Daniel Schávelzon. “Cada tanto veo en los remates de arte obras dudosas”
“La historia de Kurth, falsificador” es un apasionante recorrido por la trastienda menos glamorosa del mercado en la ciudad de Buenos Aires hasta los umbrales del siglo XXI, que se lee como una novela
- 8 minutos de lectura'
A partir de una serie de entrevistas grabadas entre 2005 y 2010 con quien “posiblemente haya sido el más prolífico falsificador de arte y antigüedades” de la Argentina, el arqueólogo e historiador Daniel Schávelzon (Buenos Aires, 1950) aborda en simultáneo el delicado tema del arte falso en el país y la historia de un inmigrante alemán que se ganó la vida desde la adolescencia con un oficio aprendido en los galpones del puerto de Buenos Aires. En su libro, La historia de Kurth, falsificador (Planeta), lleva el nombre ficticio de Kurth Walheimer. El trabajo de Schávelzon, que se lee como una novela, es un apasionante recorrido por la “trastienda” menos glamorosa del mercado del arte en la ciudad de Buenos Aires hasta los umbrales del siglo XXI.
Si se le cree al protagonista, Kurht llegó a falsificar no solo obras de arte nacional e internacional (de Antonio Berni a Giorgio De Chirico, pasando por Xul Solar, Carmelo Arden Quin y Raquel Forner) sino también muebles, piezas arqueológicas, monedas e incluso estampillas. Sus compradores fueron galeristas y coleccionistas privados; en su juventud, al servicio de otros, falsificó obras que llegaron a museos por intermedio de la traficante internacional de arte Paula (Chaposnikoff) von Koenigsberg, que organizó en la Argentina grandes exposiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo Nacional de Arte Decorativo al amparo del primer gobierno peronista (mientras era vigilada por el gobierno estadounidense).
“Desde hace años me interesa el tema de las falsificaciones, la cantidad que existe y el silencio que hay en nuestro país, a diferencia del resto del mundo -dice Schávelzon a LA NACION, que en 2009 había publicado Arte y falsificación en América Latina (FCE)-. En ese libro, trato el asunto como un ‘tema cultural’ y no como una cuestión policial; como parte del campo del arte y no solo del delito. Algo inmerso en el mundo de lo ficticio: cine, televisión, novela, relato político. Tener a un falsificador frente a uno, que quiere hablar aunque sea a desgano, fue una oportunidad para entender cómo piensa más allá de ganar dinero. Pensemos que un político puede mentirnos y con eso generar miseria, lo que es peor que un cuadro falso, y no sucede nada, ¿qué más fascinante que una increíble historia de vida en el mundo de lo ficticio?”.
El falsificador, que llegó al país en 1946 y falleció en 2012, era consciente de que sus charlas con el investigador argentino -en las que opinaba con desparpajo sobre artistas consagrados- formarían parte de un libro. “Habló por temor a que el mundo de internet, que veía nacer cuando conversó conmigo en el geriátrico donde estaba internado, pudiera descubrir su vida, y que fuesen otros los que hablaran. Hay que recordar que el nombre es ficticio; igualmente, ¿quién le creería a un falsificador?”, dice Schávelzon, que dirige el Centro de Arqueología Urbana de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Excepto su hijo Hans, que fue asesinado en París en 2017, la familia del profesional del arte falso queda al margen de la historia. “No puedo afirmar ni negar que el asesinato esté vinculado con el trabajo del padre sin investigar en detalle -dice Schávelzon- Es un tema policial que en su momento me superó”.
-¿Hubo un momento de auge de falsificaciones en el mercado del arte local?
-No especialmente, quizás el mayor momento fue hacia 1890-1914, o al menos eran trabajos de alta calidad hoy difíciles de identificar. El arte moderno simplificó el trabajo. Durante la Segunda Guerra Mundial lo que hubo fue tráfico de obras robadas en Europa, pero ese es otro tema.
-¿Hay una relación entre los contextos sociopolíticos y las falsificaciones?
-No lo hubo, pero estas aumentaron y se simplificaron las operaciones cada vez que el Estado, los museos o la policía miraron para otro lado. Y cuando ha habido acuerdos o negociados; pero complicidad no es desidia, aunque las consecuencias sean iguales.
-¿Se exhiben obras hechas por Kurth en museos nacionales y algunas aún se venden en galerías?
