De las telepantallas a las redes sociales: “1984″, la distopía política de George Orwell, cumple 75 años y sigue vigente
Germen del reality show “Gran Hermano”, la novela influenció diferentes manifestaciones de la cultura popular, de la literatura al cine y de la música a los videojuegos
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Publicada el 8 de junio de 1949, hace 75 años, la sátira política por antonomasia del siglo XX, 1984, del británico nacido en la India George Orwell (seudónimo de Eric Arthur Blair, 1903-1950), forma parte del imaginario global. Dio lugar a uno de los reality shows más populares, Gran Hermano, tanto como a reinterpretaciones literarias, como la secuela del británico Anthony Burgess, 1985, y la novela del japonés Haruki Murakami,1Q84; a versiones cinematográficas, en especial, 1984, de Michael Radford (estrenada en 1984; también se pueden mencionar Brazil, de Terry Gillian, y The Truman Show, de Peter Weir); a canciones y álbumes (David Bowie, Rick Wakeman, la banda sonora de Eurythmics para la película de Radford, el álbum Human After All, de Daft Punk), la ópera homónima de Lorin Maazel, novelas gráficas y videojuegos.
Obra maestra de la distopía, que debe mucho a la novela Nosotros, del ruso Yevgueni Zamiatin, y a Un mundo feliz, del británico Aldous Huxley, 1984 cuenta la historia de Winston Smith, un empleado que trabaja en las oficinas del Ministerio de la Verdad, dependiente de una de las superpotencias que dominan el mundo y donde se reescribe la historia de acuerdo con el guion oficial. En Oceanía, la libertad individual es una de las principales amenazas a la causa nacional y las únicas manifestaciones permitidas son las que apoyan al gobierno. Orwell escribió su última novela en el periodo de auge del fascismo, el nazismo y el estalinismo.
“Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo”, sostuvo el autor en 1941.
La novela resume mejor que las teorías de muchos pensadores las transformaciones de las sociedades de control y vigilancia. “La telepantalla recibía y transmitía simultáneamente. Cualquier sonido que hiciera Winston superior a un susurro, era captado por el aparato. Además, mientras permaneciera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto a la vez que oído”, se lee al inicio de 1984. La Policía del Pensamiento, al servicio de Gran Hermano y del Partido Único, controla a los habitantes a través de la sospecha, la manipulación y la tortura. La acción se activa cuando Winston, enamorado de Julia, se une a la Hermandad para combatir al régimen totalitario.
Pesadillas autoritarias
“1984 funcionó como buena parte de la ‘ciencia ficción’ del siglo XX -dice el escritor y sociólogo Hernán Vanoli a LA NACION-. Es un libro que anticipa con clarividencia mecanismos centralizados de control, y especialmente la pesadilla de la burocracia, pero no es tan fino al captar el anverso de esos procesos. Cualquier plataforma de extracción de datos (Instagram, WhatsApp, TikTok) es un mecanismo de vigilancia mucho más profundo que los que imaginaba Orwell. Pero estos mecanismos eran grises, represivos, aunque había un Ministerio del Amor. Lo que Orwell quizás no pudo imaginar fue que las personas también usamos esos mecanismos con fines expresivos, y que ya no nos importa tanto que nos vigilen, por un lado, y que por otro la burocracia estalinista iba a venir más desde las empresas de tecnología que fascinan a Javier Milei. Hoy Orwell tendría compasión hacia el Estado y pavor ante las redes sociales, y en especial ante proyectos como Worldcoin”. Vanoli conduce el podcast Desinteligencia Artificial con Marcos Zurita y da un taller de crónica urbana.
La novela sigue inspirando a los escritores contemporáneos. “Mi novela Urbanización X dialoga con 1984 y con La naranja mecánica, de Burgess -dice a LA NACION la escritora española Marta López Luaces-. 1984 resulta una novela clave en este momento: su representación de un gobierno totalitario, ejercido por un partido sin un signo político definido, que controla todos los aspectos de la vida de los habitantes, nos advierte sobre los peligros de la atracción que una parte de la población siente por los regímenes autoritarios. Urbanización X continúa esa línea: el Partido Único de 1984 se convierte aquí en la Administración, una organización centrada en una motivación económica. En 1984, el Gran Hermano ve todo a través de pantallas que se encuentran en las casas y los lugares de trabajo. Hoy nos hace pensar en Google, Facebook, X y otras redes sociales que acopian todos nuestros datos para después venderlos. En la época en que se desarrolla Urbanización X, que es el fin del siglo XXI, la tecnología ya ha progresado lo suficiente para que todos los habitantes lleven un chip con el que se comunican, hacen sus compras y se guían, pero también se emplea para controlarlos”.
