Daniel Divinsky: "Es duro competir con la Play Station"
Al frente de Ediciones de la Flor desde hace casi medio siglo, el editor de Mafalda, Boogie el aceitoso y de Rodolfo Walsh reivindica la independencia y desnuda anécdotas secretas del negocio del libro
"Al señor de los libros, el guardián de los tesoros", dice en uno de los dibujos que adornan la colmada biblioteca de Daniel Divinsky en su oficina de Ediciones de la Flor. El editor, que aparece retratado en el cuadro como un duende canoso y sonriente, muestra con orgullo el regalo de Decur: el dibujante santafecino es uno de sus últimos "descubrimientos", un término que trata de evitar desde que su colega el español Jorge Herralde le hizo notar que, más que descubrir, el trabajo que desarrolla desde 1967 consistía en "reconocer" buenos autores. Otro concepto que Divinsky aborrece es "nicho de mercado", pero lo acepta, resignado, para explicar una de las claves de la permanencia de su editorial que en 2017 cumplirá cincuenta años.
De la Flor es un caso paradigmático dentro de la industria local: es uno de los pocos sellos medianos que han mantenido su independencia económica y editorial desde su fundación. Propiedad de Divinsky y quien fue su esposa durante casi 40 años, Ana María Miler, Kuki para los amigos. La pareja, que tiene un hijo y un nieto, se separó en 2009, pero mantiene la sociedad. Con la obra completa de Quino como el mayor orgullo de su fondo editorial, De la Flor ha publicado los primeros libros de Roberto Fontanarrosa, Rep, Maitena, Liniers y Nik, entre otros humoristas gráficos. En el catálogo, integrado por alrededor de 850 títulos, figuran también los libros de Rodolfo Walsh.
Suele citar una frase de Herralde que dice: "Un buen editor es quien logra generar una necesidad en el lector que él no sabía que tenía". ¿Cuál es su secreto?
-Para responder a lo que ya se sabe que la gente quiere están las editoriales que publican de acuerdo a los resultados de las investigaciones de mercado. Competir en ese campo es imposible porque no tendríamos cómo pagar esas investigaciones y porque eso sería ir con la corriente. Tratamos, todavía, de ir contra la corriente.
-Ésa es la característica de De la Flor desde los inicios.
-Sí, se puede considerar eclecticismo o cambalache, depende de la visión positiva o negativa. Yo lo veo como pluralidad. Creo que nos hemos manejado por gustos y siguiendo nuestra curiosidad.
Habla de gustos y de curiosidad. ¿Cambió ese mecanismo a lo largo de los años?
-Lo que cambió es que la editorial tiene un fondo tan sólido que ya no nos jugamos en cada apuesta. Siempre di la imagen del jugador compulsivo: cuando tenés más fichas podés apostar sin peligro; en especial cuando vivís de la editorial, como Kuki y yo, que no tenemos otra fuente de ingreso. No hay apuestas seguras cuando se publica un autor nuevo. Hubo sorpresas positivas y negativas. Entre las positivas está Alberto Montt, un caricaturista chileno brillante que nadie conocía cuando lo publicamos. El libro se llamó ¿Quién es Montt? También el primer libro de Nik se llamó ¿Quién es Nik? Yo había sido jurado, junto con Quino y Fontanarrosa de un concurso de la fundación del Banco Patricios. Le dimos el primer premio a Nik, que había presentado un pajarito en una jaula que cantaba una melodía.
-¿Sigue aplicando el olfato a un material que le parece que puede funcionar?
-Sí, pero desde hace unos años compartimos las decisiones editoriales con Kuki, entonces ahí la cosa se complica más porque no tenemos gustos exactamente iguales.
-¿Publicar poca ficción tiene que ver con esa diferencia en los gustos?
-No, eso más bien tuvo que ver con que las mesas de narrativa en las librerías están ocupadas por títulos de los grandes grupos transnacionales y entonces competir publicando una o dos novelas de vez en cuando es casi imposible. Nos damos cuenta de que al propio autor lo ponemos en inferioridad de condiciones.
-Oficialmente dicen que no reciben originales, pero sé que le siguen llegando y que algunos lee. ¿Es así?
-Como archivos adjuntos a correos electrónicos, llegan diez por día. A los que mandan directamente, algunos los hojeo. Hubo un solo caso en que se concretó la publicación, una novela estupenda de un muchacho que ahora vive en Barcelona, Alejo García Valdearena, Conductores suicidas, que le hizo el prólogo Fontanarrosa porque le había gustado.
-De la Flor tiene una relación directa con los autores: no hay departamento de marketing ni jefe de prensa. ¿Cree que ésa es la clave para mantener a los grandes autores?
