De Frankenstein a los monstruos contemporáneos: libros para disfrutar el miedo
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Delicias del horror que late del otro lado del mundo cotidiano
Por Diana Fernández Irusta
El gran acierto de “El color que cayó del cielo” –y de la gran mayoría de los relatos de H. P. Lovecraft (1890-1973)– es la sutileza. Las entidades monstruosas están allí, pero nunca adoptan una forma específica y raramente pueden verse con claridad. En el cuento que da nombre a esta antología, por caso, la presencia malévola apenas adopta la textura de un color: una tonalidad imposible de definir, que incendia el firmamento junto con la caída de un meteorito, y que de algún estará presente, como una lenta ponzoña, en los hechos que van arrasando la vida de una pequeña comunidad.
A Lovecraft muchas veces se lo asocia con la ciencia ficción, probablemente por la presencia en sus relatos de algún que otro evento ligado con el espacio, o personajes provenientes del mundo de la ciencia (arqueólogos, químicos, estudiosos). Pero la sustancia pura y dura de sus cuentos es el terror; la estructura e incluso los registros de lenguaje son los de la historia destinada al goce del escalofrío, con ecos no tan casuales en la literatura de Poe.
¿Consecuencias de indagar en el universo lovecraftiano? Por algunos días se andará por la vida con la sensación de que hay otro universo latiendo a los pies del que conocemos: una multitud de entidades desconocidas, inabordables y sin duda hostiles que habitan del otro lado de un espejo más bien frágil.
A lo largo de su obra Lovecraft concibió cierta mitología cuyo núcleo son Los mitos de Cthulhu, una serie de relatos cuyo eje es la existencia de seres provenientes de otras dimensiones temporales o espaciales, ocultos a veces en territorios inaccesibles (por ejemplo, la Antártida), y que siempre acarrean la ruina o la locura a aquel incauto que intente correr el velo que los oculta. “El horror de Dunwich”, “La llamada de Cthulhu”, “La cosa en el umbral” son algunos de los cuentos que participan de esta suerte de cosmogonía tenebrosa.
Asimismo, Lovecraft concibió la existencia de un libro maldito, el Necronomicon, citado en muchos de sus cuentos como la obra de “un árabe loco” que, en la tradición de este tipo de libros, suscitaba la desgracia de quien lo leyese. El dibujante suizo H. R. Giger tomó la posta en las estilizadas imágenes del libro Giger’s Necronomicon.
Inquietante historia de fantasmas de un maestro, Henry James
Por Daniel Gigena
Clásica historia de fantasmas y ejemplo ilustre de las posibilidades que brinda el uso del punto de vista narrativo (magistral, en el caso de este autor), Otra vuelta de tuerca (El cuenco de plata) inspiró a varios autores y cineastas, entre ellos a José Bianco, que tradujo al español el relato y lo inmortalizó con el título que todos conocemos.
Comienza con un recurso literario habitual, el del relato dentro del relato. Distinguidas personalidades, que suelen habitar la mayoría de las historias jamesianas, se convierten en audiencia cuando uno de ellos, Douglas, los invita a conocer un episodio inquietante (“pavoroso”, lo llama). A continuación, a la luz de las velas, procede con la lectura (“con una elegante claridad que parecía comunicar al oído la belleza de la caligrafía de la autora”) del manuscrito de una de las protagonistas de la historia. De ahí en adelante, es la joven institutriz quien narra su llegada a una mansión, en Bly, para hacerse cargo de la educación de dos niños huérfanos, Miles y Flora.
“Los hechos que nos dio a conocer entonces fueron que su antigua amiga, la más joven de varias hijas de un pobre párroco rural, tuvo que dirigirse a Londres a toda prisa, apenas cumplidos los veinte años, para responder personalmente a un anuncio que ya la había hecho entablar una breve correspondencia con el anunciante –escribe James con falsa candidez–. La persona que la recibió en una casa de Harley Street amplia e imponente, según la describía ella, resultó ser un caballero, un soltero en la flor de la vida y con una figura nunca vista, aunque vislumbrada tal vez en un sueño o en las páginas de una novela, por una tímida y oscura muchacha salida de una vicaría de Hampshire”.
Pese a que se le advierte que ambos están afectados por la muerte de su antecesora, la señorita Jessel, y que varias rechazaron el puesto, la joven acepta las condiciones del trato, ignorando lo que le espera, entre otras cosas, visiones de espíritus bestiales y una espiral de paranoia. La historia de Henry James fue llevada al cine infinidad de veces; en Netflix se puede ver la miniserie La maldición de Bly Manor, una de las adaptaciones más recientes.
