De hornos de barro a nidos de hornero: la tierra como materia prima del arte
Varias creaciones contemporáneas relacionadas con ese elemento, que entre otras cosas simboliza la fertilidad y el ciclo de la vida, refuerzan un vínculo ancestral
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Un horno de barro en la Plaza Roberto Arlt, que sirviera para hornear pan y repartirlo entre los peatones: eso fue lo que construyeron los artistas Víctor Grippo y Jorge Gamarra, con la colaboración de un trabajador rural, en septiembre de 1972. La acción formaba parte de la muestra colectiva Arte e Ideología, CAyC al Aire Libre, censurada apenas dos días después de su inauguración. Su impulsor, Jorge Glusberg, fue detenido y enfrentó un proceso judicial.
Casi medio siglo después, las maderas arden dentro de la recreación de ese horno en el antiguo Hotel de Inmigrantes, sede del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Muntref). En el marco de la Preexistencias, exposición dedicada al legado de Grippo, se realizarán allí activaciones destinadas a mantener viva la idea original. Apenas una de varias creaciones contemporáneas relacionadas con la tierra, que recuerdan la importancia de ese vínculo ancestral.
“Vamos a impulsar acciones de artistas que trabajan con cocina. Después el horno va a quedar instalado ahí, como parte de un bar al aire libre”, anticipa a LA NACION Diana Wechsler, cocuradora de la muestra del Muntref junto con Florencia Battiti. Como directora artística de Bienalsur, el año pasado ya había impulsado su recreación en la casa natal de Domingo Faustino Sarmiento en San Juan, con la propuesta de “reflexionar sobre la alimentación en época de crisis y el rol de la humanidad frente a la naturaleza”.
Mientras tanto, un pequeño nido de hornero se exhibe en estos días en la galería Herlitzka+Faria, junto a inquietantes videos que muestran cómo caen paladas de tierra sobre el cuerpo de una joven Marta Minujín. Filmados en 1976 por Claudio Caldini, formaron parte de la ambiciosa obra Comunicando con tierra, que se expuso ese mismo año en la muestra Arte en cambio 76, también organizada por el Centro de Arte y Comunicación (CAyC). Años más tarde, Autogeografía y Autogeografía (con máscaras) pasarían a integrar las colecciones del Malba y del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Son apenas una parte de la compleja instalación original, que incluía un nido de hornero gigante realizado por Minujín con tierra argentina y peruana. De 2,30 metros de diámetro por 2,5 de alto, exhibía en su interior los videos y 23 bolsas de tierra traídas desde Machu Picchu. Una vez terminada la exposición, estas últimas fueron enviadas a colegas de otros países con la consigna de que mezclaran la tierra “importada” con la del lugar y que esa combinación regresara a Buenos Aires, para que la artista la devolviera a la antigua ciudadela inca a modo de simbólica integración cultural.
Aquel nido gigante fue trasladado desde el CAyC hasta la tradicional Exposición Rural, donde se exhibió en el pabellón de ovinos y luego fue destruido por una aplanadora. Desde entonces tuvo varias versiones, como las exhibidas en el Museo Nacional de Bellas Artes (1999), en arteba (2014) y en la muestra Simbiología, exhibida hasta junio último en el Centro Cultural Kirchner. El año próximo volverá a recrearse para una exposición individual que le dedicará la Pinacoteca de San Pablo, en paralelo a la famosa bienal impulsada en esa ciudad.
La tierra “es más que un elemento de la naturaleza, es un material culturalmente asociado a lo primigenio, a lo fértil y al ciclo de la vida”, observa la historiadora Sofía Jones en el texto introductorio a la muestra colectiva en Herlitzka+Faria. Titulada, justamente, Tierra, reúne obras de una docena de artistas de varios países latinoamericanos relacionadas con la materialidad y las asociaciones conceptuales de ese elemento. Entre ellas, objetos escultóricos realizados por Teresa Pereda con tierra sobre chapa, y dos instalaciones de la misma artista que incluyen tierra traída desde distintos puntos del país.
“Los invito a que vengan y estén a solas con la madre Tierra; hay que hacer silencio para entenderla en profundidad. Cuando estamos en diálogo con la naturaleza, podemos acceder a sus secretos”, aconsejaba semanas atrás la artista colombiana Delcy Morelos, al presentar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires su primera exposición individual en la Argentina. El lugar del alma se titula su monumental instalación, una matriz que huele a canela, clavo de olor y café, similar a la que realizó para la muestra curada por Cecilia Alemani en la actual edición de la Bienal de Venecia.
Hay que perderse en el subsuelo del histórico edificio de la Avenida San Juan entre esas laberínticas paredes de más de dos metros de altura, construidas con 23 toneladas de tierra y turba traída desde Tierra del Fuego, con la misma técnica milenaria que se usa para construir casas de adobe.
“Nací en Tierralta, un pequeño pueblo donde se vive la violencia en todas sus formas. La Tierra está en el origen de esa violencia, por la ambición: nos alimentamos de ella sin agradecerle, como hacen los pueblos originarios. Yo la elevé del suelo, como un gesto de rebeldía. Está en un lugar de honor, y exhibida en un museo”, explicó la artista sobre este proyecto que inspiró a Victoria Noorthoorn para diseñar la programación anual del Moderno. ¿Cómo se llama este ciclo, dedicado a la reflexión sobre el presente de la humanidad y su relación con el planeta? “Un día en la Tierra”.
También encontraron un “lugar de honor” las esculturas realizadas en barro por Gabriel Chaile, artista de ascendente carrera internacional desde que combinó un horno de barro –como el que usaba su madre para hacer el pan que los alimentaba en Tucumán- con una figura devocional precolombina para su primera exposición individual en el Moderno, en 2017.
Al año siguiente, Alemani lo convocó para hacer otro similar al aire libre, en el que cocinó para los vecinos de La Boca durante la semana de Art Basel Cities: Buenos Aires. La curadora italiana volvió a invitarlo para la muestra central de la 59ª Bienal de Venecia, donde presentó un grupo escultórico de cinco piezas de barro, concebidas como retratos de sus familiares más cercanos. Estas obras fueron compradas por Eduardo Costantini, fundador del Malba, quien anticipó a LA NACION que las instalará en un espacio público de Buenos Aires.
Meses antes Andrés Buhar –que integra el consejo asesor del Malba- había comprado dos obras de Chaile que se exhibirán en Arthaus Central, flamante sede de la fundación que preside. Ambas esculturas están hechas de barro y una de ellas es un horno, que se usará además para elaborar platos del moderno restaurante bar que funcionará en la terraza el complejo cultural.
Con el mismo material, gauchos de Chavarría hicieron el rancho con techo de paja de la instalación con animales de cerámica que presentó Desirée De Ridder en junio en ArteCo, la feria de Corrientes. En 2020, la artista estaba haciendo la residencia de sus sueños en un castillo de la Toscana, cuando llegó la pandemia y quedó varada en Italia. ¿Qué hizo? Su propio horno de barro, para crear urnas funerarias.
Para agendar:
En el marco de la muestra Preexistencias, de Víctor Grippo en Muntref (Av. Antártida Argentina S/N, Puerto Madero) habrá activaciones del horno de barro con amasado de pan el domingo 17 y el sábado 23 de julio, a las 13. Entrada gratis.
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