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Las pesadillas de Franz Kafka, narradas con angustia y letra de insecto
Por Daniel Gigena
Entre 1910 y 1923, el autor de El proceso y El castillo, dos obras cumbre de la literatura del siglo XX, registró en varios cuadernos de tapa de hule, y con letra de insecto, reflexiones sobre su vida y la literatura, amigos y familiares, colegas y desconocidos; apuntó sueños, pesadillas y anécdotas cotidianas, como visitas al médico, a sinagogas o a casas de artistas en una Praga teñida de sepia. También hizo germinar bocetos narrativos que luego tomarían la forma de cuentos o capítulos de novelas. Las entradas del diario kafkiano no siguen un orden metódico: hay series consecutivas a lo largo de meses y, luego, silencios. Las contradicciones y angustias del escritor se explicitan en Franz Kafka. Diarios (Debolsillo): “17 de octubre [de 1911]. No termino nunca nada, porque no tengo tiempo y esto me oprime mucho. Si tuviese todo el día libre y esta inquietud matinal pudiese crecer en mí hasta mediodía y agotarse hasta la caída de la tarde, entonces podría dormir. Pero ahora, para esta inquietud, queda a lo sumo una hora del anochecer; se intensifica un poco, luego es reprimida y me socava la noche de un modo estéril y nocivo. ¿Lo soportaré mucho tiempo? ¿Tiene objeto soportarlo, y podré tener tiempo?”.
Como pasa cuando se lee su obra narrativa, la perspectiva kafkiana, aparentemente ingenua, despierta la perplejidad y la risa de los lectores. “Tan pronto como, de un modo u otro, me doy cuenta de que dejo pasar unos abusos a cuya eliminación estoy realmente destinado (por ejemplo, la vida aparentemente satisfecha, pero que a mí me parece lamentable, de mi hermana casada), pierdo por un momento la sensibilidad en los músculos de mis brazos”, escribió en una larga entrada tragicómica. Se ha dicho que una distinción habitual a la hora de explorar el mundo de la ficción, la que separa la vida de la literatura, se vuelve impracticable con Kafka. “Cuando se hizo claro en mi organismo que escribir era la dirección más productiva de mi naturaleza, todo tendió con apremio hacia allá y dejó vacías todas aquellas capacidades que se dirigían preferentemente hacia los gozos del sexo, la comida, la bebida, la reflexión filosófica, la música. Adelgacé en todas esas direcciones”.
Un viaje en el tiempo guiado por el naturalista Charles Darwin
Por Andrea Ventura
Aunque pasaron casi 200 años, los diarios de viaje de Charles Darwin, el famoso naturalista británico, siguen revelando aspectos todavía desconocidos de muchas regiones que visitó, como la Patagonia. Con 22 años y un espíritu curioso, el joven Darwin emprendió a fines en 1831, bajo el mando del capitán Fitz-Roy, una expedición a bordo de la embarcación Beagle, que lo llevó durante cinco años a recorrer buena parte de América del Sur, Tahití, Nueva Zelanda, Australia y las islas del océano Índico.
En este periplo iniciático escribió Viaje de un naturalista alrededor del mundo (se publicó en 1839), un gran libro que tuvo muchas otras versiones con actualizaciones que el propio Darwin hizo años después. En el libro presentado como diario de viaje, con fechas y con lujo de detalles de cada región que visita, describe flora y fauna local, hace análisis de geología y también desentraña aspectos de cada sociedad, con perspectiva antropológica y sociológica. Y también, claro, salpicado por los estigmas de un joven inglés de su época. Por ejemplo, los aborígenes son descriptos como hombres salvajes, muy diferentes a los civilizados, y los encuentros son relatados casi como una parodia. Pero más allá de su mirada etnocéntrica, impactan las minuciosas descripciones y su sensibilidad para encontrar pequeños detalles.
De ese gran volumen se desprende Diario de la Patagonia (Ediciones Continente), que rescata exclusivamente los relatos por el sur y donde se destaca su admiración por los paisajes patagónicos, que lo cautivaron en las numerosas excursiones que emprendió por tierra.
El diario, además de dar cuenta de los aspectos científicos relevados, retratar la fauna local y revivir anécdotas de su interacción con los gauchos y sus costumbres, es un gran viaje en el tiempo, que lleva por una Patagonia diferente y lejana, que vale la pena descubrir.