La criatura más grotesca de la literatura sigue viva dos siglos después
Por Natalia Blanc
Pasaron más de dos siglos y Frankenstein sigue vivo. La novela epistolar escrita por Mary Shelley a los 18 años, publicada en 1818 sin la firma de la autora, alimenta la ciencia ficción y el cine de terror aunque, si se la lee en profundidad, provoca más angustia que miedo. Oscura y perturbadora, está protagonizada por un científico, el doctor Victor Frankenstein, que desafía la muerte al darle vida a un superhombre construido con partes de cadáveres.
Pero, además de fragmentos de cuerpos, órganos y piel, la criatura sin nombre que llega a devorarse la figura (y el apellido) del científico que lo crea en la ficción está armada a partir de una conjunción de ideas de la época: ciencia, ocultismo, experimentos resurreccionistas, filosofía, poesía y terror. Un cadáver exquisito formado por piezas del Gótico, el Romanticismo y el Positivismo en un momento en el que el método científico no tenía límites precisos ni estaba regido por la ética.
En ese ambiente intelectual, la joven británica hija de una pionera del feminismo, Mary Wollstonecraft, y de un precursor del pensamiento anarquista, William Godwin, imagina una historia plagada de soledad, búsqueda y venganza.
Frankenstein fue escrita durante el verano de 1816, “el más frío de Europa”, cuando un grupo de escritores y científicos quedaron aislados en una mansión ubicada frente al lago de Ginebra a causa de una tormenta de cenizas y azufre provocada por la erupción de un volcán en Indonesia. El monstruo surge a partir de un desafío entre Mary y Percy Shelley, Lord Byron y John Polidori: quién lograba crear la criatura más grotesca. En esas noches, encerrados por el frío descomunal, Mary escribe Frankenstein y Polidori, El vampiro, el antecedente más cercano de Drácula.
Clásico de la literatura universal, recién en la tercera edición, en 1831, aparece Shelley como autora. El sufrido monstruo, que tiene ansias de conocimiento y de amor, y que no entiende por qué es rechazado, se convierte en ícono de lo aberrante y llega al cine, la televisión, el cómic y hasta los videojuegos.
Una distopía paranoica que en la pandemia ganó nuevos lectores
Por Daniel Gigena
En Los Ángeles de la década de 1970, Richard Neville, un obrero de la construcción, es el único sobreviviente de una pandemia ocasionada por una plaga. Los demás humanos no han muerto sino que se han convertido en vampiros. En esta distopía publicada en 1954, Neville lleva una existencia rutinaria y claustrofóbica, en soledad. Bebe whisky, escucha música clásica y repara su vivienda; a la vez, en la biblioteca trata de informarse acerca de la especie que, inevitablemente, lo acosa día a día (es decir, noche a noche). Con cierta ironía, Richard Matheson deja entrever que el vampiro líder del barrio donde vive Neville, y que lo confronta cada jornada, es uno de los antiguos vecinos del protagonista. Con la luz del sol, que fulmina a los vampiros, este sale de ronda a asesinarlos.
Fábula pesimista sobre el futuro de la humanidad, escrita y publicada en plena Guerra Fría, Soy leyenda (Minotauro) fue elogiada por autores como Stephen King y Dean Koontz. Y con la pandemia de coronavirus, ganó nuevos lectores.
“Después de cenar, en la sala, trató de leer. Se había preparado un whisky con soda y lo tenía en la mano mientras hojeaba un texto de fisiología. Del altavoz instalado en la puerta del vestíbulo le llegaba a gran volumen una obra de Shoenberg. No suena bastante alto, pensó. Los oía aún afuera. Oía sus murmullos y sus pasos, sus gritos, sus gruñidos y sus peleas. De vez en cuando una piedra o un ladrillo golpeaban la casa. A veces ladraba un perro”, se lee en el comienzo de la novela.
Matheson es autor de otro texto memorable del género de terror, La casa infernal, y fue guionista de capítulos de series como Star Trek, The Twilight Zone y The Alfred Hichtcock Hour. Hasta ahora, Soy leyenda fue llevada al cine en tres ocasiones; en la última, de 2007, Will Smith encarna a Neville. El director Francis Lawrence introdujo cambios en la historia; para darle cierto romanticismo a la trama paranoica y letal de Matheson, agregó el personaje de una mujer, Ruth, que escapa de los vampiros tras la muerte de su esposo. En la película, ambos se enamoran, pese a que él descubre que ella está infectada. Cuando Ruth huye, la seguirá hasta una comunidad que intenta restablecer un orden social que no lo incluye.