En 1984, el control opera mediante la tergiversación del lenguaje con la “neolengua” y el “doblepensar” (neologismos creados por Orwell). “Así, los cuatro ministerios, Abundancia, Amor, Paz y Verdad, producen hambruna, represión, guerra y falsedades -resume López Luaces-. Las autoridades trastornan y simplifican el idioma, reduciendo el vocabulario al máximo como modo de allanar la subjetividad de los individuos. En Urbanización X la tecnología llega a trastornar el subconsciente de los habitantes mediante la inserción de imágenes y falsos recuerdos. Los datos se tergiversan para crear una realidad diseñada por la Administración para su propia conveniencia. El protagonista de 1984, Winston, que trabaja para el Ministerio de la Verdad, donde se dedica a falsear los hechos que difunde, encuentra su liberación mediante la redacción de un diario y su relación amorosa con Julia. Lenguaje y sentimiento, palabra y unión sexual se transforman en modos de preservar su humanidad y liberarse de la violencia a la que ambos se encuentran sometidos. Pero las autoridades los obligarán a traicionarse mediante la palabra”. En opinión de la escritora, la vigencia de 1984 “no solo se percibe hoy día en cierta literatura de ficción, sino, lamentablemente, en muchos aspectos de la realidad que estamos viviendo”.
Para la doctora en Letras e investigadora Valeria Castelló-Joubert, el gran hallazgo de 1984 consiste en “la economía de la coerción del sujeto llevada a cabo por medio de una nueva lengua capaz de remodelar la conciencia, reescribir la historia y la literatura, y suprimir, a causa de sus débiles conexiones lógicas y su pobreza léxica, todo pensamiento distinto y original, es decir, el crimen de los crímenes: el ‘crimental’”, término que en la novela describe los “pensamientos inaceptables” para la ideología dominante en Oceanía. “Como señaló George Steiner en 1983, meses antes del año que la ficción orwelliana había marcado a fuego, de todas las profecías la única que no se ha cumplido con rigor es la de la reducción de la lengua -destaca la investigadora y docente-. Antes bien, parecería que la profusión eufemística acompañara todo proyecto totalitario. En 2024 es una afirmación consistente. Lo políticamente correcto y la ideología woke han establecido un sistema de nombramiento de las existencias que atiende a la susceptibilidad de cada particular y que arroja a la hoguera al hablante que no lo respete. La lengua, dispositivo enderezador del pensamiento, delata al rebelde que se niega a llamar a las cosas por su nombre”.
“Guerra es Paz”, “Libertad es Esclavitud” e “Ignorancia es Fuerza” son algunos de los lemas del Partido Único en 1984. “La figura que habilita con absoluta economía que ocurra algo y su contrario al mismo tiempo es la paradoja -destaca Castelló-Joubert-. Es la que subtiende la obra de Orwell, definiendo de antemano el destino de Winston, cuya conciencia se resiste a asentarse en la inconsistencia paradójica. La paradoja, al contener los opuestos en virtud de una ilusión lógica, cerca toda tentativa de sedición. Si ‘la guerra es la paz’, la paz es también la guerra y en esa reversibilidad lo que se oculta es una tautología que conduce a la parálisis del pensamiento y de la voluntad. Una de las mayores paradojas implícitas en la obra está estrechamente relacionada con las utopías sociales del siglo XIX, desde la de Charles Fourier, retomada en parte por Nikolai Chernishevski en Qué hacer de 1863, hasta la que elabora Paul Scheerbart en su Arquitectura de cristal en 1912. Se trata de la idea de la transparencia arquitectónica como vehículo y prueba a la vez de las conciencias y los comportamientos humanos. La arquitectura de la Revolución que aspira a la transparencia absoluta del pensamiento mediante la reducción a lo mínimo de su expresión construye en cemento y sin ventanas. Los únicos elementos de cristal son remanentes del pasado y todos, indefectiblemente, están destinados a quebrarse, salvo los vasos en los que beber el gin necesario para soportar la rigidez del orden”.
En 1984, el Ministerio del Amor, por ejemplo, es descripto como “terrorífico”, con celdas sin ventanas y siempre custodiado por guardias “con caras de gorila y uniformes negros”.
Un objeto de la novela funciona, dice Castelló-Joubert, como “epítome de la tradición utópica de la transparencia”. “Se trata del pisapapeles de cristal, ‘con forma de hemisferio, curvo como por un lado y plano por el otro’ -describe-. Lo que le atrae a Winston es ‘su aire de pertenecer a una época muy distinta de la actual’ y ‘su aparente inutilidad’. Compra el objeto, arriesgando su vida, y tiene la idea de alquilar el cuarto del anticuario para encontrarse con Julia. De esta manera, la semiesfera de cristal, objeto incongruente y comprometedor, se manifiesta como una exteriorización de la conciencia de Winston en su deseo de transparencia, al mismo tiempo que necesita ocultarse. La noción que aparece puesta en crisis es la de la intimidad: ¿hasta qué punto nos debemos a lo público, a la sociedad a la que pertenecemos? ¿Hay una obligación de transparencia en nuestras relaciones? ¿Cuánto de mí tengo que mostrar y bajo qué forma? Hoy nos preguntamos: ¿la participación en redes sociales es vinculante respecto del deber de transparencia? ¿De qué modo regulan estas la conciencia? ¿Funcionan al modo de vigilancia remota como las telepantallas? Como Borges con El Aleph, Winston se pone en abismo dentro del pisapapeles, y a nosotros, lectores, con él, señalando una salida utópica del horror ominoso”.