De duelos y quebrantos
La Fundación OSDE reunió más de 50 obras de Norberto Gómez, un artista reconocido a nivel internacionalque no suele exponer en la Argentina
Dieciséis años transcurrieron desde la retrospectiva en el Mamba de Norberto Gómez, elusivo como pocos a la hora de dar a conocer su obra. Autoexigencia, rigor, sobrecarga expresiva y raigal desconfianza de los circuitos de exposición concurren, entre otros más recónditos, a su abstinencia de la exposición pública. Porque de la manifestación desgarrada y visceral de su agonismo rinde cuenta sobrada su obra producida a mediados los años setenta; como su parrillada de la Argentina de aquellos años de Caín, que dio pavor entonces a una visitante en la galería Arte Nuevo.
En las intemperies del inclemente sur, los martirizados, no siempre ángeles pero víctimas del poder, colapsan, tienen espasmos, vomitan y su carne crepita sobre las brasas más severas y seglares, superiores al gran tormento de la Inquisición. Que no fue sólo española y de otrora, sino de aquí, entre nosotros y también en otras partes y horas.
Nada evoca la parsimonia del memento mori : Gómez presentó la muerte convulsa, estremecida hasta el paroxismo, insoportablemente. Para muchos, el primer contacto con su obra fue una marca lancinante que evoca la Crucifixión de Matthias Grünewald en Isenheim o aquellos óleos de Gerardo Ramos Gucemas, madrileño afincado en Tucumán.
Para corporizar estos martirios, Gómez apeló a la resina poliéster, recurso procedente de la industria, cuyo potencial expresivo descubrió Emilio Renart y luego Juan Carlos Distéfano. Con ellos -y con el último Libero Badii y Aldo Paparella- Gómez integra lo más original del arte producido en la Argentina, y sólo posible en este país. Escultura que recobró la policromía, que se apropió de materiales ajenos o de rezago para consumar una poética inédita, azogada, sin posibles discipulados. Con el advenimiento de la democracia, la imagen del artista experimentó otros rumbos, de aparente -sólo aparente- mayor distancia. Fue el tiempo de los instrumentos de tortura de resabios medievales. Mazas, dagas, espolones, cadenas, porras, garrotes se imponían como instalaciones virtuales en la galería de Palermo donde las expuso. La luz baja del reducto de Lotty Inchauspe acentuaba la sugestión de estas opus nigrum . Norberto Gómez retomaba los volúmenes geométricos de su etapa de París, donde orbitó alrededor de Julio Le Parc, de quien fue ayudante. Pero las obras comentadas, ahora presentes en la retrospectiva de OSDE, son ajenas al espíritu lúdico de Le Parc. En su inmovilidad gravita la amenaza y vaticinio de futuras hecatombes. Gómez tomó a mal el comentario que señaló que esas piezas no podían dispersarse en colecciones particulares, ya que debían integrarse -en bloque- en un museo público. Sin saberlo, la dicente anticipó el Museo de la Memoria y el disenso se saldó, abrazo mediante, en una marcha por las víctimas del terrorismo de Estado.
A partir de mediados de los años ochenta dio otra vuelta de tuerca a los resabios medievales. El artista da nueva andadura a las gárgolas sardónicas y recrea los in pace , esos disimulados apoyos, burlescos y a menudo salaces, que aliviaban la fatiga de los clérigos en las interminables liturgias en el coro de las catedrales. Pero Gómez no cita; reinventa sin cejar su identidad y pertenencia.
Disponer tal material en el espacio de OSDE, con curaduría de Ana María Battistozzi, fue una tarea cumplida a la altura del maestro.
Ficha. Norberto Gómez, Obras 1967-2008 , en el Espacio de Arte de Fundación OSDE (Suipacha 658, 1er piso), hasta el 29 de octubre
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