De Bielorrusia, con poesía
Natalia Litvinova nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986, cinco meses después del accidente ocurrido en la central nuclear de Chernobyl. Por decisión de la madre y pese a la reticencia del padre, para dejar atrás el pasado y la contaminación, finalmente la familia emigró y se instaló en Buenos Aires. Ese día Natalia cumplió diez años. Introvertida, sumadas a su timidez las dificultades que le imponía el castellano, al comienzo se refugió en la pintura y en los libros que había en la biblioteca ubicada en el subsuelo de su escuela. Allí, donde nadie podía molestarla, leía sin comprender demasiado, más impresionada por la música de la lengua que por el significado de las palabras.
Mientras tanto, lo que leía en su casa con su madre eran los libros que la mujer se había traído, como afectos necesarios, del antiguo hogar. Sentían que estaban en posesión de un tesoro vedado a los argentinos y quisieron compartirlo. Natalia, casi como un juego, empezó a traducir del ruso al castellano. La acompañaba un diccionario de los años 40 donde encontraba vocabulario y acepciones caídas en desuso medio siglo después. Así inauguró su blog, un sitio dinámico donde abunda la información y la buena literatura: www.animalesenbruto.blogspot.com reúne traducciones realizadas por Litvinova de poetas rusos clásicos y contemporáneos. La selección de los textos y las obras responde a los gustos e intereses de la propia Natalia, cuyo trabajo trasciende el espacio virtual y llega al papel. Recientemente Leviatán publicó El ruido de la existencia , antología bilingüe de poemas de Sergei Esénin y Vladislav Jodasevich, seleccionada y traducida por Litvinova. También Natalia es poeta. Su primer libro, Esteparia , apareció en 2010. Le siguieron, entre otros Grieta y Todo ajeno . Sus temas son los escritores que moldearon su sensibilidad, la infancia, los dolores inevitables y cierto gusto por la melancolía. Uno de sus textos se titula "La última cintura": "Después de años de planos trazados a la perfección mi madre/ terminó remendando ropa ajena. Un día apareció Juan y su leucemia,/ trajo pantalones para achicar, había adelgazado demasiado./ Cada vez que venía yo me tapaba la boca -vas a morir Juan-,/ quería arrojarme encima de su cuerpo y que la cruz de su pecho/ se clavara en el mío. Cinco pantalones reducidos para las cinco versiones/ de la cintura de Juan, eras blanco cal, la luz desperdiciada en la dimensión de tus ojos,/ pero tus labios rojos Juan, como si toda la sangre de tu cuerpo se congregara allí,/ como recién besados, mordidos o golpeados, tal vez tu pequeña hermana/ te los frotó con una frambuesa para que fueran tan dulces, atractivos,/ la última vez que te vi fue cuando trajiste el sexto pantalón/ y yo lo destrocé sollozando hasta quedarme dormida./ A la mañana siguiente encontré a mi madre con los ojos cristalizados/ detrás de la máquina de coser iluminada por los débiles rayos del sol/ al lado de toda esa ropa arrugada indecente sin dueño" .