antropólogo tucumano Adolfo Colombres en el libro Nuevo Manual del Promotor Cultural I.
Existen mitos de los más variados. Algunos llegaron de los pueblos originarios que habitaban nuestra patria, de la época de la conquista española; otros son historias de tierra adentro, y hasta los hay urbanos, desparramados de generación en generación, que forman parte del imaginario popular y que construyen la identidad argentina, un patrimonio simbólico de lo más valioso. Historias que muy lejos del Olimpo griego conviven a la vuelta de la esquina.
Enumerar todos los mitos y leyendas argentinos sería aventurarse en un camino sin fin. En Seres mitológicos argentinos, Colombres cataloga de forma exhaustiva más de 500 criaturas sobrenaturales que habitan en el país, como el Pomberito, la Luz Mala, al Chancho con Cadenas, la Pachamama, la Mula Anima y el Lobisón.
Tampoco se podrá buscar una versión oficial, definitiva, porque los mitos tienen la virtud de cambiar, de transformarse, sin por eso perder su esencia. No hay una voz más autorizada que otra para relatarlos. Claude Lévi-Strauss en su Antropología estructural dice que existen muchas versiones de un solo mito pero que sigue siendo el mismo mientas se lo perciba como tal. También aporta que los mitos se reproducen con los mismos caracteres y a menudo con los mismos detalles en diversas regiones del mundo. Un buen ejemplo es el de La Llorona, una mujer que ahogó a sus hijos, luego se suicidó y, arrepentida, deambula en busca de sus niños por las calles de México y también por nuestras pampas.
Algunos cruzaron las fronteras del lugar donde se originaron y se extendieron aquí y allá y otros se mantienen cautivos en su tierra natal. Por medio de estas historias populares también se recorre el país. En muchas ocasiones son los guías los encargados de contarlas durante una visita turística y que se reciben como el mejor suvenir. También se va en busca de ellos, porque muchos viajan con la única razón de acercarse a ese mito, de vivirlo, de seguirlo y adorarlo.
Quién no escuchó hablar de la Luz Mala, que desde la época de los gauchos despierta temores por diferentes provincias. Un fuego, un rayo de luz, que se ve a la distancia, generalmente de noche y que representa un ánima en pena, el alma de personas que murieron injustamente. Que vuelven para pedir justicia, pero que pueden agredir a quienes las vean. El consejo para evitar algo malo, que viene de aquel entonces, es morder la vaina del cuchillo...
En Bariloche, al navegar por el imponente Nahuel Huapi hasta el más incrédulo intenta descubrir en las profundidades al ya famoso Nahuelito o al menos alguna explicación posible de estas apariciones extrañas, que, según se dice, continúan produciéndose desde los tiempos anteriores a la conquista española. Incluso hace pocos meses, en enero, se viralizaron videos con movimientos extraños en el agua, donde parecería que un animal emergía y se sumergía en el lago, que siguen avivando, como el alcohol en el fuego, el mito.
Tampoco se podrá buscar una versión oficial, porque los mitos tienen la virtud de cambiar, de transformarse, sin por eso perder su esencia. No hay una voz más autorizada que otra para relatarlos
Las conjeturas sobre esta criatura acuática, que los pueblos originarios llamaban "el cuero", son variadas.
Para muchos es un sobreviviente de la época de los dinosaurios, probablemente un plesiosauro, para otros, una mutación de algún animal local o hasta un submarino de origen desconocido. También se habla de mantarrayas, aunque nunca pudo confirmarse la presencia de estos peces. En ocasiones se lo describió como una criatura que medía entre 5 y 7 metros de largo.
A Capilla del Monte, en el norte cordobés, se la conoce más por las historias de ovnis que la sobrevuelan que por sus paisajes de sierras y quebradas. Las apariciones extraterrestres en la zona siguen siendo el centro de atracción y el cerro Uritorco, el faro que, por alguna razón, las atrae. Todo comenzó en enero de 1986 cuando una noche se vio una luz que sobrevoló el terreno y a la mañana siguiente apareció una gran marca ovalada de pasto quemado de 122 metros de largo por 64 de ancho en el cerro El Pajarillo. Nuevediario con José de Zer al micrófono se encargó de la divulgación nacional y de sembrar definitivamente las semillas del turismo esotérico y de un campo energético en el Uritorco. Miles de viajeros comenzaron a llegan en busca de esas luces de otro mundo, que muchos aseguran ver con asiduidad y que se aprecian en fotografías y videos. Los ufólogos Fabio Zerpa primero y luego el peruano Ricardo González, contribuyeron con testimonios, estudios y abundante bibliografía. Hasta la NASA, según publicó el New York Times, tendría informes sobre avistamientos de vehículos aéreos inexplicables en el Uritorco.
Al Bosque Energético de Miramar, que se extiende a lo largo de dos hectáreas sobre un tramo de la ruta 11, es otro de los lugares donde se llega en busca de algo, aunque no se sepa muy bien de qué. Hace años que está asociado con fuerzas sobrenaturales, energías que desafían las leyes magnéticas y la gravedad, como la prueba habitual que realizan los guías que muestra como una ramita puesta sobre otra en forma T se queda sin caerse, haciendo equilibrio. Este campo magnético especial se lo atribuyen a la caída de un meteorito hace más de 3,5 millones de años en la zona. El mito siguió creciendo: algunos residentes aseguran haber visto luces de colores sobrevolando el bosque de noche, que se pierden en el mar y otros, afirman que entes invisibles aparecen en fotos.
