De amigos entrañables a enemigos íntimos: las peleas que distanciaron a grandes escritores
Aunque la amistad es uno de los motivos literarios más fértiles y virtuosos, los enfrentamientos entre escritores célebres abundan; las razones políticas e ideológicas que alejaron a Borges y Sabato; Victoria Ocampo y José Bianco; Jean-Paul Sartre y Albert Camus, entre otras figuras literarias
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Así como del amor al odio hay un solo paso, de la amistad a la enemistad también. A veces, lo que ocasiona el distanciamiento entre amigos puede ser un sentimiento de rivalidad, unas palabras de más (o de menos) y ciertas simpatías ideológicas que no hacen más que ahondar la “grieta”; no por nada los filósofos, de Aristóteles a Giorgio Agamben, consideran que la amistad es la más política de las virtudes. Para los escritores, la amistad ha sido -y sigue siendo, si se piensa en best sellers como la saga de Harry Potter, La amiga estupenda o la melancólica novela de Sándor Márai, El último encuentro- una cantera de posibilidades expresivas. Pero en la historia de la literatura las peleas entre amigos escritores -con o sin reconciliación- tiene reservado un capítulo abierto.
Échale la culpa a Stalin: Octavio Paz y Pablo Neruda
El chileno Pablo Neruda (Nobel de Literatura 1971) y el mexicano Octavio Paz (Nobel de Literatura 1990) se hicieron amigos en París, en 1937. “Esa misma noche, después de los discursos y la cena, Pablo Neruda nos llevó a un hotelito lleno de chinches. Pasamos la noche sentados en dos sillas y amanecimos muy deprimidos. ‘¡Eres una burguesa, debes endurecerte!’, opinó Paz. Yo había leído Veinte poemas de amor y una canción desesperada y esa noche comprobé su parecido con los tangos de Gardel”, recuerda con malicia la mexicana Elena Garro (que fue pareja de Paz) en Memorias de España 1937. “Cuando iba saliendo del tren un hombre alto corrió hacia mí gritando ‘Octavio Paz, Octavio Paz’ -contó el mexicano en una entrevista-. Era Neruda. Y luego dijo: ‘¡Oh eres muy joven!’ y me abrazó. Él me consiguió un hotel, y nos convertimos en grandes amigos. Fue uno de los primeros en hacer caso de mi poesía y leerla comprensivamente”.
Pero entre 1938 y 1943 tuvieron varios desencuentros por la defensa que Neruda hacía del estalinismo. Por si fuera poco, en una conferencia el chileno afirmó que la poesía mexicana carecía de “moral cívica”; en respuesta, Paz escribió que la obra de Neruda estaba contaminada por la política y su política por la literatura. No satisfecho, en su ensayo “La letra y el cetro” (incluido en El ogro filantrópico) postuló que la historia de la literatura “desde los románticos alemanes e ingleses hasta nuestros días era la de una larga pasión desdichada por la política [que] deshonró a Neruda y Aragón”. Ambos se reconciliaron en 1967, en el Festival de Poesía Internacional en Londres cuando Paz y su mujer, la artista Marie-José Tramini, invitados por Matilde Urrutia (pareja de Neruda), fueron a saludar al poeta chileno. “Pablo dijo ‘Mi hijo’ y me abrazó -evocó Paz-. La expresión es muy chilena, ’mijito’, y lo dijo con emoción. Yo estaba muy conmovido, casi llorando. Hablamos brevemente porque él se encontraba en su camino de regreso a Chile. Me envió un libro y yo le envié otro. Y luego, pocos años después, él murió. Fue triste, pero fue una de las mejores cosas que me han pasado: la posibilidad de ser amigos otra vez, de un hombre que yo quería y admiraba mucho”.
Querellas trasandinas: Pedro Lemebel y Roberto Bolaño
El escritor chileno Óscar Contardo, que acaba de publicar Loca fuerte: retrato de Pedro Lemebel (Universidad Diego Portales), cuenta que Lemebel y Roberto Bolaño, dos de los autores chilenos más valorados en la Argentina, tuvieron una amistad breve pero significativa. “Ambos se conocieron durante un viaje de Bolaño a Santiago -dice Contardo a LA NACION-. El autor de La pista de hielo se entusiasmó tanto con la obra de Lemebel que se la recomendó a Jorge Herralde, que terminó contratando Loco afán para publicarlo en Anagrama. La amistad se mantuvo a larga distancia por teléfono y se afianzó con las declaraciones públicas que hacía Bolaño en donde destacaba y recomendaba a Lemebel, quien hasta ese momento tenía una circulación restringida a las editoriales independientes.