-Es muy probable. Hay que investigar y muchísimo ya ha sido estudiado; cada tanto veo en los remates de arte obras dudosas o que parecerían llevar su mano, pero no es mi trabajo opinar. Hay en el país varios expertos de primer nivel y buena tecnología, que no la había en los tiempos de Kurth cuando las cosas eran de palabra y de tratos de caballeros. Él hacía y también intervenía muebles y objetos como espejos, sillas y mesas “antiguas” que compraron privados. Cuando trabajó para otros, muchas obras fueron a museos.
-¿Usted pudo verlas?
-He visto obras en casas particulares conservadas como obras de gran valor.
-¿Tuvo algún inconveniente con galeristas, coleccionistas o funcionarios al investigar para el libro?
-No, por el contrario, fueron los primeros interesados en conocer la verdad, es una ayuda para su trabajo, son hechos históricos no recientes. Muchos me ayudaron, me dieron información, fotos, papeles, gran parte del libro se lo debo a los amigos. ¿Funcionarios? ¿A alguno le importa? Los directores de muchos museos fueron de enorme ayuda y abrieron sus puertas al conocimiento. Pero solo trabajé sobre Kurth, no sobre las colecciones.
-Si se revela la falsedad de una obra, ¿qué debe hacer una institución?
-Si un museo encuentra algo falso, se hace lo de siempre: se lo retira de la exhibición y se lo estudia para no volver a cometer el mismo error. Es la manera de aprender a identificar esas situaciones; no es culpa de la institución sino de la forma en que funcionaba el sistema de ingresos en aquella época. Hoy en día se hacen estudios cuidadosos. Y si un particular compra una obra millonaria sin papeles y sin un experto a su lado, en fin, prefiero no opinar. ¿Usted compraría un coche usado sin preguntarle a su mecánico? Pero en su momento hubo grandes museos que compraron sus colecciones sin un inventario.
-¿Hay expertos en la Argentina a los que consultar?
-Sí y muy buenos, privados e instituciones serias y de prestigio. Y obviamente hay grandes “chantas”, como en todo.
-¿Por qué es un tema del que se habla poco, como usted sostiene en los capítulos finales?
-Porque se lo considera un tema policial y no cultural, porque “uno cuenta las ganancias, no las pérdidas” como dice el refrán, y porque es difícil aceptar que uno ha sido engañado.
-¿Leyó el libro de María Gainza, La luz negra?
-Es magnífico, lástima que se publicó después de que hice estas entrevistas. En el mundo han salido docenas de libros sobre este tema; quizás es un defecto argentino esconder lo que no nos gusta y olvidarnos rápido de lo que trasciende.
-¿Sigue habiendo falsificadores de arte, objetos y piezas arqueológicas y qué deberían hacer los interesados antes de comprar?
-Si los hay, no deben ser muchos porque el mercado nacional es oscilante y a veces ni vale la pena el trabajo; mejor irse a otro país con mercados estables y valores más importantes. Con el arte subvaluado también hay escasez de trabajo, como en todo. No quedan al margen de la crisis de la clase que consume arte. La crisis que le impide a un artista joven crecer y vender impulsa a muchos al camino de copiar a otros que ya tienen mercado. El grave problema social en que estamos tiene repercusiones en todos los niveles.
-¿Usted considera que Kurth fue un artista? ¿Conoció a otros como él?
-Sí, conocí a algunos, pero a nadie que haya trabajado cincuenta años, pasando tan desapercibido, y que acepte contar su historia, sea exagerada o con grandes olvidos. Eso no me importó, finalmente era un falsificador. De falsificadores europeos o de Estados Unidos, incluso de México, existen muchas biografías y autobiografías, en el país casi nada.
-¿Las obras y los muebles del cuadernillo de fotos del libro se exhiben actualmente?
-No, casi todas son fotos viejas de objetos que desconozco dónde están.
-¿Qué consejos le dio Guillermo Schávelzon, su hermano, a la hora de escribir y publicar el libro? ¿Él es su agente?
-No es mi agente, es mi hermano, un hermano excepcional al que le pedí consejo si publicar o no, si valía la pena esa historia. Y como siempre, sus sugerencias me ayudaron mucho en un terreno resbaladizo que no es mi trabajo habitual. Mis libros son sobre arqueología.
-¿En qué trabaja actualmente?
-En mi trabajo habitual: arqueología urbana. La historia del arte, si bien siempre ha sido un enorme placer, no es mi “trabajo”; sigo dirigiendo un centro de investigaciones en la UBA. Esto fue fruto de una casualidad y esconderlo hubiera sido seguir falsificando nuestra historia. Creo que es tiempo de asumir nuestro pasado, aunque no nos guste demasiado.
Otras noticias de Arte y Cultura
Más leídas de Cultura
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
Martín Caparrós. "Intenté ser todo lo impúdico que podía ser"