-Quino ya es parte de la familia. Nunca se fue de De la Flor, ni siquiera cuando estuvimos presos y en el exilio. Nos une un gran afecto pero también la seguridad de que cobrará sus derechos. Somos familia: hemos tomado vacaciones juntos; cuando nuestro hijo se graduó como músico en Berklee, Quino y Alicia vinieron con nosotros. Pasaba también con Fontanarrosa.
-¿Hubo intentos de robarles a Quino?
-Hubo intención de tentarlo para hacer otro tipo de productos, como libros para regalos. Él se negó a escucharlos.
¿Cómo hacen para resistir el avance de los grandes grupos?
-Creo que las editoriales más nuevas y de menores dimensiones que De la Flor se mantienen por la audacia y porque pueden hacer apuestas que los grandes grupos no pueden porque un director editorial de un grupo transnacional puede cometer uno, dos, tres errores.. al cuarto pierde su puesto. El dueño de la editorial, en cambio, apuesta solamente su pan y su mantequilla. Nosotros no sacamos novedades todos los meses: publicamos para la Feria del Libro, a mediados del año y en noviembre, para las fiestas y las vacaciones. En total, entre 25 y 30 novedades por año, pero 150 o 200 reediciones.. Las editoriales viven de las reediciones. De la Flor tiene una estructura mínima: somos 14 personas, contando los dueños.
-¿Tuvieron ofertas de compra en todos estos años?
-Sí, en la década de 1990 cuando estaban comiéndose a los sellos más chicos, tuvimos tres propuestas concretas de fijarle un valor. También, avisos del estilo "cuando se decidan a vender hablen primero con nosotros".
-¿Y qué pasó?
-No lo necesitamos. En general, las editoriales que se vendieron fue o porque los dueños estaban cansados o porque tenían problemas financieros. A cierto nivel de desarrollo es posible que haga falta más capital. Pero manteniéndose en esta categoría de Ford T con motor de Mercedes Benz, que somos..
-¿Cómo fue trabajar durante décadas junto a su mujer y qué cambió cuando se separaron?
-Es la pregunta de los cien mil dólares. Digo que esto es como cuando Esopo era cocinero y le pidieron que hiciera un plato con lo mejor del mercado y preparó una receta con lengua; y cuando le pidieron que hiciera uno con lo peor también preparó un plato a base de lengua. A veces, es el cielo; a veces, el infierno, y otras, las dos cosas al mismo tiempo.
-¿Cómo es la relación entre los editores y los agentes literarios?
-En general, no ha habido problemas con nuestros autores porque incluso quienes sí tienen agentes prefieren manejar directamente la relación con nosotros. En general, el agente cumple una función bastante perversa que es tratar de vender a su autor al mejor postor, lo cual es legítimo desde algún punto de vista. Pero cuando una editorial va construyendo el prestigio de un autor a partir de los méritos de su obra, que después se lo ponga en venta.. Esto le pasó a Herralde con Vila Matas, que tomó un agente que le fue a ofrecer a Herralde la nueva novela y entonces, cuando le dijo que le iba a pagar el anticipo de siempre, le agente le dijo que iba a ofrecerla en otras editoriales porque quería ver "cuánto valía Vila Matas en el mercado". Herralde la mandó a pasear y finalmente la publicó otra editorial.
-¿Qué pasó con los libros de Fontanarrosa después de su muerte?
-Hay una pelea entre el hijo y Gabriela, la segunda esposa de Fontanarrosa, que estaba divorciado de su primera mujer. El Negro, queriendo dejar todo atado y bien atado, como decían los españoles, les hizo firmar a los dos un acuerdo sobre la forma de dividir los derechos después de su muerte. Pero el Código Civil establece que no son válidos los acuerdos sobre herencias futuras. Si se aplicara la ley, los derechos de los libros producidos antes de la convivencia con Gabriela serían de total propiedad de Franco y los posteriores serían como gananciales. Eso, que dificultó ese convenio, se está discutiendo en un expediente que ya tiene ocho, nueve años; cinco mil fojas, en el cual nosotros planteamos como incidente la publicación del libro póstumo, que el Negro me había mandado poco antes de morir.
-¿Pero quién vendió los derechos de los libros que publicó Planeta?