La voracidad de Alejandra Pizarnik, hasta el último momento
Por Fabiana Scherer
“Heme aquí transformada en una distinguida poeta, galardonada y considerada como representativa de la poesía argentina. Nada más lejos de mí que esta imagen absurda”, escribió Alejandra Pizarnik, el 23 de septiembre de 1969.
En el prólogo de Diarios (Lumen), Ana Becciú destaca que Pizarnik guardó sus cuadernos en los que intervino hasta el último momento, “lo que no cabe duda de que, al conservarlos, está indicándonos que es consciente del valor intrínseco que tienen”. Páginas donde expuso su obsesión por escribir, sus dudas, sus ganas de comer, fumar y amar con voracidad hasta que el cansancio la derrumbaba. Quiso que su diario fuera literario, un narrar por su intimidad sin tapujos y belleza: “A veces me gustaría registrarme por escrito en cuerpo y alma: dar cuenta de mi respiración, de mi tos, de mi cansancio, pero de una manera alarmantemente exacta, que se me oiga respirar, toser, llorar, si pudiera llorar”.
La versión corregida, ampliada y definitiva de los escritos de la poeta argentina que se suicidó el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, mantiene, como en la edición anterior, el “respeto” por la intimidad de las personas citadas, reproduce ciertas faltas de ortografía y da cuenta del recorrido de la escritora por encontrar su voz. En esta búsqueda por construir su prosa, los diarios (que comenzó a escribir a los 18 años) se transformaron en un espacio de experimentación, en su propio taller literario y en el lugar donde la angustia se hizo palabra.
“Si empeoro demasiado, vuelvo a Buenos Aires y me psicoanalizo, y si no tengo plata para psicoanalizarme amenazo a papá y a mamá: ‘O me dan plata para analizarme o me vuelvo loca’ –escribió el 24 de mayo de 1960, en París, ciudad que la hizo amiga de Julio Cortázar y Octavio Paz -. Y quizás llore y grite y les recuerde cuánto me frustraron de niñita (…) Si no fuera por la histeria, por la neurosis, por la esquizofrenia que me provocaron yo sería hermosa, puesto que lo que me impide serlo son los rasgos somáticos en que se expresa mi enfermedad, y además la tartamudez herencia o regalo de papá.”
Enfurecida obra póstuma de Kurt Cobain, un ícono de la generación X
Por Daniel Gigena
No es exactamente un diario, sino un conjunto de cartas no enviadas, manifiestos, dibujos, reseñas escritas sin intención de ser publicadas (en parte por su aversión al periodismo de rock), diatribas contra colegas y productores, y anotaciones del creador de Nirvana, el grupo que, como un cometa en el universo de la música contemporánea, fulguró entre 1987 y 1994, año del suicidio de Kurt Cobain. El cantante, guitarrista y compositor, ícono de la Generación X, escribía en cuadernos de espiral. A la manera de un álbum póstumo, el libro transmite la furia, el desasosiego y la intensidad vital de Cobain que, como otros músicos de rock, murió a los 27 años. “INCERTIDUMBRE, como abrir bien los ojos en la oscuridad para luego cerrarlos bien fuerte y volverlos a abrir, cegados por los puntos plateados y centelleantes que origina la presión en las córneas, bizquear, poner los ojos en blanco y enfocar la vista para volver a quedarte ciego aunque así al menos de algún modo has visto la luz”, anotó, según se lee en Kurt Cobain. Diarios (Reservoir Books).
Los textos, inéditos hasta 2003, vieron la luz gracias (o por culpa de, según quien lo juzgue) Courtney Love, su viuda, que obtuvo a cambio cuatro millones de dólares. Antes de ceder los cuadernos, se presume que ofició de editora y eliminó pasajes comprometedores. Además de pelear contra su adicción a las drogas, el deseo de fama y la melancolía, Cobain se enfrentó a un villano habitual entre los músicos: “NIRVANA ve la ESCENA de la música underground cada vez más estancada y abierta a los intereses de las grandes discográficas comerciales”. La edición incluye reproducciones de los originales, que permiten apreciar los usos enfáticos del compositor de “Smells Like Teen Spirit” y “Come us You Are”, por mencionar dos clásicos. “No recuerdo la última vez que mantuve una conversación realmente interesante. Las PALABRAS no son tan importantes como la energía que proporciona la música, sobre todo en directo”.
Cobain escribió listas, y cada línea se hace eco de su proyecto estético, precozmente interrumpido. “Estoy amenazado por el ridículo. Soy demasiado consciente de la sinceridad de mi voz. Me gusta tener relaciones sexuales. Quiero a mis padres aunque disienta prácticamente de todo lo que ellos defienden. Entiendo y aprecio el valor de la religión por el prójimo. Mis sentimientos se ven influidos por la música. El punk rock significa libertad. Me sirvo de retazos de la personalidad de otros para forjar la mía propia”.
