De Bismarck a Hitler
En la segunda nota de la serie consagrada a la arquitectura urbana, cobra protagonismo la influencia germana con su poderosa ancla en los proyectos industriales y de infraestructura, como fueron el subterráneo, el silo de Bunge & Born y el primer gran hotel de alta gama, el Plaza, construido por encargo de Ernesto Tornquist
Los aportes alemanes a la cultura de la construcción en la Argentina aparecen eclipsados por las grandes marcas que dejaron franceses, italianos o británicos. Sin embargo, fueron intensos, complejos y trascendentales. Los inicios se dieron en tiempos coloniales, de la mano de jesuitas arquitectos germanos que diseñaron iglesias y conventos en Buenos aires, Córdoba y la Mesopotamia. Luego, con la Independencia comenzarían a llegar distintos técnicos para participar en el relevamiento sistemático del territorio y en la edificación de infraestructura diversa. Este flujo se incentiva en la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en el campo de la ingeniería, disciplina de base de todos los profesionales germanos que, en el devenir de su formación, concurrían a una Technische Hochschule . Este tipo de formación se necesitaba en la Argentina y fueron precisamente alemanes los pioneros en la creación de la nueva carrera en la Universidad de Buenos Aires y en la fundación de la Sociedad Central de Arquitectos, entre otras instituciones.
Pero será también Alemania, a partir de su reunificación, destino de formación de argentinos. Tal el caso de Ernesto Bunge, nacido en Buenos Aires, de familia de origen germano y graduado en Berlín en tiempos de la proclamación del Imperio. De regreso al país, su formación dentro de la cultura alemana le dio un lugar preferencial junto al
establishment
político de la provincia, que no ocultaba sus preferencias germanófilas a la hora de impulsar la modernización. Los "autonomistas" encargan a Bunge durante la década de 1870 proyectos para el saneamiento de la ciudad, para edificios públicos tipo en ciudades de la campaña y el diseño de la Penitenciaría Nacional que se ubicaba en el actual predio del Parque Las Heras. Alsina, Rocha y el grupo político desterrado con el triunfo nacional de Roca y la federalización de Buenos Aires se refugian en La Plata, el experimento urbano que proyectan y construyen con la participación fundamental de arquitectos e ingenieros alemanes: Stier, Meyer, Heine, Hägemann, Heynemann, Büttner, Nordmann, Altgelt.
Bunge fue además el paladín de la moda "prusiana" en la arquitectura privada de Buenos Aires y precursor de innovaciones funcionales en el diseño de residencias y edilicia comercial. Pero su obra cumbre fue sin duda la iglesia de Santa Felicitas en Barracas. Inaugurada en 1876 como templo votivo, expiatorio de una comentada tragedia sentimental dentro de la alta sociedad porteña, su diseño responde al estilo oficial de la época de Bismarck que combinaba formas, estructuras y espacios derivados del paleocristiano, del románico y del bizantino, algo entre sagrado y mágico con fuertes tintes orientales, casi como una reverberación de las iglesias de Constantinopla, una idealización que debía simbolizar el espíritu de la Alemania imperial reunificada. Resulta paradójico que el ejemplo más representativo de la arquitectura religiosa de esa época prusiana haya sobrevivido íntegro en Buenos Aires, mientras que todas sus obras similares en Alemania fueron destruidas o seriamente dañadas durante la Segunda Guerra Mundial.