Milagros y devoción
No pertenecen al santoral de la iglesia católica ni de ninguna congregación religiosa, pero se los venera como a un santo, se les rinde tributo, se podría decir que tuvieron su canonización popular. Tienen sus altares, santuarios y estampitas y se viaja especialmente para verlos, porque según se cree, hacen milagros. Y les dedicaron libros que cuentan sobre su devoción, como Santos ruteros. Difunta Correa al Gauchito Gil, de Gabriela Saidon o el reciente Gauchito Gil, un libro fotográfico de Dagurke, que da cuenta del fenómeno.
La Difunta Correa, desde San Juan, conmovió con su historia muy conocida de muerte y vida. Deodelina fue en busca junto con su bebe, de su marido, que había sido capturado. En el camino murió deshidratada, pero el hijo sobrevivió porque siguió manando su leche, el primer milagro que se le atribuye. Unos arrieros la encontraron y rescataron al bebe. En el segundo milagro, muchos años más tarde, se dice que reunió el ganado perdido de otro arriero. Y así comenzó la historia de devoción y peregrinación constante a Vallecito, a 64 km de la capital sanjuanina, lugar de su muerte, donde se levanta el santuario en su honor.
El Gauchito Gil, que era devoto de San La Muerte, otro santo popular, tiene su santuario principal sobre la ruta nacional 123, cerca de la ciudad correntina de Mercedes y muchas sucursales desparramadas por el país, incluso altares al costado de las rutas, adornados con cintas rojas. Hay muchas versiones sobre su vida: que era un ladrón de ganado y ayudaba a los pobres, que era un matón autonomista, que era un desertor de guerra. Un 8 de enero de hace casi 150 años, a Antonio Mamerto Gil Núñez, tal su nombre completo, lo mataron colgándolo de un algarrobo. Según cuentan, le dijo a su verdugo que cuando regrese a su casa encontraría a su hijo muy enfermo, que lo invoque, que él lo curaría. Y así fue, el niño se recuperó y el Gauchito Gil con los años se transformó en el santo pagano más importante del país.
Quizás menos conocida es la historia del Angelito Milagroso, de Villa Unión, en La Rioja, un bebé que murió hace más de 50 años, su cuerpo se mantiene prácticamente intacto, como una momia (no se sabe por qué se conserva de esa manera) y que aseguran, hace milagros. Miguel Ángel Gaitán nació el 9 de julio de 1966 y cuando estaba por cumplir su primer año murió de meningitis. Lo sepultaron en el cementerio de Villa Unión, donde tiene su mausoleo y recibe visitantes que llegan especialmente para pedirle y agradecerle.
La historia de milagros comenzó siete años después de su muerte: luego de una fuerte tormenta, se encontró el mausoleo donde descansaba destruido. Se volvió a construir. Al poco tiempo, otra vez se volvió a destruir, pero sin ninguna explicación y luego dos veces más. "Mi mamá y papá contaban que el nicho se derrumbaba y el cajoncito quedaba sobre los ladrillos hechos polvo. Lo volvían a construir y pasaba lo mismo. Una vez que fuimos al cementerio la tapa del ataúd estaba corrida y pudimos ver la cara del bebé, intacto", recuerda Cristina Gaitán, hermana de Miguel Ángel, desde Villa Unión. Noche tras noche la tapa del ataúd aparecía corrida: "Mi hermano no quería que lo tapen, quería ser visto. La historia se desparramó por el pueblo y empezamos a encontrar cartas y pedidos", agrega.
Leyendas de los pueblos originarios
Las leyendas que provienen de los pueblos originarios aportan una cuota mágica para explicar accidentes geográficos, flora y hasta fauna, como la de la creación de la Cataratas. Entre los imponentes saltos de Iguazú y la exuberancia de la selva misionera se esconde una leyenda guaraní que da cuenta que una malvada serpiente, furiosa detuvo la huida de una pareja de enamorados partiendo el curso del río. Convirtió al muchacho en árboles, y la chica fue transformada en las potentes caídas de agua.
En El Calafate se cuenta la leyenda tehuelche sobre el origen del fruto azul y pequeño habitualmente utilizado en mermeladas, que le da nombre al pueblo que custodia los imponentes glaciares de Santa Cruz. Según la historia, una vieja hechicera se quedó sola durante el invierno, mientras todos fueron en busca de comida, que escaseaba. Cuando regresaron, en la primavera, se había convertido en una planta de calafate, una hermosa mata espinosa de flores amarillas que más avanzado el verano da lugar a frutas moradas de abundantes semillas. Todos comieron esos frutos y nunca más faltó la comida, por eso se dice que el que come calafates, vuelve.
Los fotogénicos cardones del Norte también tienen su origen mágico. Cuenta la leyenda que los cardones que hay en los valles son indios que aún vigilan el lugar y velan por la felicidad de sus habitantes. En épocas de la conquista española, el inca, envió emisarios para organizar las tropas y dar un golpe mortal al invasor. Los guerreros se apostaron en puntos clave por donde pasarían los conquistadores, esperando la orden de atacarlos por sorpresa, pero esta orden nunca llegó: los chasquis enviados fueron capturados y el inca asesinado. La Pachamama fue haciendo parte de ella a los indios y los cubrió de espinas para evitar que los dañaran.
Estos son solo algunos relatos, porque el acervo de la Argentina es inagotable.
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