Comer tierra hasta ver a los muertos, leer hasta atragantarse
Por Constanza Bertolini
El efecto terriblemente angustiante de saber algo hasta atragantarse se traslada de la protagonista al lector en esta novela. Es la historia de Cometierra, que cuando era chica tragó hasta tener una visión: que su padre había matado a golpes a su madre. “Me acosté en el suelo, sin abrir los ojos. Había aprendido que de esa oscuridad nacían formas. Traté de verlas y de no pensar en nada más, ni siquiera en el dolor que me llegaba desde la panza. Nada, salvo un brillo que miré con toda atención hasta que se transformó en dos ojos negros. Y de a poco, como si la hubiera fabricado la noche, vi la cara de María, los hombros, el pelo que nacía de la oscuridad más profunda que había visto en mi vida».
El don de Cometierra podría considerarse una maldición o una responsabilidad: cuando en el barrio –violento, marginal– empezaron a enterarse de su extraña habilidad, la buscaron y le pagaron para que ayudara a averiguar dónde estaban sus familiares desaparecidos, si habían sufrido o no sus muertos. Ella no siempre accedía a hacer los trabajos, no estaba del todo convencida de aceptar el dinero de la doña, tampoco pretendía convertirse en la heroína menos pensada. Pero la entrada de la casa precaria donde vive con su hermano Walter empezó a transformarse en un sembradío de frascos cargados de barros ajenos y mensajes con números de teléfono, equivalentes a pedidos de ayuda. Los tiran a través de la reja. A veces ella responde. Hasta que un día Cometierra no quiere comer más tierra.
Dedicada a las víctimas de femicidios y sus sobrevivientes, Cometierra (Sigilo), de la escritora argentina Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978), se convirtió en un inesperado best seller que ya se lee en varios idiomas: inglés, francés, italiano. Hace unos meses, Le Monde publicaba que “Reyes imprime a su novela una mezcla de onirismo y de precisión clínica” para abordar la cuestión de los femicidios, “omnipresente en el país de la autora”. El horror y lo siniestro, en este caso, lejos está de corresponder al terreno fantástico. Reyes es una autora que se nutre del material que la sociedad le da: conurbano, reggaeton, PlayStation y también dolores de panza.
La seductora y poco conocida precursora de los vampiros más célebres
Por Diana Fernández Irusta
En más de un sentido, la novela Carmilla resultó ser precursora. Publicada por el irlandés Sheridan Le Fanu (1814-1873) en 1872, se adelantó unos cuantos años a la publicación del celebérrimo Drácula de Bram Stoker. Por otro lado, y si bien el tema vampírico siempre se nutrió de soterrados –o no tanto– elementos eróticos, en Carmilla Le Fanu introduce un ingrediente particularmente audaz para la época victoriana: el lesbianismo. Sin embargo, lo hace con tal delicadeza que la novela circuló sin mayores complicaciones entre sus contemporáneos.
La historia contiene prácticamente todos los elementos que la tradición del relato de vampiros hizo suyos a lo largo del tiempo. Está contada en primera persona, por lo que el punto de vista siempre es el de quien asoma como posible víctima del vampiro y quien, desde luego, sabe tan poco como los lectores sobre los móviles y argucias del ser tenebroso. Pero, también como el lector, ese narrador está ganado por la fascinación, por la intriga, por el miedo. En este caso, se trata de Laura, una adolescente que vive con su padre en una zona próxima a Austria. Carmilla, una enigmática y bellísima joven, sufre un accidente en las proximidades de la casa de Laura y su padre, y es alojada por ellos. A partir de allí, los recursos del gótico –esa revancha que se tomó el siglo XIX frente a la limpieza y los brillos del imperio de la razón– harán su parte. Lo mismo hará Carmilla, que colma de dulzura y atenciones a la ingenua Laura, objeto y sujeto de un deseo que no termina de comprender demasiado. Tampoco comprenderá las extrañas costumbres de su huésped, poco afecta a la luz del día, renuente a brindar detalles sobre su origen familiar, pero siempre seductora y dueña de modales exquisitamente aristocráticos.
Si bien Carmilla muy pronto quedó opacada por el impacto y mayor solidez narrativa de Drácula, la obra de Le Fanu obtuvo algo así como una reivindicación póstuma, siglos después de haber sido escrita. En 1932 inspiró la película Vampyr del cineasta danés Carl Dreyer. Asimismo, Roger Vadim estrenó en 1960 Et mourir de plaisir, film que también retomaba la historia concebida por Le Fanu. En la actualidad, la figura de Carmilla, independizada de la novela que le dio origen, circula por entre propuestas de videojuegos, comics y mangas.
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