En las dos últimas décadas del siglo XIX, más allá del predominio ítalo-roquista, la arquitectura pública de la capital argentina tuvo intervenciones firmadas por profesionales germanos: escuelas de Carlos Algelt, monumentos públicos de Eberlein o Bredow, un diseño para el Concurso del Congreso Nacional por Ernest Meyer o la adopción del italiano Vittorio Meano del modelo del
Reichstag
de Berlín para el proyecto que ganó esa competencia internacional. En esas mismas décadas, la gran era del hierro, los aportes alemanes a la arquitectura de Buenos Aires se potencian con el despliegue de capitales e inversiones del mismo origen ligados al banquero Ernesto Tornquist, a los grupos Thyssen y Krupp y a la instalación del Banco Alemán Transatlántico y del Banco Germánico de América del Sud. Fiel reflejo de la dialéctica germánica, el rigor funcionalista se combina con el romanticismo ecléctico, y la yunta es utilizada para el diseño de residencias, sedes comerciales, administrativas y bancarias, hoteles y teatros; toda una saga edilicia en la que la colectividad alemana buscaba reflejar el ideal del
Heimat
fuera de la patria y reflejar en imágenes a la moderna Alemania. Pero la estética, la moda y la política se transformaban aceleradamente en la madre patria teutónica y eso se reflejaba en la Argentina aunque "contaminándose" -nada puede ser puro aquí- con otros aportes europeos. En la década de 1880 se difundió una versión del neorrenacimiento alemán con densa ornamentación casi arqueológica (escuela Petronila Rodríguez, hoy Ministerio de Educación). Hacia la década de 1890 se afianzó otra variante del clasicismo, más ecléctica, que tomaba motivos de distintos períodos y los repartía sobre fachadas más altas, de varios pisos (teatro y hotel Odeón). Ya comenzado el siglo XX, las referencias provendrían del barroco, inclusive del rococó, y de ese modo las líneas de los edificios en manos de arquitectos germanos se confunden entre el
Wilhelminismus
y el
Beaux-Arts
, que se había transformado en algo verdaderamente internacional (Banco Alemán Transatlántico en la esquina de Reconquista y Bartolomé Mitre). En el clímax del Centenario innovaciones técnicas y eclecticismo opulento se fusionan en la construcción del hotel Plaza encargado por Ernesto Tornquist a Alfred Zucker, arquitecto alemán residente en Nueva York. Aquí la cultura arquitectónica germánica se combina con la norteamericana para generar así el primer rascacielos de Buenos Aires y lanzar el debate respecto de las construcciones en altura, en una ciudad cuya expansión parecía incontenible. El hotel Plaza es el canto del cisne en el empleo de estructuras metálicas en el país, rubro que los alemanes habían compartido con británicos, franceses y belgas en obras arquitectónicas y de ingeniería de todo tipo: desde casas hasta puentes.
Hacia 1900 el mundo europeo se tensa y crujen las rivalidades imperiales. Alemania busca desafiar el poderío de Gran Bretaña y conquistar mercados y territorios con las poderosas armas de la tecnología y el diseño que pretende integrar en el denominado
Werkbund
. De aquí surge la arquitectura funcionalista de rasgos fabriles con uso casi abstracto de las líneas historicistas, que se transforma inmediatamente en expresionismo y poco después en el Movimiento Moderno. La competitiva Alemania es derrotada en la Primera Guerra Mundial. Pero sólo en Europa. En Sudamérica es vencedora. En apenas dos décadas, la Argentina se remodernizaría y pasaría del hierro, la máquina de vapor y los ferrocarriles británicos al hormigón armado, la electricidad y los subterráneos alemanes.
Datos &Pistas
- Technische Hochschule. La ingeniería fue la base de la formación de los profesionales germanos, pioneros en la creación de una nueva carrera en la Universidad de Buenos Aires y en la fundación de la Sociedad Central de Arquitectos.
- Ernesto Bunge , paladín prusiano. Nacido en Buenos Aires, de familia de origen germano, se formó en Berlín. Además de diseñar la penitenciaría que estaba ubicaba en el actual Parque Las Heras, proyectó su obra cumbre: la iglesia de Santa Felicitas, templo expiatorio de la tragedia de Felicitas Guerrero, inaugurada en 1876.
- El Plaza Hotel. En el clímax del Centenario, las innovaciones técnicas y el eclecticismo opulento se fusionan en la construcción del primer cinco estrellas, encargado por el banquero Ernesto Tornquist a Alfred Zucker, arquitecto alemán residente en Nueva York.
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