De la figuración a la metafísica
Basaldúa, escenógrafo de quilates; la convocatoria de Sergio Camporeale a los escritores y la metamorfosis de Jorge Diciervo
A Héctor Basaldúa (1895-1976) se lo reconoce especialmente como pintor, pero fue también un notable ilustrador y escenógrafo. Su predicamento alcanzó las categorías más altas de su tiempo, con el cual es inevitable relacionarlo. Atento a las corrientes europeas de su momento, integró con Butler, Badi, Spilimbergo y Del Prete, entre otros, la llamada generación del ´20 o Grupo de París. Pero su atención a lo que ocurría en Europa no lo apartó de nuestros temas. Como pintor obtuvo los mayores reconocimientos nacionales (miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes; Premio Palanza de 1949; primer premio del Salón Nacional de 1956 y director del Fondo Nacional de las Artes).
Los proyectos y prácticas escénicas que hizo para el Teatro Colón, donde trabajó en calidad de director escenógrafo desde 1933 a 1950, contribuyeron a cimentar su nombradía. Después, abandonó el teatro presionado por los acontecimientos, pero volvió entre 1956 y 1964. Su acción en ese terreno contribuyó, como la de Soldi, a destacar su producción.
Trabajó en casi todas las óperas y ballets que se realizaron en el país y, ya en 1937, obtuvo el gran premio de escenografía en la Exposición Internacional de París. De ahí, el interés de las piezas que se exhiben en estos días que, entre otras cosas, reviven los grandes acontecimientos musicales de entonces.
Influido por el expresionismo, llevó sus prácticas de colorista y dibujante a los escenarios por los que desfilaron Wagner, Falla, Puccini, Ravel... Cada cual exigía compenetración con lo que se hacía para los ojos y los oídos. Esa asociación de sensaciones, que la psicología llama sinestesia, estaba en función de lo que se esperaba de una acción necesariamente interdisciplinaria. Basaldúa supo imaginar el clima y definir sus propios impulsos con la soltura del trazo de su concepción teatral, pero intimista. Tendió a sugerir más que a describir, con una imaginación interpretativa muy propia, pero capaz de adaptarse idóneamente a las circunstancias. Más allá de la intensidad de su elaboración, sus escenografías tienen gracia, fluidez y sentido del espectáculo que estaban destinadas a integrar. En algunos casos, son esbozos parciales para tal o cual escena; en otros, realizaciones más generales y acabadas.
(En Principium, Esmeralda 1357. Hasta el 17 del actual.)
Un pintor y doce escritores
El título Teatro Público identifica la exposición de Sergio Camporeale (La Boca, 1937). La componen pinturas de los dos últimos años y un conjunto de escritos inéditos inspirados en ellas. Ahora bien, la costumbre suele hacer que los artistas visuales ilustren la obra de los escritores; en este caso, es al revés. Los acrílicos inspiraron a doce escritores cuyos textos pueden leerse en el catálogo o escucharse en la voz de sus autores mediante aparatos instalados ad hoc.
Participaron los escritores Diana Bellessi, Isidoro Blaisten, Aída Bortnik, Roberto Cossa, Alicia Dujovne Ortiz, Mempo Giardinelli, Carlos Gorostiza, Pedro Orgambide, Guillermo Saccomanno, Héctor Tizón, Alicia Steimberg y Luisa Valenzuela.
La técnica exige disciplina y Camporeale la tiene, en muy alto grado, pero no en función de una práctica vacía de contenido, sino como el medio necesario para representar con íntimo convencimiento los dictados de su espíritu. Es riguroso en su capacidad de representación.
Trabaja con acrílicos, un elementos de secado rápido que facilita la superposición de capas y permite lograr transparencias que la témpera no permite.
Aunque practicó el informalismo y la abstracción, la figuración sostiene ahora sus obras, que reúnen a los personajes más extraños. Hay desde imágenes de historietas hasta seres cuya identidad se mantiene escondida tras el enigma de las máscaras, engendros intermedios propios de la fantasía o animales que corren por los cuadros en una conjunción desaforada. Se diría que un concepto teatral rige las escenas, en las que, como en la vida, todo parece confluir. Las ilaciones que el espectador pueda encontrar corren por su cuenta. El autor libera a los personajes para que hagan lo que les venga en ganas y abre las puertas a las interpretaciones.
Camporeale, en principio, trabajó en una imprenta, pero después integró el Grupo Grabas (Gráficos de Buenos Aires). Exhibió sus trabajos en la Argentina y en París, donde vivió más de dos décadas. Expuso también en México, Venezuela, Israel, Alemania, Bélgica, España, Suiza, Polonia y, en 1987, en los Estados Unidos. Obtuvo el primer premio de la Bienal de Cali, Colombia, en 1986; el premio mayor del Salón Municipal de Buenos Aires, en 1972; el gran premio de la Bienal de Cagnes Sur Mer, Francia (1987), y el gran premio de honor del Salón Nacional 2000. Corinne Sacca Abadi tuvo a su cargo la curaduría.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. Hasta el 18 del actual.)
De dos, a tres dimensiones
Como dibujante primero y como pintor después, Jorge Diciervo (Chivilcoy, 1947) llevó adelante una carrera cuya coherencia se advierte más allá de la ilación que caracteriza a quienes saben lo que quieren y persisten en sus fines, por la dirección metafísica de su obra. Aunque ahora presenta numerosos trabajos en tres dimensiones, éstos provienen de su actividad de dibujante y pintor. No hay fracturas. Hasta las pátinas de sus bronces y maderas tienen reminiscencias de su tendencia a naturalizar lo esotérico de las formas, tan enigmáticas como convincentes en su poder de sugestión. Se diría que la diferencia entre sus obras anteriores y gran parte de las de hoy reside esencialmente en que las actuales corporizan los elementos que antes representaba sobre el plano. En suma, en la medida en que la continuidad es desarrollo, pasó de dos dimensiones a tres. Lo demás es parecido ya que, en cierto modo, la diferencia entre la pintura y la escultura radica en eso.
Conviene agregar, como referencia para una interpretación de significado adecuada a las circunstancias, que antes Diciervo se negaba a considerar sus obras como "naturalezas muertas". Sostenía que los objetos representaban algo vivo y visceral que le daba continuidad a los materiales del cuadro, donde ya estaban (madera, tela, etcétera). Aparentemente, esa aseveración sigue su curso sin modificaciones.
Si contamos sus muestras colectivas, Diciervo lleva unos treinta años de actividad. Empezó en 1971 y tres años después realizó su primera exposición individual. Culmina ahora con esta especie de "metamorfosis", como él mismo denomina los cambios formales de un desarrollo que no afecta lo funcional. Sin perjuicio del interés que tienen las esculturas y las pinturas, destacamos los cinco dibujos a lápiz de 1995. Una treintena de piezas compone la exposición, dedicada a Enrique Torroja.
(En Palatina, Arroyo 821. Hasta el 12 del actual.)