Los problemas entre ambos comenzaron cuando Bolaño le sugirió dejar de frecuentar a las autoras y académicas feministas que habían acompañado a Lemebel desde los años 80, apoyándolo en sus proyectos. Luego vino el distanciamiento definitivo cuando Lemebel invitó a su amiga Gladys Marín, célebre dirigenta comunista, a un encuentro público durante la Feria del Libro de Santiago en 1999. Bolaño era anticomunista y consideró que la presencia de Marín era una especie de encerrona y se lo dijo a Lemebel. Lo que se suponía iba a ser una charla entre amigos frente a un público incondicional acabó como un encuentro frío y cortante entre ambos. Luego de eso nunca más volvieron a verse”.
París en llamas: Jean-Paul Sartre y Albert Camus
Dos de las figuras centrales del existencialismo fueron amigos hasta que una polémica los separó. Jean-Paul Sartre y Albert Camus se conocieron durante la Segunda Guerra Mundial; una vez finalizada, comenzaron a disentir: el autor de La peste, a diferencia de Sartre, se oponía a la pena de muerte y la persecución a aquellos que habían colaborado con los nazis. Camus llegó a recordar -cuando la pelea entre ambos llegó a un punto de no retorno- que el mismo Sartre había “colaborado” con artículos en publicaciones dirigidas por colaboracionistas y estrenado una obra teatral en territorio ocupado. A Sartre y a su pareja, la escritora Simone de Beauvoir (que ridiculizó a Camus en la novela en clave Los mandarines) tampoco les agradaban las críticas del argelino a los campos de concentración soviéticos.
La pelea estalló cuando en la revista Les Temps Modernes, que dirigía Sartre, se publicó una reseña archinegativa firmada por Francis Jeanson de El hombre rebelde, ensayo donde Camus criticaba a la izquierda estalinista. Camus publicó su réplica en la misma revista. “Señor director, no se decide sobre la verdad de un pensamiento según si es de derechas o de izquierdas -razonaba Camus-. Y menos aún según lo que la derecha y la izquierda deciden hacer con ello. Si finalmente la verdad estuviera en la derecha, yo estaré ahí”. Hubo una contrarréplica de Jeanson y otra, de tono subido, de Sartre: ”Puede que haya sido usted pobre. Pero ya no lo es. Usted es un burgués como Jeanson y como yo. Le queda lejos su parecido con san Vicente de Paul o con una hermanita de los pobres. Y la miseria no le ha hecho ningún encargo. ¿Y si su libro solo fuera testimonio de su incompetencia filosófica?”.
Además de quitarle mérito al pensamiento camusiano, Sartre lo acusaba de moralista. La historia le dio la razón a Camus en su diatriba contra el totalitarismo y el silencio de los intelectuales de izquierda.
Cerca de la revolución: Victoria Ocampo y José Bianco
Dos grandes hacedores de la literatura argentina se distanciaron a causa de la Revolución cubana. “José Bianco es designado por Victoria Ocampo secretario de redacción de la revista Sur en 1938 -detalla la escritora Josefina Delgado-. En 1961, a dos años de la revolución, Bianco viaja a Cuba como jurado del Premio Casa de las Américas. Victoria le pide que diga públicamente que ese viaje es a título personal y no en nombre de la revista. Bianco se niega, y uno de sus argumentos es que poco tiempo antes H. A. Murena había viajado a Estados Unidos invitado por el Departamento de Estado y nadie le pidió esa aclaración. Entonces es Victoria quien lo hace público. Cuando Bianco vuelve, presenta su renuncia, en un telegrama donde dice ‘Felicitaciones por haber obtenido usted y Murena mi renuncia indeclinable a Sur con la inconcebible aclaración’. En 1964 Victoria vuelve a hablar de sus diferencias con Bianco en el número de homenaje a Borges de la revista francesa L’Herne”.