Enojos y frustraciones de Sylvia Plath, la poeta confesional
Por Fabiana Scherer
Con 18 años, en julio de 1951, Sylvia Plath escribió: “Haber nacido mujer es mi tragedia. Desde el momento en que fui concebida quedé condenada a tener pechos y ovarios en lugar de pene y testículos, a que la esfera entera de mis actos, mis pensamientos y mis sentimientos quedara estrictamente limitada por mi feminidad”. En las más de 900 páginas que integran los Diarios Completos (Universidad Diego Portales) encontramos los conflictos más íntimos de una mujer que “debe/desea” adaptarse a una vida amorosa, doméstica y los contrapone con su sentido de libertad, su sexualidad y la incansable búsqueda por encontrar sentido a su carrera como escritora: “Estaba empezando a preocuparme la posibilidad de convertirme alegremente en una mujer práctica y aburrida: en vez de leer a Locke, por ejemplo, o de escribir… me pongo a hacer una tarta de manzana, o a estudiar The Joy of Cooking [El placer de cocinar], y a leerlo como si fuera una novela interesantísima.” Sus escritos develan reflexiones sobre el arte, dan muestra de sus enojos y frustraciones: “Lo peor de todo es que me compadezco tanto a mí misma que me preocupa sentir envidia de Ted (Hughes, su marido): de su éxito, algo con lo que tendré que lidiar.”
La edición completa del diario en manos de la editora Karen V. Kukil, experta a cargo de los archivos de Plath en el Smith College, abarca sus escritos desde la época de estudiante universitaria hasta 1962, un año antes de su suicidio. Este volumen, que incluye dibujos y poesías, recupera textos inéditos, que van de agosto de 1957 a noviembre de 1959. Los mismos habían sido sellados por Ted Hughes, el viudo de la autora de La campana de cristal que pidió que se abrieran en 2013.
Lamentablemente, los últimos pensamientos de Plath, la poeta confesional, fueron destruidos por el propio Hughes. “Me encanta Woolf [...]. Solo que yo sería incapaz de meterme en un río y ahogarme. Supongo que siempre seré excesivamente vulnerable y algo paranoica. Pero también soy condenadamente sana y resistente. Y tengo la sangre dulce como una tarta de manzana.”
El fuego y el pop, en el viaje iniciático de Marta Minujín a París
Por Celina Chatruc
“Sé que algún día daré algo como pocos seres lo dan, siento una voz interior que me dice que tengo que seguir de cualquier forma, siempre buscando, tratando de crear algo que trascienda el tiempo”. Con esa confianza en su talento escribía Marta Minujín en París, a comienzos de la década de 1960, cuando era una joven con hambre en todo sentido. Aquella adolescente estaba muy lejos aún de convertirse en la reina argentina del pop, la que llegaría a realizar una performance con Andy Warhol en Nueva York y a levantar su Partenón de libros prohibidos en la prestigiosa Documenta de Kassel.
A los 16 años, tras falsificar su documento, se casó en secreto para emanciparse y poder viajar a la capital francesa. Su compañero de toda la vida, el economista Juan Carlos Gómez Sabaini, le enviaba entonces desde Buenos Aires encomiendas con pinturas, alimento y abrigo para que ella pudiera iniciar la carrera que tanto soñaba.
“En ese viaje descubrí el color –recuerda en Tres inviernos en París. Diarios íntimos 1961-1964 (Reservoir Books), el primer volumen de una serie de memorias–. Fue cuando volvía de la Bienal de Venecia, en 1962. De casualidad, pasé por una vidriera y quedé encandilada por una pollera rosa y turquesa. Ahí, viendo eso, algo se rompió en mí. ¡Era el pop! Empecé a inventar colchones y a pintarlos de colores vivos. Mi vida cambió por completo. Había descubierto la alegría, el humor, la diversión. Cambié mi forma de vestirme de un día para el otro”.
Al año siguiente realizó su primer happening, La destrucción, en el que quemó todas las obras realizadas hasta el momento. La “Brigitte Bardot argentina”, como la llamaban, tenía apenas veinte años y ya había decidido sacrificarlo todo por “esta maldita vocación tan fuerte que es imposible torcer, esconder, matar; pide, exige, demanda siempre, y me lleva para donde quiere. Por eso estoy en París”.
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