-El hijo, que no está declarado heredero, por lo cual el juez de Rosario que lleva la sucesión lo intimó a depositar el anticipo que cobró. El hijo rescindió la renovación automática de los contratos que teníamos por todos los libros anteriores; no tenía derecho a hacerlo, pero para no plantear un problema y por respeto al Negro, decidimos aceptarlo. Sobre esos libros firmó el contrato con Planeta. Del libro póstumo no tenía ningún contrato, ni siquiera con nosotros, lo firmamos con su viuda como administradora de la sucesión, pedimos que el juzgado declarara la validez de ese contrato, hubo un juicio que duró tres años, y el juzgado declaró que era válido el contrato. Y los derechos que produce, así como todos los que produjeron los otros libros después de su muerte, están depositados en el banco de Rosario, a la orden del juzgado. Es una cantidad inmensa de dinero, de la que la viuda retira una suma mensual para mantener a la madre de Fontanarrosa.
-Dice que uno de sus mayores orgullos es haber recuperado los derechos de la obra completa de Walsh.
-Sí, los herederos de Walsh se llevaron los derechos a Planeta hace unos años y cuando venció el contrato volvieron a De la Flor porque se dieron cuenta de que el trato que tenían allá no era como el nuestro. Los hemos vendido al inglés, salió en Estados Unidos e Inglaterra. Ahora se vendieron los derechos al italiano de todos los cuentos y salió en Francia y en Canadá. Un motivo de orgullo. Otra venta de derechos que me alegra muchísimo es que Gaturro se vendió a China, va a salir en el segundo semestre. Acabo de firmar el contrato para que salga en Croacia. Para la feria infantil saldrá acá el tomo 24.
-¿Cuál fue su último descubrimiento entre los autores nuevos?
-Decur, sin ninguna duda. Lo conocí por dos estudiantes de periodismo que vinieron a hacerme una entrevista. Me pareció formidable y le mandé de inmediato un mensaje para decirle que quería publicarle un libro. Vino con un viejo Falcon que le había prestado el padre. Trabajaba en la fábrica de la General Motors de Arroyo Seco y se resintió la cintura y no pudo seguir. Entró a trabajar en un cibercafé y en los ratos libres empezó a dibujar. Es un autodidacta total.
-¿Qué lee por placer?
-Tengo una mesa de luz que el día que se caiga todo lo que hay arriba voy a morir aplastado. Y tengo en mi dormitorio una repisa ancha que está totalmente cubierta de libros para leer. La última novela de Eco, Número cero. También tengo Necrópolis, de Boris Pahor; El bigote, la nueva de Emmanuel Carrère. Últimamente, Carrèrre es una fija absoluta. No reciente es John Berger, todo lo que publicó. Tuvimos el gran honor de publicarle dos libros: Cada vez que decimos adiós y Mirar, a fuerza de insistir.
-¿Hay autores o libros que en su momento haya dejado pasar y que luego advirtiera que era bueno, que se le escapó?
-Pocos casos. Uno es el de un libro muy pintoresco que se llama Los nietos nos cuentan, de Juana Rottenberg, la madre del productor teatral, que me lo habían recomendado mucho. Yo lo leí, y como entonces no tenía nietos, no me llegó para nada. El libro fue un suceso. Debía haberlo hecho. Un ejemplo de esas cosas que uno no está en situación de evaluar debidamente. Me enteré muchos después, en alguna reunión, que Federico Andahazi había llamado aquí para ofrecer El anatomista, que me gustó mucho, y Jorgelina, mi secretaria, le dijo que no estábamos recibiendo originales. Si lo hubiera leído, lo hubiera publicado.
-¿Hasta cuándo piensa seguir trabajando? ¿Se imagina retirado?
-Yo considero que tengo una historia ya cumplida y que todo el resto es yapa. Kuki está con más energía y tiene otros horizontes. Le llevo un año, pero no es una cuestión de edad sino de estado de ánimo.Tengo ganas de no tener que hacer todos los días lo mismo. No sufro viniendo a la editorial, como es evidente. Vengo todas las tardes y los jueves también a la mañana.
-¿Y qué se imagina del día después de la editorial sin Divinsky? ¿Va a seguir, van a vender?
-No, vender no. Posiblemente siga Kuki con alguna otra dirección editorial. Y yo seguiré eligiendo libritos y haciéndolos con los editores amigos si no se pudieran hacer acá. Esa es una adicción sana.
-¿Cómo es su vida fuera de la editorial?
-Voy tres veces a la semana al gimnasio por obligación y ya, casi, parece que me gusta. Un día tengo análisis, como corresponde a todo porteño que se precie. Y los martes nos encontramos con un grupo de amigos, los corresponsales, aunque cada vez quedan menos corresponsales y más periodistas retirados, a almorzar. Nunca falto.
-¿Qué libros le regala a su nieto de diez años?
-Muchos, pero con poco éxito. Se entusiasmó con Gaturro. Quiere leer cada número nuevo antes de que salga. Ahora está leyendo Mafalda, con gusto. Pero competir con la Play Station es una dura tarea.
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