De la violencia paleolítica al cinismo moderno
La vida no tiene ningún sentido. Además, es violenta, cruel e imprevisible. Para sobrevivir en un mundo en el que todo era una desventaja, el animal humano inventó el lenguaje: la más formidable arma de supervivencia que podamos imaginar. Esta invención, a través de decenas de milenios, creó el pensamiento y el arte: la capacidad de pensar soluciones, crear mundos y transmitir historias.
Lo que no conseguimos en el mundo de los átomos lo creamos en la ficción. Nuestro mundo es doble desde que somos capaces de hablar y de pensar. Para no morir, inventamos el lenguaje y, con el tiempo, el lenguaje nos ayuda a no morir de aburrimiento.
El lenguaje no sólo nos dio el arma de supervivencia más fantástica que animal alguno posea, sino que también nos transformó. De animales salvajes que luchaban hasta la muerte hemos devenido seres cada vez más pacíficos. Pero en algún rincón de nuestro cerebro anida el ansia de sangre. Ansia animal que terminamos saciando con la ficción.
A medida que más pacíficos somos más disfrutamos de la violencia narrada. Los estudios realizados con actuales pueblos cazadores-recolectores y la evidencia arqueológica demuestra que en el Paleolítico aproximadamente la mitad de los varones morían asesinados por miembros de su propia tribu. Lo que hoy llamamos la "muerte natural" (morir de viejo, al final de la vida) era algo excepcional. Incluso, con variantes importantes, esto se mantuvo con pocos cambios hasta fines de la Edad Media.
Desde la Revolución Industrial, esto ha cambiado radicalmente: ahora, países europeos que en 1700 tenían índices de asesinatos de 100 muertos violentos cada 100.000 habitantes hoy no llegan a dos o tres cada 100.000. Y el mismo fenómeno se da en todo el mundo. Si los índices de violencia paleolítica se hubieran mantenido en el siglo XX, en vez de 100 millones de muertos por guerra en todo el siglo, hubieran sido varios miles de millones.
A medida que somos más pacíficos, más amamos las historias inmorales y las tramas criminales. Nuestros héroes contemporáneos son Tony Soprano o Vito Corleone: mafiosos de Nueva York, que dirigen patotas criminales. Si vemos a Tony o Vito amenazados por la ley, nos ponemos de su lado y esperamos que la policía no logre su objetivo.
El cuento policial, que comenzó siendo un género popular de consumo masivo y acabó siendo un producto sofisticado, de corte filosófico, es quizás el género típico de la Era Moderna, más aún que la ciencia ficción y la distopía futurista.
Para que nuestra violencia en estado de hibernación no despierte y nos muestre tan feroces como somos apenas rascamos un poco la cáscara civilizada que nos envuelve, nos adormecemos contándonos esos cuentos de hadas de la era contemporánea que son las historias criminales. Historias llenas de sangre, pero también de héroes que logran sobreponerse a todo en un mundo que ha trasmutado la violencia física del Paleolítico por la brutalidad cínica de nuestra época.
El autor es crítico cultural
@rayovirtual