En 1968, Bianco y Victoria acercaron posiciones. “No pudieron estar demasiado tiempo sin verse ni hablarse -escribió en LA NACION Hugo Beccacece-. Se querían y se respetaban demasiado. Esa amistad solo la interrumpiría la muerte de ella, en 1979″.
Premios Nobel en el ring: Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez
“Paco Urondo decía que lo mejor de la poesía era la amistad -destaca el escritor y dibujante Hernán Vera Álvarez-. Si hablamos de novelistas, más precisamente del vínculo entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, la frase no sería la mejor. Como pocos escritores latinoamericanos durante el siglo XX, el colombiano y el peruano forjaron un vínculo que excedió la mutua admiración artística, las influencias literarias y las desmedidas ansias de fama y prestigio internacional. Todo eso fue la antesala para una amistad que comenzó en Venezuela en 1967 cuando Vargas Llosa recibió el Premio Rómulo Gallegos por La casa verde y terminó de afianzarse en Barcelona cuando las dos familias se instalaron en esa ciudad, donde los autores también compartieron agente literario: Carmen Balcells”. Patricia Llosa Urquidi y Mercedes Barcha, las esposas de Mario y Gabo, también se hicieron amigas.
“Durante esa época fueron como familias ensambladas -agrega Vera Álvarez-. Organizaban salidas, festejaban cumpleaños. Eso terminó abruptamente el 12 de febrero de 1976 en el vestíbulo del Teatro Bellas Artes de Ciudad de México, para mutar en una rivalidad que ha sido alimentada de chismes y preguntas sobre qué fue lo que en verdad pasó entre ambos.
La versión que ha perdurado en el tiempo es que García Márquez le habría dicho un chiste a Patricia y que ella lo habría malinterpretado como una propuesta íntima. Lo único cierto, ya que hubo testigos del incidente, es que García Márquez, entonces de 49 años, se acercó a Vargas Llosa y el peruano, nueve años más joven, lo increpó y le dio un golpe en el ojo tan eficaz que Gabo cayó al suelo. Durante décadas hubo intentos para que los escritores se amigaran, pero fueron inútiles”.
Cenizas de una semiamistad: Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato
Si bien no fueron amigos íntimos, pertenecieron a esa categoría descripta en un relato de Henry James: eran amigos de amigos y tuvieron en común uno muy importante: Adolfo Bioy Casares. Se conocieron en la casa de Bioy y Silvina Ocampo, alrededor de 1940. “Sabato me parecía digno de estímulo y convencí a Borges (lo convencí superficialmente, para nuestras conversaciones de entonces) de que Sabato era inteligente. Se me ocurre que Borges no creía en esa inteligencia cuando estaba solo o con otros amigos”, desliza Bioy en sus memorias.
Si bien los dos fueron antiperonistas, Sabato se diferenció de la condena masiva de Borges al peronismo (“el régimen de Perón era abominable” y “el gobierno de esa revolución [por la Revolución Libertadora] merece la amistad y la gratitud de todos los argentinos”, sentenció en 1956). “Las cosas claras: de un lado el Mal, la masa obrera, la chusma, la roña, las alpargatas, eso que los persas llaman Ahrimán [la tiniebla]; del otro lado, el Bien, los antiperonistas, Borges, eso que los persas llaman Ormuzd [la luz] -recapituló Sabato años después-. Siempre ha constituido una fuerte tentación metafísica la de escindir la realidad en Mal y en Bien, y una comprensible tentación personal la de colocarse, el que traza la raya, del lado del Bien”.
Entre 1974 y 1975, el periodista Orlando Barone los reunió en siete oportunidades para que conversaran de todo, menos de política. Un año después se publicó el libro Diálogos Borges-Sabato. Y en el verano del 75, convocados por el periodista Alfredo Serra, se reencontraron después de dos décadas sin hablarse, conversaron amigablemente y posaron para la foto de tapa de la revista Gente.
Antes de pensar en pelearse con un amigo -escritor o no- habrá que recordar las sabias palabras de Cicerón: “¿Qué casa, en efecto, es tan estable, qué ciudad tan firme, que no pueda ser derribada de raíz por los odios y desavenencias? Por lo cual puede juzgarse cuánto bien hay en la amistad”.
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